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Gloria Principal
Jack Mars
La Forja de Luke Stone #4
"Uno de los mejores thrillers que he leГdo este aГ±o".. – CrГticas de Libros y PelГculas (referente a Por Todos Los Medios Necesarios).? En GLORIA PRINCIPAL (La Forja de Luke Stone – Libro nВє 4), un thriller de acciГіn innovador del nГєmero 1 en ventas Jack Mars, el Presidente es tomado como rehГ©n a bordo del Air Force One. Se desata una cadena de acontecimientos impactantes cuando el veterano de Г©lite de las Fuerzas Delta, Luke Stone, de 29 aГ±os, y el Equipo de Respuesta Especial del FBI pueden ser los Гєnicos capaces de traerlo de vuelta. Pero en un thriller lleno de acciГіn repleto de giros y acontecimientos espeluznantes, el destino y la extracciГіn pueden ser aГєn mГЎs dramГЎticos que el viaje en sГ. GLORIA PRINCIPAL es un thriller militar inigualable, de los que no se pueden dejar de leer, un viaje de acciГіn salvaje que te dejarГЎ pasando las pГЎginas hasta altas horas de la noche. Precursora de la SERIE DE THRILLER LUKE STONE, nГєmero 1 en ventas, esta serie nos muestra cГіmo comenzГі todo, una serie fascinante del famoso autor Jack Mars, considerado "uno de los mejores autores de suspense"… "Thriller en su mГЎxima expresiГіn".. –Midwest Book Review (referente a Por Todos los Medios Necesarios).? TambiГ©n estГЎ disponible la SERIE DE THRILLER LUKE STONE, nГєmero 1 en ventas, de Jack Mars (compuesta por 7 libros), que comienza con Por Todos los Medios Necesarios (Libro nВє 1), ВЎuna descarga gratuita con mГЎs de 800 reseГ±as de cinco estrellas!
Jack Mars
GLORIA PRINCIPAL
GLORIA PRINCIPAL
(LA FORJA DE LUKE STONE – LIBRO 4)
JACK MARS
TRADUCIDO POR: CARMEN LIÑÁN GRUESO
Jack Mars
Jack Mars es el autor de la serie de thriller de LUKE STONE, nГєmero uno en ventas de USA Today, que incluye siete libros.В TambiГ©n es el autor de la nueva serie de precuelas LA FORJA DE LUKE STONE, que comprende tres libros (y subiendo);В y de la serie de suspense de espГas AGENTE ZERO, que comprendeВ sieteВ libros (y subiendo).
A Jack le encanta saber de ti, asГ que no dudes en visitarВ www.jackmarsauthor.com (http://www.jackmarsauthor.com/)В para unirte a la lista de correo electrГіnico, recibir un libro gratis, otros regalos, conectarte en Facebook y Twitter, ВЎy mantener el contacto!
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LIBROS POR JACK MARS
UN THRILLER DE LUKE STONE
POR TODOS LOS MEDIOS NECESARIOS (Libro #1)
JURAMENTO DE CARGO (Libro #2)
LA FORJA DE LUKE STONE
OBJETIVO PRINCIPAL (Libro #1)
MANDO PRINCIPAL (Libro #2)
AMENAZA PRINCIPAL (Libro #3)
GLORIA PRINCIPAL (Libro #4)
LA SERIE DE SUSPENSO DE ESPГЌAS DEL AGENTE CERO
AGENTE CERO (Libro #1)
OBJETIVO CERO (Libro #2)
CACERГЌA CERO (Libro #3)
ATRAPANDO A CERO (Libro #4)
CAPГЌTULO UNO
14 de octubre de 2005
18:11 h., hora del LГbano (11:11 h., hora del Este)
TrГpoli, LГbano norte
—¿Qué está diciendo?
El pistolero alto, delgado y rubio miraba a travГ©s de la mira telescГіpica de un rifle QBU-88 de fabricaciГіn china.В El hombre habГa pasado las Гєltimas veinticuatro horas familiarizГЎndose Гntimamente con esta arma.В Era una imitaciГіn del viejo rifle de francotirador ruso, el Dragunov.В El hombre habГa disparado un Dragunov en el pasado.В Este era mejor.
El alumno habГa superado al profesor.В Los chinos eran los mejores imitadores de la Tierra.В Copiaban cualquier cosa y luego la mejoraban.
El hombre yacГa boca abajo, en medio de un denso follaje, en una meseta desde donde se dominaba la ciudad de TrГpoli, con el arma apuntando frente a Г©l sobre las patas de un bГpode.В En su mente, podГa imaginarse el hocico oscuro de esta cosa asomando entre los arbustos.В Estaba seguro de ser prГЎcticamente invisible donde estaba.
A su izquierda, debajo de Г©l, antiguos edificios de piedra de muchos colores desteГ±idos y descoloridos marchaban como soldados por la empinada ladera hacia el mar azul profundo.
El nombre del pistolero no era Kevin Murphy.В Su pasaporte canadiense decГa que se llamaba Sean Casey.В Su permiso de conducir de Ontario indicaba exactamente lo mismo.В Un canadiense llamado Sean Casey era algo bueno y nada amenazante.
Era solo un canadiense aventurero trotamundos, que visitaba destinos fuera de lo comГєn como la destartalada, andrajosa, pero todavГa muy hermosa, segunda ciudad mГЎs importante del LГbano, encaramada como una joya en la costa mediterrГЎnea.
Nada que ver aquГ.
HacГa solo un minuto, el sol se habГa deslizado bajo el mar en un espectacular alboroto de amarillos y naranjas, con solo un destello verde al final.В El pistolero que no se llamaba Murphy siempre estaba atento a ese destello verde.В Lo habГa visto en tantos lugares que hacГa mucho que habГa perdido la cuenta.
En el cГrculo de la mira telescГіpica del hombre que no era Murphy, habГa un hombre con una barba negra, salpicada de blanco.В El hombre llevaba un paГ±uelo a cuadros rojos y blancos en la cabeza.В Su nombre era Abdel Aahad.В TenГa cincuenta y tantos aГ±os, era un caudillo sunГ radical y lГder de la milicia, que habГa estado operando en esta ciudad abandonada durante los Гєltimos veinte aГ±os.В Pero no iba a hacerlo duramente mucho mГЎs tiempo.
Aahad estaba sentado en un patio, a unos novecientos metros de distancia, nueve campos de fГєtbol, y tal vez tres pisos mГЎs abajo.В Era un disparo complicado, justo al lГmite del alcance efectivo de esta arma.В La diferencia de altitud lo hacГa aГєn mГЎs difГcil.В La leve brisa que llegaba del mar aГ±adГa una dificultad extra.
El sol se habГa puesto.В La noche llegarГa pronto.В Si este disparo tenГa que suceder, iba a suceder ahora mismo.
–Simplemente ha dicho: “Mata la cabeza y el cuerpo morirá”.
El que no era Murphy no mirГі a su observador, un niГ±o llamado Ferjal.
Ferjal era un recluta de Hezbollah.В AГєn no habГa cumplido los dieciocho, pero llevaba haciendo locuras peligrosas desde los catorce o quince.В No parecГa tener mГЎs de doce aГ±os.В Estaba alВ lado del que no era Murphy en los arbustos, en la profunda ubicaciГіn en la que tantos humanos, en tantas partes del mundo, todavГa estaban.
Los estadounidenses no necesitaban lugares profundos como ese.В Los estadounidenses tenГan un pequeГ±o invento ingenioso llamado “la silla”.
El hombre que no era Murphy sabГa que Ferjal tenГa un auricular en un oГdo y estaba escuchando la conversaciГіn en ГЎrabe que se estaba desarrollando en ese lejano patio de piedra.В Abdel Aahad tenГa muchos amigos en este mundo, pero el hombre que estaba sentado con Г©l en el patio no era uno de ellos.
–¿De verdad ha dicho eso?
–SГ.В ВїTe suena esta frase?
El que no era Murphy se encogiГі de hombros, muy levemente, sin apartar la mirada del visor.
–La he oГdo al revГ©s. “Mata el cuerpo y la cabeza morirá”, lo cual es mГЎs preciso.В Dependiendo del contexto, matar la cabeza y que el cuerpo muera es obvia y demostrablemente falso.В Es muy difГcil acercarse a la cabeza y, de todos modos, una nueva cabeza ocuparГЎ su puesto.В El cuerpo, sin embargo…
–El contexto es el Presidente estadounidense —dijo Ferjal.
El que no era Murphy observГі la mandГbula de Abdel Aahad moverse mientras hablaba.В Muy, muy lentamente, colocГі el centro de su mira telescГіpica justo sobre la sien de Aahad y un poco a la izquierda.В Aahad estaba lejos.В El proyectil pesado que disparaba este rifle era perforante, por lo que no habГa por quГ© preocuparse.В Un crГЎneo humano era cualquier cosa menos una armadura.В Todo lo que tenГa que hacer era impactar en la cabeza de Aahad enВ cualquier parte y estallarГa como un tomate cherry.
Pero la trayectoria del disparo era notoriamente plana y perderГa algo de impulso por el camino, por lo que necesitaba apuntar un poco alto.В La brisa del agua tambiГ©n alterarГa el curso de la bala en una mГnima cantidad, empujГЎndola sГіlo… a… la… derecha.
–Una fantasГa, en ese caso —dijo.
El que no era Murphy no vio a Ferjal asentir, solo lo sintiГі.
–SГ.В Toda una fantasГa asombrosa.В EstГЎn imaginando capturar al Presidente estadounidense y trasladarlo a un lugar donde estГ© vigente la ley sharia wahabita.В Luego lo llevarГЎn ante los jueces y lo condenarГЎn por asesinato, espionaje contra un estado musulmГЎn y degeneraciГіn apГіstata ante los ojos del mundo y ante AlГЎ.В EstГЎn muy contentos con esta idea.
El que no era Murphy no se lo creГa. —No es musulmГЎn, asГ que no creo que pueda ser apГіstata.
–No, quizás no —dijo Ferjal—, pero es un proxeneta, un abortista y un promotor de conducta degenerada entre los hombres desde hace muchos años. Es el maestro de ceremonias del circo degenerado estadounidense. Por supuesto, es culpable de asesinato y espionaje.
El que no era Murphy casi se rio.В El chico sonaba como si ya hubiera juzgado al Presidente estadounidense. —AjГЎ.В ВїY dГіnde se llevarГa a cabo tal juicio?
–Hablan de Mogadiscio, en Somalia.В La UniГіn de Tribunales IslГЎmicos se ha apoderado de la ciudad, quizГЎs temporalmente.В Son creyentes muy conservadores.В Otros lugares son posibles, pero no probables.В Las tierras tribales del oeste de PakistГЎn.В El Yemen controlado por los sunГes, tal vez.В Definitivamente no en Arabia SaudГ.В Los traidores saudГes simplemente devolverГan al hombre.В Saben lo que mГЎs les conviene.
–¿Ha dicho todo eso, o son tus opiniones?
–Ha dicho Somalia. El resto son mis opiniones, pero estoy bien informado.
El que no era Murphy sonriГі.В Le gustaba Ferjal.В Le habГa cogido aprecio a este chico.
El trabajo de Ferjal era guiarlo hasta este lugar de tiro, conseguirle luz verde y luego sacarlo de aquГ sin que nadie se diera cuenta.В TambiГ©n se suponГa que Ferjal recuperarГa el arma en un momento posterior, la desmontarГa y la harГa desaparecer.
El que no era Murphy usaba guantes tГЎcticos delgados, en el improbable caso de que otra persona encontrara antes el arma.В El que no era Murphy no existГa, pero tenГa huellas dactilares y tenГa ADN.В El ejГ©rcito de los Estados Unidos tenГa registros de estas cosas y eso significaba que otros tambiГ©n los tenГan.В Nunca habГa tocado esta pistola con sus manos desnudas.
No es que importara, nadie iba a encontrar el arma.В Ferjal era bueno en su trabajo.
Ferjal tambiГ©n era bueno en mantener una conversaciГіn entretenida.В La salpicaba con dichos y lemas pseudoamericanos que, segГєn Г©l, la gente habГa dicho en ГЎrabe.
A los jefes de Ferjal en Beirut, al ser chiitas, no les agradaban los sunГes.В Se estaban preparando para una guerra contra Israel a lo largo de la frontera sur y no les gustaba la basura militante sunГ, como Abdel Aahad, corriendo libres de hacer lo que quisieran, como apuГ±alarlos por la espalda mientras estaban despistados.
AsГ que estaban limpiando un poco su patio trasero.
HabГan traГdo al que no era Murphy a una casa encalada, marcada por el fuego de una ametralladora, hace apenas dos dГas.В Un erudito barbudo con gafas y barriga prominente estaba sentado en una sencilla silla plegable, mientras que el que no era Murphy permanecГa de pie.
El erudito describiГі los actos de Aahad.В Aahad era una mala noticia, un problema y lo habГa sido durante muchos aГ±os.В Era un alborotador y, entre otras cosas, un traidor a su propio paГs.В HabГan advertido a Aahad repetidamente, pero habГa sido en vano.
Era hora de que Aahad se fuera.
–Veinte mil dГіlares estadounidenses —dijo el que no era Murphy al erudito. —Quince para mГ, cinco para el niГ±o.
Quince mil dГіlares no eran nada para el hombre que no era Murphy, prГЎcticamente menos que nada. Casi no valГa la pena levantarse de la cama.
Cinco mil serГan el pago mГЎs grande que el joven Ferjal habrГa visto en su vida.В Probablemente fuera lo que su padre ganaba en seis meses.
Todo en un solo dГa de trabajo.
–¿Sabes —habГa dicho el erudito barbudo— el sacrificio que hacen todos los dГas los hermanos de la frontera sur?В Viven en agujeros bajo tierra.В Luchan valientemente contra las patrullas sionistas, mientras son perseguidos desde el cielo por helicГіpteros sionistas armados.
–Son muy valientes —respondió el que no era Murphy. —Y estoy seguro de que tu amigo Alá los recompensará cuando pasen al gran…
–¿Sabes cuánta comida, armas y consuelo podemos proporcionar a esos hermanos con veinte mil dólares?
–¿Es esto una colecta benГ©fica? —espetГі el que no era Murphy. —Porque te lo digo, estoy empezando a cansarme.В Si crees que es demasiado dinero, pГdele a uno de los hermanos de la frontera sur que lo haga.В Estoy seguro de que lo harГan solo por la gloria.
El erudito negó con la cabeza. —Este es un trabajo para un tirador experto. Es un tiro desde una distancia muy larga. Necesitamos al mejor.
El que no era Murphy se encogió de hombros. —Entonces, paga por ello.
Ahora, en la ladera, la oscuridad se estaba asentando. Casi no quedaba tiempo.В El rifle chino tenГa un buen supresor de destellos, con un silenciador largo montado en Г©l.В El que no era Murphy habГa probado ayer la configuraciГіn.В Era muy agradable, sin flash, muy poco ruido.В Sin embargo, dejarГa una marca de humo.В Solo una bocanada que se elevarГa desde estos arbustos, suficiente para matarlo a Г©l y a Ferjal.
Pero no si el disparo ocurrГa en la oscuridad.
–¿Vas a disparar? —dijo Ferjal. No era impaciencia, sino curiosidad.
El que no era Murphy tuvo la sensaciГіn de que Ferjal estaba asustado por todo ese dinero.В Cinco mil dГіlares era demasiado dinero.В Casi parecГa tener la esperanza de que este trabajo no sucediera.В Probablemente querГa devolver su parte.
Por su parte, el que no era Murphy pensГі que desaparecerГa durante un tiempo despuГ©s de esto.В El LГbano era un paГs hermoso, pero estaba empezando a pensar que habГa abusado de la confianza de sus anfitriones.
RespirГі hondo y luego se dejГі exhalar lentamente.
Abdel Aahad estaba JUSTO ALLГЌ, a la Гєltima luz del dГa.В Piel bronceada como el cuero, ojos de cazador, barba espesa.В DetrГЎs de Г©l y a su derecha, uno de sus hombres estaba encendiendo una antorcha.В TrГpoli se habГa quedado sin electricidad en ese momento.В La electricidad en TrГpoli era muy inestable.В Aparentemente, en estos dГas estaba mГЎs tiempo apagada que encendida.
La antorcha no era una distracciГіn.В En todo caso, era un poco de ayuda.В La luz brillГі en el rostro de Aahad.
La brisa muriГі.В A menudo lo hacГa cuando se ponГa el sol.В El calor se instalГі como si alguien hubiera accionado un interruptor.
El que no era Murphy llevГі la mira hacia la izquierda mГnimamente.
Tienes que decГrselo a Stone.
El pensamiento vino espontГЎneamente, desde alguna oscura e ilegible profundidad en su mente.В ВїDecirle quГ© a Stone?В ВїQue, en los Гєltimos minutos de su vida, un hombre se habГa entregado a elucubraciones sobre llevar al Presidente de los Estados Unidos a juicio ante un tribunal fundamentalista islГЎmico?В RidГculo.
No tenГa que decirle nada a Luke Stone sobre eso.В Luke Stone pensaba que el que no era Murphy estaba muerto.В Todo el mundoВ pensaba que el que no era Murphy estaba muerto.В Era bueno que todos lo pensaran.
El que no era Murphy desechГі la idea.В No habГa nada que contar, no era nada mГЎs que una charla ociosa.
VolviГі a concentrarse en ese patio.
No verГan nada, no escucharГan nada, no sabrГan de dГіnde vino el disparo.В Al principio, pensarГan que estaba cerca, pero no estaba cerca.В Su mente hizo un cГЎlculo rГЎpido.
Velocidad de salida, aproximadamente 930 metros por segundo.В Distancia, supongo, 800 metros.В PГ©rdida de impulso… diablos, no era un cientГfico espacial.В Digamos que un segundo completo despuГ©s de apretar el gatillo, habrГa miedo, confusiГіn y caos.
Luego, un momento despuГ©s, comenzarГa la caza.
–¿Estás listo, chico? —dijo el que no era Murphy. —¿Estás listo para sacarme de aqu�
–Sà —dijo Ferjal, ahora muy serio.В El que no era Murphy podГa sentir el cuerpo del niГ±o tensarse.
–¿Tengo luz verde?
–Me han dado el poder de darle luz verde desde el principio. Puede disparar cuando esté listo.
Ahora no habГa nada mГЎs que Aahad.В Su rostro llenaba la mira.В Aahad estaba hablando.В Le estaba contando a alguien el trato, cГіmo iba a ser.
Aahad era inteligente y un asesino desalmado.В ConocГa su negocio, era astuto y despiadado.В HabГa permanecido vivo y un paso por delante de sus enemigos durante todos estos aГ±os.
La luz naranja de las antorchas parpadeГі contra el rostro de Aahad.
No podrГan haberle proporcionado mejor vista al que no era Murphy, aunque la hubiera pedido.
–Puf —dijo el que no era Murphy, muy tranquilamente.
Respiró de nuevo. Inspiró… luego exhaló.
ApretГі el gatillo.В El arma impactГі contra su hombro.
Hubo un sonido leve.В ВЎPut!
El cartucho gastado se expulsГі al aire.
Abdel Aahad habГa sido un hombre inteligente y un oponente ingenioso.
Pero ya no.
Entonces, el que no era Murphy corrГa agachado, su mano agarraba el hombro del niГ±o, chocando contra la densa maleza en la oscuridad.
CAPГЌTULO DOS
17:55 h., hora del Este
Condado de Queen Anne, Maryland
Costa Este de la BahГa de Chesapeake
—Viernes por la noche —dijo Luke Stone.
Luke y Becca estaban sentados a la mesa del patio.В El sol se estaba poniendo a travГ©s de la bahГa, en un tumulto de rojo, naranja y amarillo.В Era una noche fresca y serena.В Los ГЎrboles comenzaban a cambiar.В A Luke le encantaba esta Г©poca del aГ±o.В Llevaba una camiseta fina y unos vaqueros, dejando que la brisa le pusiera la piel de gallina.В Becca vestГa un jersey de lana amarillo.
Becca suspirГі de satisfacciГіn.
–Viernes por la noche —dijo ella también. Chocaron las copas, como si el concepto de viernes por la noche fuera un brindis común.
Acababan de cenar pizza para llevar de un local bastante bueno.В Luke estaba tomando su tercera copa de vino tinto.
El bebГ© dormГa en el regazo de Becca, envuelto en su pijama polar azul claro, con un gorro de lana y una manta.
Ah, el bebГ©.
Gunner tenГa ya cinco meses.В Estaba creciendo a pasos agigantados.В Su cabeza era enorme y estaba cubierta de un espeso y rizado cabello rubio.В TenГa unos ojos azules penetrantes, era muy fuerte y ya podГa sostener esa cabeza gigante por sus propios medios.
Balbuceaba y gorjeaba todo el tiempo, en una versiГіn infantil del habla.В Y le encantaba jugar a cucГє-tras.В PodГa jugar durante horas y reГr con deleite cada vez.
Todo se estaba desarrollando entre misterio y encanto.В El otro dГa, Luke habГa dicho “Gunner” en voz alta y podГa jurar que el bebГ© se volviГі para mirar, como si reconociera su propio nombre.
La vida era buena.
–DeberГa llevarlo adentro —dijo Becca. —Empieza a hacer frГo.
Luke asintió. —Yo recogeré, voy a quedarme aquà un poco más.
Becca rodeГі la mesa, lo besГі en la frente y luego subiГі la colina hacia la cabaГ±a, con el bebГ© en brazos.В Luke la vio irse.
Era idГlico estar aquГ.В Lamentaba que se acabara.
Lo habГan suspendido de servicio, con sueldo, durante el Гєltimo mes.В Fue un regalo de Don Morris.В Don se habГa retrasado deliberadamente investigando los eventos que tuvieron lugar en laВ plataforma petrolera del ГЃrticoВ Martin Frobisher.
Al final, apenas la semana pasada, Luke habГa sido exonerado de todos los cargos, habГa recibido una distinciГіn de la agencia por laВ Frobisher y era probable que recibiera otra en secreto por desactivar la bomba nuclear del tГo Joe.В El incidente del tГo Joe, como lo llamarГa la historia algГєn dГa, fue clasificado como Alto Secreto durante los siguientes setenta y cinco aГ±os.
Pero todo lo bueno llega a su fin, incluida esta suspensiГіn.В Luke fue restituido y se esperaba que regresara a la sede del Equipo de Respuesta Especial el lunes por la maГ±ana.В Y eso significaba que este era su Гєltimo fin de semana en la cabaГ±a, un hermoso y antiguo lugar que habГa pertenecido a la familia de Becca durante mГЎs de un siglo.
La casa era rГєstica.В Era pequeГ±a, construida para personas diminutas de finales del siglo XIX, no para personas grandes del siglo XXI como Luke Stone.В Los techos eran bajos.В La escaleraВ al segundo piso era estrecha.В Las tablas del suelo crujГan.В La puerta de la cocina tenГa un resorte que estaba demasiado apretado y, si lo soltabas, se cerraba de golpe cada vez.
A Luke le encantaba estar aquГ.В Puede que fuera su lugar favorito del mundo.
Le encantaba especialmente estar cerca del agua y las vistas panorГЎmicas de 180 grados de la bahГa de Chesapeake desde lo alto de este acantilado.В Nada podrГa superarlo.
SuspirГі.В De vuelta a las minas de sal.В Bueno, eso tambiГ©n estaba bien.
Su telГ©fono mГіvil sonГі.
Lo miró, el pequeño cristal de la parte delantera se iluminó mientras zumbaba. El mensaje en la pantalla era “Número Oculto”.
No habГa muchas personas en este mundo que tuvieran este nГєmero.В Solo en muy raras ocasiones recibГa una llamada de alguien que no conocГa.
Se mostrГі reacio a contestar la llamada, pero tal vez fueran buenas noticias, como que lo habГan vuelto a suspender.В CogiГі el telГ©fono y lo abriГі.
–Luke Stone —dijo.
–¿Sabes quién soy? —dijo una voz. —En tal caso, no digas el nombre.
Era una voz de hombre y, por supuesto, Luke supo de inmediato quiГ©n era.В Aun asГ, hubo un pequeГ±o retraso mientras procesaba la informaciГіn.В Un fantasma lo estaba llamando desde mГЎs allГЎ de la tumba.
HacГa tres semanas, Luke y Ed habГan conducido hasta la ciudad de Nueva York y asistido al funeral de un hombre llamado Kevin Murphy.В Fue en una antigua iglesia catГіlica del Bronx.В Posteriormente, asistieron a su entierro en un cementerio cercano.
Un hombre con falda escocesa tocaba la gaita.В Hubo una guardia de honor que alguien reuniГі, pero no un entierro en el Cementerio Nacional de Arlington para Murphy; fue un hГ©roe de guerra varias veces, pero se habГa ausentado sin permiso, fue acusado de deserciГіn y terminГі su carrera militar con una baja deshonrosa.
Luke y Ed se habГan quedado lejos de la multitud.В Una mujer estaba sentada en la primera fila, probablemente de unos sesenta aГ±os, vestida toda de negro.В PermaneciГі estoica mientras un miembro de la guardia de honor le entregaba la bandera estadounidense doblada en triГЎngulo.
Ahora, en su patio trasero, Luke finalmente recuperГі la voz.В Se habГa quedado sin habla durante un largo momento.
–Tu madre cree que estás muerto.
–La llamaré —dijo la voz.
–Es demasiado tarde, ya te enterró.
–Debe haber sido otra persona. Solo hay que ir al callejón de atrás de mi madre y matar a alguien para tener un cuerpo que enterrar.
La madre de Murphy habГa enterrado un ataГєd vacГo.В La mezquita de Beirut donde muriГі Murphy habГa ardido durante dos semanas.В Los productos quГmicos del sГіtano se habГan incendiado en el bombardeo y eran imposibles de apagar.В HabГa decenas de cadГЎveres dentro de esa mezquita, pero no se recuperГі ni uno solo.
–¿Dónde estás? —dijo Luke.
–En movimiento —dijo la voz. —¿Has escuchado las noticias de Oriente Medio hoy?
–Tal vez.
–Un hombre recibiГі un disparo en la cabeza.В TenГa oponentes poderosos, que estГЎn limpiando su agenda antes del gran juego.В El hombre era un poco famoso, pero mГЎs como una peste que otra cosa.В Fue un trabajo de control de plagas.В Llamaron a un exterminador.
Luke lo habГa visto.В El nombre del hombre era Abdel Aahad.В HabГa disfrutado de una larga carrera como actor secundario en las interminables guerras civiles del LГbano.В Esa carrera habГa terminado abruptamente esta maГ±ana, con un disparo de francotirador a larga distancia en la cabeza.В Sus poderosos oponentes serГan, por supuesto, Hezbollah.В Y el gran juego para el que se estaban preparando era Israel.
Naturalmente, todo el asunto habГa llamado la atenciГіn de Luke.В El propio Luke habГa estado en el LГbano hacГa un mes.В Y Murphy habГa muerto allГ, trabajando en una misiГіn para Luke.В Luke se habГa sentido muy mal por eso, hasta hace dos minutos.
Murphy no habГa muerto.В Murphy nunca iba a morir.
–¿Qué puedo hacer por ti? —preguntó Luke.
–Nada, estoy bien.В Tengo un dato, eso es todo.В PodrГa ser algo, podrГa no ser nada.В Iba a dejarlo pasar, pero luego pensГ© que eso no estarГa del todo bien.В Sigo siendo uno de los buenos.В DebГa decГrselo a alguien, asГ que decidГ llamarte.
–Soy todo oГdos —dijo Luke.В Murphy se consideraba uno de los buenos.В HabГa fingido su propia muerte y parecГa estar insinuando que acababa de llevar a cabo un asesinato a sueldo en nombre de una organizaciГіn terrorista.В Aun asГ…
–Sabes, todavГa puedes volver al redil.
–Eso es genial y agradezco la oferta. Pero escucha un segundo, ¿de acuerdo? ¿La plaga? Estuvo charlando hasta el último segundo. De hecho, no terminó del todo su frase.
Hubo una pausa en la lГnea.В ParecГa haber algo de ruido, una voz fuerte, resonando en el fondo.
–¿De qué estaba hablando? —preguntó Luke.
–Estaba charlando sobre la captura del NГєmero Uno, el mismГsimo gran tipo.В Luego, hablГі de llevarlo a algГєn lugar con la ley Sharia y juzgarlo.
–El gran tipo, ¿eh?
–Puedes apostar —dijo la voz. —El gran anciano, el Yankee Doodle Dandy, el gran experimento liberal.
Murphy estaba hablando del Presidente de los Estados Unidos.В El nuevo Presidente, Clement Dixon, era el mГЎs viejo en la historia de Estados Unidos y se pensaba que era el mГЎs liberal en dГ©cadas.В Murphy no era el tipo de persona al que le gustan los liberales.В Y fue un accidente de la historia lo que puso a Dixon en el cargo.В HabГa pasado la mayor parte de su vida adulta gritando y abucheando a varios Presidentes desde los pasillos del Congreso.
–La mejor parte es que el lugar con la ley Sharia que tienen en mente es el Mog.
–¿Mogadiscio? —dijo Luke.
–¿Conoces otro Mog?
Mogadiscio.В Octubre de 1993.В Fue antes de la Г©poca de Luke; se lo habГa perdido por poco mГЎs de un aГ±o.В Pero todos los Rangers del EjГ©rcito y todos los miembros de las Fuerzas Delta conocГan la historia de la batalla nocturna que tuvo lugar allГ.В Los Rangers, los Delta, el 160Вє Regimiento de AviaciГіn de Operaciones Especiales (Night Stalkers) y la 10ВЄ DivisiГіn de MontaГ±a habГan perdido un total de diecinueve hombres.
–Parece un poco exagerado —dijo Luke.
–Yo opino exactamente lo mismo, pero pensГ© que deberГa transmitirlo de todos modos.
–No creo que la plaga en cuestión haya tenido ese tipo de alcance.
–PodrГa ser que nadie lo haga —dijo la voz. —PodrГa ser que alguien crea que sГ.В Las personas se extralimitan a veces y terminan provocando un desastre.
Luke recapacitГі sobre ello durante un largo segundo.
Esa voz resonante apareciГі de nuevo en el fondo, mГЎs fuerte esta vez.В Sonaba como un anuncio en un aeropuerto.В Luke mirГі su reloj.В Eran mГЎs de las 18 horas aquГ.В Si Murphy tuvo algo que ver con el asesinato de Aahad, eso significaba que todavГa podrГa estar en el LГbano, siete horas antes.
–Mira, tengo prisa —dijo la voz.
–¿Dónde estás? —preguntó Luke por segunda vez.
–No podrГa decirlo.
–Un poco tarde para un vuelo comercial, ¿no?
–Yo no sabrГa cosas asГ.В Sin embargo, hiciste un buen trabajo en esa otra cosa del norte.В OГ hablar sobre ello, la gente habla.В Y ha sido un placer hablar contigo.
–Escucha, Murph…
Pero la lГnea ya se habГa cortado.
Luke mirГі el telГ©fono por un momento.В A su izquierda, el sol acababa de caer en la bahГa.В Un gran rasguГ±o amarillo se posГі en la parte superior del horizonte.В Eso era todo lo que quedaba del dГa.В Pronto serГa una agradable y acogedora noche de otoГ±o.
ВїEl Presidente?В ВїSecuestrado y llevado ante un tribunal islГЎmico?В No era una idea fГЎcil de tragar.В Y no era la informaciГіn mГЎs fГЎcil de transmitir.
ВїQuiГ©n se lo dijo?В ВїDГіnde se enterГі esa persona?
–Oh, fue Murphy.В ВїSabes, el muerto?В Se enterГі mientras asesinaba a un lГder de la milicia sunГ.В SГ, decidiГі quedarse en el LГbano despuГ©s de su muerte.В Supongo que ahora trabaja como mercenario.
Eso no valdrГa.
En cualquier caso, el Presidente de los Estados Unidos estaba con Don Morris en este momento, en un viaje oficial a Puerto Rico.В Don Morris, guerrero legendario, cofundador de las Fuerzas Delta, asГ como fundador y director del Equipo de Respuesta Especial del FBI, habГa causado una gran impresiГіn al nuevo Presidente de mentalidad liberal.
ВїPodrГa el Presidente estar mГЎs seguro que con Don Morris posado en su hombro?В Luke lo dudaba.В SonriГі al pensar en esa extraГ±a pareja.
Se puso de pie y empezГі a recoger los platos de la cena.
Luego se detuvo.В Se quedГі muy quieto en la creciente oscuridad.В VolviГі a mirar su telГ©fono.В NГєmero Oculto.В Eso era Murphy, en dos palabras.
Luke habГa intentado incorporarlo al Equipo de Respuesta Especial y, en verdad, la actuaciГіn de Murphy habГa sido excepcional.В MГЎs allГЎ de lo excepcional.В No era propiamente un investigador, pero lo dejГі suelto en una situaciГіn de combate y la resolviГі bien.В Su actuaciГіn no fue el problema.
Su aceptaciГіn, o la falta de ella, fue el problema.В Su tendencia a desaparecer fue el problema.В Sus caminos misteriosos fueron el problema.
Pero todavГa estaba vivo y volver a llamar significaba que no se habГa ido del todo.
Y la información misma…
Luke suspirГі.В Era inverosГmil.В No podГa ser real.В Aun asГ…
MarcГі rГЎpidamente un nГєmero.В El telГ©fono sonГі tres veces, luego respondiГі una profunda voz femenina.
–¿QuГ© estГЎs haciendo, Stone?В No tienes que volver hasta el lunes.В No puedes esperar dos dГas mГЎs, Вїeh?
Trudy Wellington.
Luke sonrió. —¿Estabas durmiendo? Suenas adormilada.
–Casi. ¿Por qué me molestas?
–¿Cómo está el patio ahà fuera? ¿Algo que deba saber?
Luke casi pudo oГrla encogerse de hombros por telГ©fono. —Lo normal.В Corea del Norte originГі una alerta de misiles falsa esta maГ±ana temprano, enviando corredores a travГ©s de sus tГєneles de comunicaciones con cГіdigos de lanzamiento ficticios.В SeГєl podrГa haber sido atacado con un aluviГіn de treinta mil armas convencionales en el transcurso de quince minutos, pudo haber millones de muertos o podrГa no haber pasado nada.В Y no pasГі nada.
–¿Algo más?
–Oh, los rusos bombardearon un escondite de Al Qaeda en Daguestán. O una boda. Depende de a quién le preguntes.
–¿Algo mejor? —preguntó Luke. —¿Algo más?
–¿Estamos jugando a las veinte preguntas, Stone?
–¿Algo sobre el Presidente?
–Solo lo de siempre, que yo sepa.В Chiflados solitarios, que nunca se acercarГЎn a diez kilГіmetros de Г©l, estГЎn subiendo manifiestos a Internet.В Las milicias de Backwoods, repletas de diabГ©ticos asmГЎticos de mediana edad y cien por cien infiltradas por informantes, practican para la prГіxima Guerra Civil, que comenzarГЎ momentos despuГ©s de que lo asesinen.В AdemГЎs, los clГ©rigos islГЎmicos estГЎn suplicando a AlГЎ que lo mate de un golpe o de un infarto.В Tiene muchos admiradores.В Yo dirГa que los locos de todo tipo lo odian, mГЎs o menos.
–Trudy…
Stone, el Presidente estГЎ con Don.В Tu tГpico terrorista se marchitarГa ante la idea de enredarse con Don Morris.В Especialmente cuando se estГЎ bronceando.
Luke negó con la cabeza y sonrió. —Está bien, Wellington.
–Está bien, Stone.
–Sigue asГ.
Luke colgГі el telГ©fono.В MirГі hacia su cabaГ±a en la ladera, las luces encendidas contra la oscuridad.В Su familia estaba allГ, la gente que amaba.
VolviГі a recoger los platos.
CAPГЌTULO TRES
20:35 h., hora del AtlГЎntico (20:35 h., hora del Este)
San Juan Viejo
San Juan, Puerto Rico
—¡Oh, AlГЎ! —dijo el hombre en voz baja—, dГ©jame vivir mientras la vida sea mejor para mГ y quГtame la vida si la muerte es mejor para mГ.
Caminaba por las calles de adoquines azules de la ciudad vieja, entre los coloridos edificios coloniales espaГ±oles de ladrillo, pintados en festivos rojos, amarillos, naranjas y azules pastel.В CaГa una lluvia ligera, pero no parecГa molestar a los juerguistas del viernes por la noche.В SalГan de los restaurantes grupos risueГ±os de mujeres y hombres jГіvenes, bien vestidos, emocionados de estar vivos, quizГЎs borrachos, todos hablando a la vez, abrazando las cosas de este mundo fГsico.
Г‰l tambiГ©n era joven, pero las cosas de este mundo no eran para Г©l.В Su destino estaba en manos del Sabio.
Caminaba con sus propias manos a la altura de la cintura, mirando hacia arriba, con las palmas hacia el cielo y el dorso de las manos hacia el suelo, como era apropiado cuando se realizaba la Du'a islГЎmica, suplicando a AlГЎ su favor.
–Oh, AlГЎ —dijo, sus labios apenas se movГan, ningГєn sonido audible salГa de su boca—, danos el bien en el mundo y el bien en el MГЎs AllГЎ y lГbranos del tormento del Fuego.
Cualquiera que lo viera supondrГa que era un turista extranjero, o incluso un visitante de otra parte de la isla.В Su piel era oscura, pero no mГЎs que la de muchos de los habitantes de la isla.В Iba bien vestido, con un chubasquero azul para no mojarse con la lluvia cГЎlida, pantalones chinos color canela y zapatos caros de senderismo.В Llevaba una mochila colgada del hombro.В Un observador podrГa pensar que su cГЎmara estaba dentro y, de hecho, lo estaba.
La cuenta atrГЎs estaba casi terminada.В HabГa filmado un vГdeo de sus despedidas finales, despuГ©s de haber viajado aquГ.В Su entrada a Puerto Rico desde Grecia fue sorprendentemente fГЎcil, al menos en su opiniГіn.В No era de Grecia, pero sus documentos afirmaban que era un hombre griego llamado Anthony y nadie lo cuestionГі.
Ahora su vida estaba perdida.В Lo que tuviera que ser, serГa.В Era decisiГіn de AlГЎ y solo de AlГЎ.
CaminГі cuesta abajo hasta una intersecciГіn.В En esta esquina habГa una pequeГ±a fruterГa, el dueГ±o cerraba la tienda por la noche.В HabГa una exhibiciГіn de frutas y verduras en la calle y el dueГ±o las estaba llevando adentro.
Anthony mirГі al dueГ±o por un momento.В El tendero era un hombre mayor, con una barba blanca pulcramente recortada.В Era de Jordania, uno de los miles de jordanos que habГan inmigrado aquГ en dГ©cadas pasadas.В El hombre era amigo de la causa.В Nadie lo sabrГa jamГЎs, pero Anthony sГ lo sabГa.
Este hombre habГa preparado el camino para que aparecieran los soldados de AlГЎ.В Lugares donde quedarse, gente local con quien contactar, acceso a ГЎreas seguras, mГ©todos para mover hombres y materiales sin ser vistos y sin obstГЎculos… el hombre habГa proporcionado todo esto y mГЎs.
Anthony se acercГі al puesto callejero.
–Discúlpame, amigo —dijo el tendero, sin apenas levantar la vista—, está cerrado.
–No hay más Dios que Alá —dijo Anthony en voz muy baja.
El anciano se detuvo, luego mirГі a ambos lados de la calle.В MirГі a Anthony de cerca, entrecerrГі un ojo y casi sonriГі.В Pero no llegГі a sonreГr.
–Y Mahoma es su mensajero —dijo, completando la Shahadah.
Anthony extendiГі la mano y tomГі una de las manzanas del hombre.В La mordiГі.В Era dulce, jugosa y deliciosa.В Venta de manzanas en un clima tropical como Puerto Rico.В Las maravillas de AlГЎ nunca cesarГan.
–Aláu Akbar —dijo. “Alá es el más grande”.
Ahora metiГі la mano en el bolsillo y sacГі un billete de 100 dГіlares estadounidenses.В Ya no lo necesitaba.В Se lo entregГі, pero el tendero tratГі de rechazarlo.
–Te regalo la manzana.
–Por favor —dijo Anthony—, cógelo. Es un pequeño regalo de agradecimiento, no un pago.
–Los regalos de Alá no son de este mundo —dijo el tendero.
–Es un regalo de mi parte para ti.
En silencio, el tendero cogiГі el billete y se lo metiГі en el bolsillo.В Le entregГі a Anthony algunas monedas a cambio, completando la ilusiГіn de que un hombre acababa de comprarle una manzana a otro.В Si alguien estuviera mirando, una persona en una ventana, una cГЎmara de vГdeo, no habГa ocurrido mГЎs que una simple transacciГіn.
–Que Él acepte tu sacrificio y te abra sus puertas.
Anthony asintió y guardó las monedas en su propio bolsillo. —Gracias.
No se habrГa atrevido a pedir esto para sГ mismo, considerГЎndolo egoГsta.В Pero debГa admitir que era lo que mГЎs le preocupaba.В Lo habГa estado carcomiendo durante dГas y ahora se daba cuenta de que todas sus oraciones y sГєplicas habГan estado pidiГ©ndolo, sin siquiera decirlo.В ВїSu sacrificio serГa lo suficientemente bueno?В ВїSerГa suficientemente cierto?В ВїNo estaba contaminado por su ego y sus deseos?
Su cuerpo temblГі levemente.В Iba a morir y tenГa miedo.
MГЎs que astuto y cuidadoso, el tendero era sabio y parecГa entender las cosas que no se decГan. —Que las bendiciones de AlГЎ sean con Su mejor creaciГіn, Mahoma y toda su progenie pura —dijo.
Anthony asintiГі de nuevo.В Era exactamente lo que necesitaba escuchar.В Si su oferta provenГa de un corazГіn puro, serГa aceptada.В Le dio otro mordisco a la manzana, sonriГі y se la acercГі al tendero, como diciendo: —Muy buena.
Luego dio media vuelta y se alejГі calle abajo.В Tal como estaban las cosas, ya habГa puesto al tendero en mГЎs peligro del necesario.
Antes de llegar al final de la calle, ya estaba repitiendo sus sГєplicas.
CAPГЌTULO CUATRO
21:20 h., hora del AtlГЎntico (21:20 h., hora del Este)
La Fortaleza
San Juan Viejo
San Juan, Puerto Rico
—Dime, Don —dijo Luis Montcalvo, el gobernador en funciones de Puerto Rico—, ¿alguna vez has estado en la Escuela de las Américas?
Un pequeГ±o grupo de personas estaba reunido en un salГіn en el tercer piso de La Fortaleza, la mansiГіn colonial espaГ±ola que habГa servido como residencia del gobernador de Puerto Rico desde 1540. MГЎs de doscientos aГ±os antes de que Estados Unidos naciera., los Gobernadores puertorriqueГ±os ya vivГan en esta casa.
Eso era lo que temГa Clement Dixon.В HabГa invitado a Don Morris, jefe del Equipo de Respuesta Especial del FBI, a que lo acompaГ±ara en esta visita de estado.В Sin lugar a dudas, era una visita de estado, muy parecido a visitar otro paГs.В La relaciГіn entre los Estados Unidos y su vasallo Puerto Rico estaba llena de desconfianza, recelos y desatinos de proporciones Г©picas.
El asesinato por parte del FBI del nacionalista puertorriqueГ±o Alfonso Cruz Castro el aГ±o pasado, el bombardeo de la Marina de los EE.UU. durante dГ©cadas en la isla puertorriqueГ±a de Vieques y el fracaso de la Marina en limpiar el vertedero tГіxico que dejaron atrГЎs, eran una pequeГ±a lista de los errores que le vinieron a la mente.
Traer a Don podrГa haber sido otro mГЎs.
El escuadrГіn de Г©lite de aquel hombre se habГa adentrado en el CГrculo Polar ГЃrtico para desactivar un arma nuclear rusa que detonarГa y causarГa una calamidad mundial.В Al hacerlo, habГan demostrado un nivel de heroГsmo que llevГі a Dixon a cuestionar su salud mental.В MГЎs allГЎ del peligro fГsico, habГan asumido la misiГіn en contra de las Гіrdenes de sus superiores en el FBI y en la Casa Blanca.
Don Morris habГa apostado su legendaria carrera por la informaciГіn obtenida por su propia gente y por su capacidad para llevar a cabo una misiГіn con recursos improvisados, contra todo pronГіstico, en uno de los lugares mГЎs temibles de la Tierra.
Y habГa ganado la apuesta.
Clement Dixon lo admiraba, asГ que le habГa traГdo a Puerto Rico.В QuerГa conocer mejor a este hombre.В QuerГa sentirlo y ver si habГa mГЎs formas en las que poder trabajar juntos.В Y le gustaba mezclar y combinar personas.
Don Morris, el viejo guerrero de las operaciones encubiertas, reunido con Luis Montcalvo, el joven cuidador liberal de Puerto Rico, asumiГі el papel porque la vieja guardia habГa sucumbido en las llamas de un escГЎndalo de corrupciГіn.В Su ascenso desde el cargo de Secretario de Medio Ambiente habГa sucedido a la velocidad del rayo, en gran parte porque la administraciГіn saliente lo habГa mantenido a distancia y todos los que estaban por encima de Г©l estaban corrompidos.
Montcalvo tenГa treinta y un aГ±os, en opiniГіn de Clement Dixon (y probablemente tambiГ©n de Don), apenas lo suficiente para atarse Г©l solo los zapatos.В Era muy guapo, soltero, no tenГa hijos y abundaban los rumores de que incluso podrГa ser gay.
DespuГ©s de una cena formal y unos tragos, Don Morris los habГa obsequiado durante mГЎs de una hora con lo que Dixon sospechaba que eran versiones edulcoradas de operaciones especiales de dГas pasados.
Ahora, Montcalvo hizo lo que probablemente creyГі que irГa directo a la yugular.В Hasta este segundo, habГa sido el anfitriГіn mГЎs amable que se pudiera imaginar.
–En Puerto Rico hemos sufrido mucho a manos del ejГ©rcito estadounidense.В Hemos sufrido la humillaciГіn de la armada estadounidense bombardeando nuestras costas para practicar el tiro al blanco.В Las dos mil cuatrocientas personas de nuestra isla Vieques han sufrido los efectos en su salud de ser bombardeadas, sometidas al ruido extremo de aviones supersГіnicos y expuestas a los quГmicos tГіxicos arrojados allГ.В Esas son acciones de ocupantes, no de compatriotas.В Y nuestros hermanos en AmГ©rica Latina y el Caribe se han guiado por la persuasiГіn tan gentil de quienes aprendieron su oficio en la Escuela de las AmГ©ricas.
Hubo un momento de silencio en el ornamentado salГіn colonial espaГ±ol, con su techo alto, ventiladores de techo que giraban suavemente y sillas de respaldo alto.
Montcalvo estaba de pie, con una copa en la mano.В QuizГЎs estaba borracho.В HabГa cuatro personas sentadas: Clement Dixon y su asistente personal, Tracey Reynolds, asГ como Don Morris y su esposa, Margaret.
Don habГa sido entretenido y encantador toda la noche.В Margaret interpretГі el papel de una especie de mujer seria en un programa de variedades, pero funcionГі.В Claramente lo habГa estado haciendo durante mucho tiempo.
–¿Escuela de las Américas? —dijo Don, repitiendo el nombre como si nunca lo hubiera escuchado antes.
–SГ, seГ±or —dijo Montcalvo. —¿Estudiaste allГ alguna vez?
Era una pregunta embarazosa, sobre todo porque probablemente Montcalvo sabГa la respuesta sin tener que preguntar.В Probablemente tambiГ©n sabГa que, durante su tiempo en la CГЎmara de Representantes, Clement Dixon a menudo se dirigГa a la multitud en las reuniones de protesta anuales en el exterior de Fort Benning, donde estaba ubicada la escuela.В Algunas de esas protestas llegaron a reunir a 15.000 personas.
–Luis —dijo Dixon—, estoy agradecido por tu hospitalidad, pero puede que ahora no sea el momento para preguntas de esa naturaleza.
–Es una pregunta simple —dijo Montcalvo, mirando a Don. —¿No lo es?
Don asintió. —Es una pregunta simple. Y me complace contestar.
Montcalvo se encogió de hombros. —Entonces, por favor, hazlo.
Dixon gimiГі por dentro.В La Escuela de las AmГ©ricas, ahora conocida como el Instituto del Hemisferio Occidental para la CooperaciГіn en materia de Seguridad, en un absurdo cambio de nombre para lavarle la cara, fue la infame escuela de tortura del PentГЎgono, especialmente enfocada a AmГ©rica Latina y el Caribe.В Algunos de los peores violadores de derechos humanos en el hemisferio occidental, personas responsables de una larga lista de atrocidades, se graduaron en esa escuela.
Las poblaciones civiles en lugares como HaitГ, PerГє, Bolivia, Colombia, MГ©xico, Guatemala, Honduras, El Salvador, Brasil, Argentina y Chile habГan sufrido con personas que aprendieron su oficio en la Escuela de las AmГ©ricas.
–Nunca he estado en la Marina de los Estados Unidos —dijo Don—, asГ que no sabrГa decirte por quГ© bombardearon tu isla.В Yo no participГ© en ello.В Pero en cuanto a la Escuela de las AmГ©ricas, estuve allГ, sГ.В Cuando era joven, la escuela todavГa estaba ubicada en PanamГЎ.В Los jefazos creyeron que completarГa mi formaciГіn.
–¿Y lo hizo?
–Todo lo que puedo decirte —dijo Don—, es que en la escuela hay mГЎs cosas aparte de tortura.В AprendГ algunas tГ©cnicas de negociaciГіn legГtimas mientras estuve allГ y me formГ© una idea de cГіmo se lleva a cabo el arte de gobernar.
Montcalvo enarcГі una ceja. —¿PolГtica?
–SГ.
–¿Y tambiГ©n aprendiste a hacer hablar a la gente?В ВїY a cГіmo hacerlos cooperar? —Don Morris mirГі primero a su esposa, Margaret, que parecГa afligida por la pregunta.В Luego mirГі a Dixon.В Dixon se dio cuenta de que Don y Margaret estaban cogidos de la mano.
Si Montcalvo estaba tratando de abrir una brecha entre Clement Dixon y Don Morris,В casiВ funcionГі, pero no del todo.В Dixon tenГa mucho respeto por Don Morris, fuera lo que fuera lo que hubiera hecho y dondequiera que se hubiera educado.
Aun asГ, Dixon odiaba la Escuela de las AmГ©ricas.В Odiaba la idea de que, despuГ©s de dГ©cadas de protestas y controversias, todavГa estuviera abierta, bajo un nuevo nombre que era deliberadamente difГcil de recordar.В Esta conversaciГіn le habГa recordado sus promesas de cerrar ese lugar algГєn dГa.
Ahora era Presidente.В Por supuesto, no pretendamos que los Presidentes sean completamente libres de hacer lo que quieran.В David Barrett lo habГa aprendido por las malas.В Cerrar la Escuela de las AmГ©ricas podrГa otorgarle a Clement Dixon una jubilaciГіn bastante abrupta.
Don asintiГі. —SГ, lo hice.
* * *
—Buenas noches, señor Presidente —dijo Tracey Reynolds. Su voz resonó por el largo pasillo de mármol.
Clement Dixon estaba justo en la puerta de su habitaciГіn.В Dos grandes hombres del Servicio Secreto permanecГan en silencio a cada extremo del pasillo, fingiendo que eran estatuas de piedra que no veГan ni escuchaban nada.В En realidad, lo escuchaban todo y lo veГan todo.
Y, al igual que ellos, tambiГ©n lo hacГan decenas de otras personas.
Dixon mirГі a su nueva asistente.В Tracey, tan joven como era, se habГa mantenido firme esta noche.В AceptГі una copa de vino, la fue bebiendo a sorbitos durante toda la noche y no hablГі a menos que se le preguntara.В Sus respuestas fueron claras, informadas y al grano.В Cuando llegГі el momento incГіmodo, no dijo una palabra sobre la Escuela de las AmГ©ricas, no se sintiГі atraГda en absoluto.В Dixon ni siquiera estaba seguro de si ella sabГa quГ© era la escuela.
Su juventud y su potencial le recordaban a Dixon su propia edad avanzada.В Setenta y cuatro aГ±os.В Todas las dГ©cadas, todas las batallas, toda el agua que habГa corrido bajo el puente, gran parte contaminada.
Soy demasiado mayor para esto.
Era cierto, tal como estaban las cosas.В Clement Dixon era un anciano y los requisitos de la presidencia a menudo parecГan desbordarle, como si demandaran mГЎs de lo que Г©l podГa ofrecer.В Este era un trabajo para un hombre mГЎs joven.
–Tracey, por el amor de Dios, llГЎmame Clem.В O Clement.В O Sr. Magoo.В Pero deja de llamarme seГ±or Presidente.В EstГЎs conmigo dieciocho horas al dГa y tengo un nombre.В Гљsalo, por favor.
Ella era una hermosa rubia.В Llevaba el pelo en un alegre bob, muy conservador.В A Clement Dixon le gustarГa verla con el pelo largo, cayendo en cascada sobre sus hombros, pero esos dГas habГan pasado y, de todos modos, lo que Г©l querГa no importaba.
La habГa conocido semanas atrГЎs, en una reuniГіn en la Casa Blanca.В Ella era la ayudante de alguien y habГa dicho algo tonto, posiblemente incluso ridГculo, pero Г©l no recordaba quГ©.В Algo sobre tomarse las declaraciones pГєblicas del gobierno ruso al pie de la letra.В Г‰l la habГa reprendido al respecto frente a un grupo de personas.
Eso no importaba.В Ella habГa captado su atenciГіn.В AsГ que Г©l puso en marcha las antenas.
Era joven, tenГa veintitantos aГ±os y provenГa de una familia prominente de Rhode Island.В TenГan hoteles en Newport, o algo asГ.В QuizГЎs eran dueГ±os del Festival de Jazz de Newport, Вїalguien eraВ dueГ±oВ del Festival de Jazz de Newport?В De todos modos, eran grandes donantes de la fiesta, por lo que era seguro asumir que habГan movido algunos hilos en favor de ella.
A Г©l tampoco le importaba cГіmo llegГі a trabajar en la Casa Blanca.В Casi nadie en la Casa Blanca habГa llegado allГ por mГ©rito y mucho menos Clement Dixon.В Ese ideal de “el mejor y mГЎs capaz” habГa desaparecido hace mucho tiempo.
Hoy en dГa, si venГas de una familia importante (preferiblemente una a la que le gustara hacer donaciones), podГas empaГ±ar un espejo y no babeabas con el papeleo, eras material de la Casa Blanca.
Aun asГ, Tracey era muy brillante, tenГa mucha energГa y era buena para hacer un seguimiento de las cosas.В Ella estaba al tanto de los detalles.В Y puso un poco de alegrГa en el paso de Clement Dixon.В Una chica bonita te harГa eso.
ВїEstaba la gente molesta porque esta hermosa joven habГa saltado sobre todos los demГЎs para convertirse en la asistente personal del Presidente?В Puedes apostar a que sГ.В A Clement Dixon eso tampoco le importaba.В Era demasiado mayor para preocuparse por las miradas furiosas de las hachas de guerra que pasaban a su lado.
Le gustaba Tracey y gustar era el cincuenta y uno por ciento del trabajo.
La mirГі, desconcertado, mientras la piel de su cuello se sonrojaba.
–Está bien —dijo. —¿Señor… Magoo?
Dixon se rio. —Buenas noches, Tracey.
Se volviГі hacia su habitaciГіn.
De repente, Tracey se acercГі a Г©l y lo besГі en la mejilla.
–Buenas noches, señor Magoo.
Ahora fue el turno de Clement Dixon de ruborizarse.
Tuvieron un breve momento.В Se produjo una chispa.В ВїO ya estaba allГ?В La mirГі a los ojos azules y casi hizo una estupidez.В Casi la invita a su habitaciГіn.В Entonces no lo hizo.
–Buenas noches —dijo de nuevo.
EntrГі en su dormitorio y cerrГі la puerta.
InspirГі profundamente.В Iba por un camino peligroso.В La locura y el desastre estaban ahГ.В Estaba empezando a enamorarse de una mujer mucho mГЎs joven, una mujer lo suficientemente joven para ser su nieta.
No podГa suceder.В No iba a suceder.
Mejor sacГЎrselo de la cabeza.
En cambio, mirГі alrededor de la habitaciГіn, sumergiГ©ndose en ella. Esta habitaciГіn era del mismo estilo que el resto de la casa: relucientes suelos de mГЎrmol, techo de dos pisos con ventiladores que giraban suavemente, ventanas altas con pesadas cortinas bien cerradas contra la noche.В La cama era de tamaГ±o king, con botellas de agua frГa en una mesa a un lado, junto con una cubitera.В HabГa bombones sobre la colcha.В HabГa un silencio sepulcral.
John y Jackie Kennedy habГan dormido en este dormitorio.В El Papa Pablo VI habГa dormido aquГ.В Winston Churchill habГa dormido allГ, despuГ©s de terminar sus funciones como primer ministro de Inglaterra.В Es mГЎs, el gran autor colombiano Gabriel GarcГa MГЎrquez y el cantante de rock Bono habГan dormido aquГ en un momento u otro.
Ahora Clement Dixon estaba aquГ.В El Presidente Clement Dixon.
MГЎs allГЎ de su mejor momento, seguro.В Pero, de alguna manera, Presidente.В Era como un jugador de bГ©isbol envejecido al final de una larga carrera, que de repente termina en un equipo en camino a la Serie Mundial, cuando ya no puede hacer mucho bien a ese equipo.
Si…
Si pudiera garantizar una atención médica decente y asequible para todos los estadounidenses…
Si el veinte por ciento de los niños estadounidenses no pasaran hambre por la noche…
Si casi un millón de estadounidenses no estuvieran sin hogar…
Jugaba mucho al juego de “si”.В Pero tambiГ©n lo reconociГі como un hГЎbito, uno de los malos.В Si hubiera tropezado con esta situaciГіn hace veinte aГ±os, cuando tenГa cincuenta y tantos aГ±os y todavГa tuviera la energГa de un hombre de treinta y tantos.В Si su esposa estuviera viva para presenciar todo esto y estar a su lado.В Si algunos de los grandes estadistas de los aГ±os cincuenta y sesenta estuvieran vivos, para orientarlo y ser sus aliados.
Si el giro a la derecha de la dГ©cada de 1980 nunca hubiera ocurrido, cuando el juego cambiГі de salvaguardar el bienestar del paГs a apaciguar a las corporaciones y a Wall Street a toda costa.
Estas eran las mentiras que se decГa a sГ mismo y necesitaba dejarlas ir.В Las circunstancias eran las que eran: era el Presidente de los Estados Unidos y esto era un inmenso privilegio.В TambiГ©n era una oportunidad de ser parte de la historia y de hacer algo realmente bueno.
Tomemos, por ejemplo, esta visita a Puerto Rico.В Dixon era el primer Presidente desde John Kennedy, en 1960, en visitar esta isla.В Durante cuarenta y cinco aГ±os ningГєn Presidente habГa puesto un pie aquГ.В Puerto Rico era tГ©cnicamente un protectorado estadounidense, una forma elegante de decir que lo habГamos ganado en una guerra contra EspaГ±a hace mГЎs de cien aГ±os.В Y lo habГamos tratado como botГn de guerra desde entonces.
Era mГЎs grande y con mГЎs poblaciГіn que muchos estados estadounidenses, pero nunca se le habГa ofrecido la condiciГіn de estado.В TenГa estrechos vГnculos con la ciudad de Nueva York y Miami, con un desfile constante de personas yendo y viniendo.В Los puertorriqueГ±os eran ciudadanos estadounidenses y pagaban impuestos federales, pero no tenГan representaciГіn en el Senado de los Estados Unidos ni en la CГЎmara de Representantes.
A fines del aГ±o pasado, el FBI habГa descubierto el paradero del radical independentista puertorriqueГ±o Alfonso Cruz Castro, que vivГa en una casa franca en una zona selvГЎtica, a menos de una hora de este mismo lugar.В El hombre tenГa sesenta y tres aГ±os y habГa estado implicado en el robo de un camiГіn de Brink y en el asesinato de un guardia de camiones en Manhattan en 1981.
Agentes del FBI rodearon la cabaГ±a de madera y, cuando Castro se negГі a rendirse, dispararon mГЎs de dos mil balas a travГ©s de ella.В Afortunadamente, Castro era el Гєnico dentro.В De lo contrario, la pesadilla de las relaciones diplomГЎticas no habrГa tenido fin.В Dixon se estremeciГі al pensar si hubiera habido una mujer o niГ±os dentro con Castro.
De hecho, la familia de Castro realizГі una procesiГіn pГєblica con su ataГєd y decenas de miles de personas se alinearon en las calles de San Juan para verlo pasar.В Su funeral fue mГЎs concurrido que la mayorГa de los funerales nacionales de primeros ministros y mucho mГЎs importante que el funeral de cualquier gobernador de Puerto Rico.
HabГa un sentimiento antiestadounidense en Puerto Rico, eso estaba claro.
Dixon se sentГі en la cama, extendiГі la mano y cogiГі una de las botellas de agua.В La botella de vidrio estaba resbaladiza por la condensaciГіn.
–Mañana —dijo en voz alta.
Hubo un dГ©bil eco de su voz en la habitaciГіn.
MaГ±ana darГa un discurso en el jardГn de La Fortaleza, ante unos cientos de simpatizantes del gobernador, miembros del partido, funcionarios, magnates de los negocios de la isla y sus familias.В SerГa retransmitido en directo a toda la isla y ciertamente aparecerГa en las noticias de televisiГіn de los Estados Unidos y otras muchas partes del mundo.В Planeaba decir sus primeras frases en espaГ±ol.
Posteriormente, la comitiva presidencial se desplazarГa por las calles de la ciudad vieja y cruzarГa el puente hasta el aeropuerto.В Iba a ser un gran dГa.В Era el dГa en que Clement Dixon pondrГa un sello en su nueva presidencia.
Y luego se subirГa a un aviГіn y volarГa cinco horas hasta Washington, DC.В Ese pensamiento hizo que su corazГіn se hundiera, solo un poco.
SuspirГі de nuevo.
Realmente, era demasiado mayor para todo esto.
CAPГЌTULO CINCO
23:59 h., hora del AtlГЎntico (23:59 h., hora del Este)
Bosque Nacional El Yunque
Cubuy, CanГіvanas
Puerto Rico
La noche era hГєmeda y pesada.
Siempre habГa humedad en la selva tropical.В En todas partes a su alrededor, las hojas estaban empapadas de humedad.В En la oscuridad, a travГ©s de las empinadas laderas, las diminutas ranas coquГ macho estaban llamando a sus parejas.
–¡Co-KII! ¡Co-KII! —croaban un millón de ellas a la vez, sus voces fuertes y desproporcionadas al tamaño de sus cuerpos.
El hombre se hacГa llamar Premo, abreviatura de El Supremo.В A veces la gente se referГa a Г©l como Uno o El Гљltimo.В Nadie lo llamaba por su nombre real.В Nunca sabГas quiГ©n estaba escuchando.
Era un hombre grande, de hombros anchos.В Era el lГder del movimiento independentista puertorriqueГ±o.В Era difГcil liderar un movimiento en estos dГas, con la vigilancia constante de las comunicaciones, la interceptaciГіn de llamadas telefГіnicas, la incautaciГіn de correos electrГіnicos, el rastreo de bГєsquedas en Internet y el mapeo de conexiones en lГnea.
Premo no utilizaba nunca los ordenadores. Nunca escribiГі nada y rara vez hablaba por telГ©fono con nadie, ni siquiera con su madre.В Sus Гіrdenes eran dirigidas directamente a los subordinados que estaban en su presencia, hombres a los que se habГa investigado a fondo antes de poner un pie en la misma habitaciГіn que Г©l.В Era la Гєnica manera.
Si tus enemigos van a la alta tecnologГa, tГє te vuelves primitivo.
Estaba de pie en el porche trasero cubierto de la casa, fumando un cigarrillo y mirando por encima de una barandilla de madera hacia la selva montaГ±osa.В Sus ojos se adaptaban a la oscuridad.В PodГa ver los contornos de las colinas que se elevaban por encima de Г©l y la empinada caГda debajo.
Mientras miraba, notГі que acababa de empezar a llover de nuevo al otro lado del barranco, el agua caГa en silenciosas sГЎbanas, cortando la densa niebla que se adherГa a las copas de los ГЎrboles.В En un momento, la lluvia cruzarГa la distancia y comenzarГa a golpear el techo de chapa ondulada de esta choza.
–Premo —dijo un hombre detrГЎs de Г©l—, estГЎn aquГ.
Premo dio una Гєltima calada a su cigarrillo y lo arrojГі a la oscuridad.В EntrГі.
La sala de estar de la choza estaba casi vacГa.В El suelo era de madera desnuda.В No habГa decoraciones en las paredes.В A un lado, habГa una pequeГ±a mesa redonda con sillas de plГЎstico blanco alrededor.
En el medio de la habitaciГіn habГa un sillГіn con una mesa de juego al lado.В Esta mesa era donde Premo habГa dejado su bebida: un vaso medio lleno de ron Bacardi, puro.В El sillГіn estaba tapizado con lino.В Siempre parecГa un poco mojado por la humedad.В Premo se sentГі en Г©l.В Su escondite, El Yunque, era uno de los lugares mГЎs hГєmedos de la Tierra.
Frente a Г©l, cerca de la entrada, habГa dos jГіvenes, ambos de veintipocos aГ±os.В Estaban flanqueados por los guardaespaldas de Premo.В Los guardaespaldas eran grandes,В anchos e inmensamente fuertes.В TenГan los ojos y los rostros inexpresivos de los gГЎnsteres.В Г‰ste era el tipo de hombres con los que Premo preferГa trabajar. PodГas golpearlos hasta la muerte para que revelaran un secreto, pero nunca te lo dirГan.В No te darГan esa satisfacciГіn.
Los jГіvenes estaban nerviosos.В QuizГЎs estaban nerviosos por lo que acababan de hacer, o quizГЎs por los hombres que estaban detrГЎs de ellos.
–¿CГіmo fue? —dijo Premo, sin darse cuenta hasta que pronunciГі las palabras, de lo nervioso que estaba.В Esta era la noche mГЎs importante de su vida y se la habГa confiado a estos dos jГіvenes.
Eduardo, el mayor de los dos, asintiГі.В Era el lГder de la pareja y, con mucho, el mГЎs sereno y seguro de sГ mismo.В Era un tipo guapo, se parecГa vagamente a Ricky Martin y usaba su apariencia para hacer que la gente confiara en Г©l.В Mujeres, superiores, guardias, el propio Premo.
–Bien —dijo Eduardo—, todo salió bien.
–¿Está todo a bordo?
Premo mirГі a Eduardo y luego al joven Felipe.В Ambos asintieron.В Los ojos marrones de Felipe eran grandes y redondos, los ojos del miedo.В Los ojos de un ciervo justo antes de que le atropelle el todo-terreno.В Esto le venГa grande, decidiГі Premo.
Ahora Eduardo se encogiГі de hombros. —El contenedor estГЎ en la bodega de carga.В Desde allГ, ВїquiГ©n sabe?В Y, como he dicho antes, no hay garantГa de que no lo inspeccionen otra vez.В Es la seguridad mГЎs alta del mundo.В Su procedimiento operativo estГЎndar consiste en verificar una y otra y otra vez, especialmente cuando se trata de…
Premo levantó una mano. —No lo volverán a inspeccionar.
–¿Cómo puedes saberlo? —dijo Eduardo.
–Querido —dijo Premo dijo, usando deliberadamente ese tГ©rmino, algo que podrГa decir a un niГ±o pequeГ±o—, no puedo explicГЎrtelo todo. Hay algunas cosas que es mejor que no sepas.
–Estoy mejor sin saber nada —dijo Eduardo.
Premo se encogiГі de hombros.В No se comprometiГі de ninguna manera. —PodrГa ser.
–¿Cómo podemos hacer esto, Premo? —preguntó Eduardo. —Estas personas no creen en nada de lo que nosotros creemos. Son fanáticos.
–Nosotros también somos fanáticos, a nuestra manera.
Eduardo negó con la cabeza. —No como ellos. Ellos son terroristas.
Ahora sale.
Premo nunca habГa estado seguro de Eduardo.В Hablaba de la locura de haberle confiado al hombre una responsabilidad tan enorme.
–¿Hiciste el trabajo? —preguntó Premo. —¿Exactamente como pedà que se hiciera?
Eduardo no parpadeó. —Por supuesto.
Premo mirГі a Felipe.В Felipe asintiГі.
Asà que Premo asintió. —Entonces, todo está bien.
–¡No, no está bien! —dijo Eduardo. —Hice lo que me pediste, pero ya me estoy arrepintiendo. ¡Esta gente está loca!
–La polГtica hace extraГ±os compaГ±eros de cama —dijo Premo.
–¿Cómo ayudará esto a la causa de la independencia? —preguntó Eduardo. —Los estadounidenses nos harán más daño después de esto. Y nunca nos dejarán ir.
–Estás equivocado —dijo Premo—, yo sé lo que harán. Abandonarán este lugar y nos dejarán en paz.
Luego se encogió de hombros, contemplando la posibilidad de que eso no fuera del todo correcto. —Y si no, al menos habremos asestado un golpe después de cien años de esclavitud. Habrán aprendido que no nos sometemos a ellos.
–Creo que deberГamos cancelarlo —dijo Eduardo.
–Querido, es demasiado tarde para eso.
Eduardo negó con la cabeza. —No es demasiado tarde. Lo hemos hecho y podemos deshacerlo. Una llamada anónima y encontrarán el contenedor.
Premo sonrió. —Y sabrán de inmediato quién lo hizo. Ambos seréis arrestados. Eduardo, no se puede deshacer lo hecho. Hemos llegado a un acuerdo con personas muy peligrosas. La relación dará frutos durante muchos años. Pero, si hacemos lo que dices, lo verán como una traición. Nuestras propias vidas se perderán.
–¡Los estadounidenses encontrarán el contenedor de todos modos! Vendrán, con sus protocolos. Inspeccionarán todo una y otra vez.
–Se van a distraer —dijo Premo. —Se van a ir a toda prisa.
–¿Distraer? ¿Por qué?
–Como ya te dije, no tienes que saberlo todo.В Es mejor asГ.
–Los estadounidenses encontrarán el contenedor —dijo Eduardo. —O tal vez no. Pero, ¿qué crees que van a hacer tus nuevos amigos? ¿Cumplir su acuerdo? ¡No! Después de que esto termine, nos perseguirán y nos matarán como perros, de todos modos. No les importa la causa de Puerto Rico, no les importa nada.
Eduardo estaba escalando hacia un estado de pГЎnico total.В Premo ya lo habГa visto antes.В Eduardo habГa hecho un trabajo, se habГa mantenido firme el tiempo suficiente y ahora se estaba desmoronando.В El problema era que, cuando un hombre se desmoronaba, a menudo nunca se volvГa a recomponer por completo.В Eduardo fГЎcilmente podrГa convertirse en un caso perdido, un alcohГіlico, tratando de decirle a cualquiera que quisiera escuchar lo terrible que habГa hecho, de lo que no podГa retractarse.
DespuГ©s de los acontecimientos de maГ±ana, es casi seguro que asГ serГa.В Eduardo era un cabo suelto que habГa que atar.
–¡Esto estuvo mal! ¡Fue una idea terrible! Traerá el desastre sobre esta isla. Debemos hacer algo.
Premo mirГі a los guardias.В Eran hombres grandes, apacibles y dignos de confianza.В HabГan estado en el movimiento durante mucho tiempo.В Ambos se habГan ido y se habГan entrenado en un momento u otro con las FARC colombianas.В Lucha en la selva, fabricaciГіn de bombas, lucha cuerpo a cuerpo, vigilancia… asesinato.
Estos hombres nunca se desmoronarГan como Eduardo.В HabrГan sido mejores candidatos para la misiГіn en el aeropuerto, pero, por supuesto, ambos tenГan antecedentes penales.В Nunca podrГan alistarse en la Guardia Nacional AГ©rea y, aunque lo consiguieran, nunca podrГan estar a menos de un kilГіmetro del aviГіn en el que Eduardo y Felipe habГan dejado su carga esta noche.
SabГan lo que tenГan que hacer sin que Premo tuviera que decir una palabra.В Simplemente asintiГі con la cabeza y moviГі los ojos un poco.
Los hombres avanzaron de repente.В Uno tenГa un garrote, dos pequeГ±os bloques de madera unidos con un filamento de alambre.В Lo deslizГі alrededor del cuello de Eduardo, se cruzГі de brazos y lo apretГі.В El otro agarrГі a Eduardo por los brazos, se los tirГі a la espalda y los sostuvo.В Los ojos de Eduardo se ensancharon.В Su rostro se puso rojo brillante y luego algo mГЎs oscuro, como el pГєrpura.
JadeГі.В GorgoteГі.
–Querido mГo —dijo Premo—, ya estamosВ haciendo algo.В Algo bastante extraordinario.
Felipe, el hombre mГЎs joven de la habitaciГіn con diferencia, sacudiГі su cuerpo como si Г©l tambiГ©n quisiera hacer algo.
–¡Felipe! —dijo Premo.
Felipe lo mirГі con grandes ojos de venado.
Premo negГі con la cabeza y moviГі el dedo Гndice.
–Ten mucho cuidado. Es mejor no mover un músculo en este momento.
La lucha terminГі rГЎpidamente.В Eduardo estuvo muerto en treinta segundos, quizГЎs un minuto.В Tan pronto como acabaron, los dos hombres lo sacaron de la casa.В Estaba lloviendo.В QuizГЎs arrojarГan el cuerpo al barranco.В QuizГЎs harГan otra cosa con Г©l.В Eran hombres experimentados y profesionales.
En la densa y hГєmeda maleza de la jungla, nadie encontrarГa a Eduardo.В Y la naturaleza harГa un trabajo rГЎpido con su cadГЎver.
Premo y Felipe estaban solos en la habitaciГіn.
–¿Tienes preocupaciones similares a las de tu amigo? —preguntó Premo.
La lluvia retumbaba en el techo.
Felipe negГі con la cabeza.
–Dilo.
–No —dijo Felipe—, estoy bien. Tranquilo. En paz en mi corazón. Creo que hicimos lo correcto.
Premo asintiГі. —Bien.В PrepГЎrate, tu vuelo a Nueva York sale a las siete de la maГ±ana. VivirГЎs en Brooklyn con una nueva identidad.В SerГЎ una nueva vida, como si la antigua nunca hubiera pasado.В No estabas aquГ.В Nunca dirГЎs una palabra de esto a nadie.В Siempre estaremos vigilando.В Un dГa, dentro de unos aГ±os, alguien se pondrГЎ en contacto contigo.В Entonces sabrГЎs que es seguro regresar a Puerto Rico.
Miró al niño a los ojos. —¿Lo entiendes?
Felipe asintió. —Nunca diré una palabra.
Los guardias ya habГan regresado.
Estos hombres te llevarГЎn a San Juan.В ReГєne tus cosas.
–Gracias, Premo —dijo Felipe. Inclinó la cabeza y salió de la habitación.
Premo mirГі a sus hombres.В SeГ±alГі con la cabeza el lugar donde acababa de estar el joven Felipe.В Luego enarcГі las cejas.
Los hombres asintieron.
Felipe no iba a la ciudad de Nueva York.В Ni siquiera iba a San Juan.
CAPГЌTULO SEIS
15 de octubre
10:45 h., hora del AtlГЎntico (10:45 h., hora del Este)
Calle San Francisco
San Juan Viejo
San Juan, Puerto Rico
—¿Cómo lo he hecho? —dijo Clement Dixon.
Estaba sentado en la cabina de pasajeros de cuatro asientos de la limusina presidencial, enfrente de Tracey Reynolds y Margaret Morris.В Las damas miraban hacia atrГЎs, Dixon y su agente del Servicio Secreto miraban hacia adelante.
Don Morris y Luis Montcalvo, de mutuo acuerdo, habГan decidido viajar juntos al aeropuerto y resolver sus diferencias de hombre a hombre y en privado.В Como resultado, Margaret viajaba con el Presidente de los Estados Unidos.
Para muchas personas, Dixon lo sabГa, este serГa el viaje de sus sueГ±os.В No creГa que eso fuera asГ para Margaret.В Lo mГЎs probable es que esto fuera algo que tuviera que aguantar porque su esposo, Don Morris, estaba ahГ afuera siendo… Don Morris.
El coche, al que los allegados se refieren con cariГ±o como La Bestia, se abriГі paso lentamente por el estrecho y abarrotado carril de la calle San Francisco, en la ciudad vieja.В Los edificios coloniales espaГ±oles de dos y tres pisos, exquisitamente restaurados, estaban pintados en brillantes tonos azules pastel, naranjas, amarillos, verdes y rojos y adornados con banderas rojas, blancas y azules de Puerto Rico y Estados Unidos.
La famosa calle, poco mГЎs que un callejГіn para los estГЎndares estadounidenses, estaba llena de gente, que se agolpaba a ambos lados.В La gente se apiГ±aba en los ornamentados balcones justo encima de la calle.В La gente era retenida por las lГneas policiales, pero cada pocos minutos, un grupo salГa a la calle, bloqueando el paso de la comitiva.В La caravana tenГa treinta coches de largo y tardaba una eternidad en recorrer unas cuantas manzanas de la ciudad.
La multitud estaba cerca, esto ya habГa pasado antes.В Tres adolescentes golpearon a La Bestia mientras pasaba, aporreando el capГі y las ventanas con las palmas de las manos.В Uno de ellos gritГі algo en la ventana justo al otro lado de la cabeza de Tracey.В Ella se estremeciГі.
–No se preocupe —dijo el hombre grande del Servicio Secreto que estaba sentado al lado de Dixon. Sacudió la cabeza y sonrió. —No tienen idea de qué coche es este. Hay cinco coches idénticos a este en la comitiva y nadie puede ver a través de esas ventanas.
Clement Dixon no estaba preocupado en absoluto.В El Servicio Secreto se habГa preocupado de la caravana, por supuesto.В No les gustaban las cosas fuera de lo comГєn y esto no se acercaba al protocolo estГЎndar.В Bueno, ellos tenГan sus medios, Г©l tenГa los suyos.В Y Г©l era el Presidente, despuГ©s de todo.В Si tambiГ©n fuera un hombre del pueblo, saldrГa de aquГ entre la gente.
El lento viaje era un pequeГ±o inconveniente para Г©l.В Que la gente haga su celebraciГіn.В Casi deseaba poder viajar en un automГіvil descapotable, saludando a la multitud, como lo hacГan los Presidentes hasta el asesinato de Kennedy.
Por supuesto que no era posible.В Era tan imposible y la seguridad estaba tan lejos de esos tiempos, que estaba literalmente viajando en un tanque.В A Dixon le gustaban los coches y le habГan dado un resumen de esta cosa cuando asumiГі el cargo.
Desde fuera, parecГa un Cadillac Deville, pero no lo era.В En realidad, no era ningГєn modelo de coche.В Fue construido por General Motors y tenГa la parrilla, el emblema y los faros delanteros y traseros de Cadillac.В Incluso se parecГa vagamente al coche que se suponГa que era.В Pero fue construido sobre el chasis de un SUV de tamaГ±o grande.В TenГa un motor V8 enorme, lo cual era bueno porque el automГіvil pesaba mГЎs de seis toneladas.В Las paredes y las puertas tenГan veinte centГmetros de blindaje.В Las ventanas eran de vidrio a prueba de balas de doce centГmetros de espesor.В El coche podrГa soportar un ataque con lanzacohetes.
No tenГa cerraduras, ni fГsicas ni digitales.В Las puertas se abrГan de forma remota mediante controles que estaban en un automГіvil diferente.В El tanque de gasolina estaba blindado y revestido con un tanque exterior, lleno de espuma retardante de llama.В TenГa neumГЎticos auto portantes.В Los compartimentos de pasajeros, delantero y trasero, estaban sellados hermГ©ticamente y eran entornos independientes.В El automГіvil tambiГ©n podГa disparar bombas de humo y gases lacrimГіgenos y habГa escopetas de acciГіn de bombeo montadas tanto aquГ, en el compartimiento de pasajeros, como al frente con los conductores.
No, Dixon no estaba preocupado por el coche o la multitud.В Estaba mГЎs interesado en saber quГ© opinaban estas mujeres, especialmente Tracey, sobre cГіmo habГa ido el encuentre de esta maГ±ana.
–Vamos, seГ±oras —dijo.В DГganmelo directamente.В PodrГ© soportarlo.
Tracey parecГa un poco inquieta por la multitud que los rodeaba, pero siguiГі adelante.В Llevaba un conjunto conservador, pantalГіn azul oscuro, camisa de vestir blanca y chaqueta deportiva oscura.В Casi podrГa ser una de las agentes del Servicio Secreto.В Por supuesto, cualquier cosa le sentaba bien.В PodrГa vestir con bolsas de basura de plГЎstico y las cejas se levantarГan a su paso, pero a Г©l no le importarГa.
–Me encantó, señor Presidente —dijo—, fue completamente inspirador. El pueblo puertorriqueño tiene suerte de tenerle de su lado.
Dixon nunca habrГa dicho esas palabras exactas en voz alta, pero esa era, por supuesto, la impresiГіn que habГa estado tratando de dar.В Que estaba en su rincГіn y que tenГan suerte de tenerlo allГ.
Se permitiГі retroceder sobre algunos de los puntos mГЎs sutiles.В HabГa conocido a un veterano de combate puertorriqueГ±o de noventa y siete aГ±os, que luchГі tanto en la Segunda Guerra Mundial como en Corea.В HabГa hablado sobre el impulso de Puerto Rico hacia la eficiencia energГ©tica y el trabajo francamente increГble que la isla habГa hecho con la renovaciГіn del Viejo San Juan.
HabГa hablado brevemente sobre la asociaciГіn que habГa puesto fin al bombardeo naval de Vieques.В E incluso habГa insinuado la posibilidad de la estadidad: todos los allГ reunidos debГan saber que esta Гєltima parte estaba, en el mejor de los casos, muy lejos y, en el peor, era una mentira.
–Estos son los tipos de pasos que hacen falta para que Puerto Rico gane el futuro y para que Estados Unidos gane el futuro —habГa dicho.В Ganar el futuro.В A los fanГЎticos de las relaciones pГєblicas se les habГa ocurrido esto como el lema de su presidencia y, por mГЎs cursi que sonara, en secreto le encantaba.
–Eso es lo que hacemos en este paГs.В Ganamos el futuro.В Con cada dГ©cada que pasa, con cada nuevo desafГo, nos reinventamos.В Encontramos nuevos caminos, seguimos adelante.
–No hay duda —dijo Margaret Morris— de que usted es uno de los mejores oradores públicos de Estados Unidos. Todos esos años en la Casa…
–Golpeando el atril —interrumpió Dixon.
Ella asintió y sonrió. —Y señalando con el dedo a los malhechores, sobre todo en la Casa Blanca y al otro lado del pasillo.
Dixon casi se rio.В Le gustaba.В Ella estaba haciendo sutiles comentarios al Presidente, mientras iba con Г©l hacia el aeropuerto, cual autoestopista.В Era una mujer encantadora, bien vestidaВ con un traje pantalГіn azul brillante, lo suficientemente vibrante y elegante como para llamar la atenciГіn, pero no para robar el protagonismo.В Dixon calculГі que tendrГa unos sesenta aГ±os.В Llevaba mucho tiempo jugando a este juego.В Su equipo probablemente estaba al otro lado del pasillo.
El asintiГі. —SГ, ese era yo.В Mucha prГЎctica, durante interminables dГ©cadas.
MirГі a Tracey.В Ella lo miraba con ojos de adoraciГіn, muy diferentes de la forma en que lo miraba Margaret Morris.В De hecho, era muy probable que Margaret Morris ni siquiera lo aprobara.
ВїNadie lo entendГa?В La relaciГіn era cien por cien platГіnica.В SabГa que era demasiado mayor para ella y nunca pensarГa en ella de otra manera.В Pero tener una hermosa joven a su lado, mirГЎndolo de esa manera…
ВїQuГ© problema habГa con eso?В Desearlo era tan natural para un hombre como largo era el dГa.
–Me ha encantado especialmente lo de todo Puerto Rico, todavГa no hemos llegado al final —dijo Tracey. —Pero no renunciamos, toda esa parte.
Dixon asintiГі.В A Г©l tambiГ©n le gustaba esa parte.В PodrГa recitarla ahora mismo.В TenГa algo parecido a una memoria fotogrГЎfica para los discursos.В Margaret no habГa mentido; era un buen orador, muy bueno y lo sabГa.
–La gente estaba loca por usted —dijo Tracey.
Esa parte tambiГ©n era cierta.В Era una multitud escogida, pero le dispensaron una bienvenida entusiasta y parecГan estar pendientes de cada palabra.
–¿Qué piensa? —dijo Tracey.
Le habГa ido bien.В El discurso habГa ido bien, sin duda.
El asintiГі. —SГ, estuvo bien.В Estoy satisfecho con el discurso y con toda la visita.В El primer Presidente en…
–Cuarenta y cinco años —dijo Tracey.
–SГ, en visitar la isla.
–¿Es eso cierto? —dijo Margaret.
–SГ.В Este viaje se ha organizado para poner fin a ese perГodo.В Hemos tratado a Puerto Rico bastante mal, me temo.В Y una de mis misiones como Presidente serГЎ mejorar esa relaciГіn.
Se le ocurriГі que el tiempo entre las dos visitas presidenciales era aproximadamente el doble de lo que Tracey habГa estado viva.
–Y creo que hemos hecho algo histГіrico hoy.В Creo que podrГamos haber empezado a borrar algunos de los malos recuerdos y empezado a generar algunos buenos.
MirГі por la ventana a la multitud que pasaba.В Las ventanas no solo eran gruesas, sino tambiГ©n tintadas.В Dixon habГa estado fuera menos de media hora antes.В Era un dГa brillante y soleado.В Pero las ventanas de este automГіvil le daban al mundo la sensaciГіn de estar eternamente en el crepГєsculo.
Mientras Dixon miraba, un hombre entre la multitud explotГі.
No habГa otra forma de explicarlo.В Dixon estaba mirando directamente al hombre, un joven de tez cafГ© y cabello oscuro.В El tipo llevaba un chubasquero azul claro.В Estaba apretujado entre la multitud, con los ojos bien cerrados y el rostro hacia abajo.В Entonces Г©l simplemente…
SaltГі en pedazos.
Hubo un destello de luz y las personas a su alrededor tambiГ©n se hicieron pedazos.В Cabezas, brazos, torsos volando.В Sangre salpicando a chorros.В Una fracciГіn de segundo despuГ©s, llegГі el sonido de la explosiГіn.В Estaba ahogado por las ventanas, pero la onda expansiva hizo que todo temblara.
Un trozo de algo volГі por el aire y golpeГі el coche.В Dixon apenas pudo distinguir quГ© era.В Estaba rojo y andrajoso y podrГa haber sido un gran trozo de fruta podrida.
Entonces comenzaron los gritos.
Un instante despuГ©s, el hombre del Servicio Secreto estaba encima de Г©l, sujetГЎndolo.
–¡Vamos! —gritó el hombre a los conductores. —¡Vamos! ¡Vamos! ¡Vamos!
–¡Suéltame! —dijo Dixon— ¡Estoy bien!
Pero, por supuesto, el hombre no se moviГі.В Las sirenas sonaban locamente, despuГ©s se oyГі el sonido de disparos automГЎticos en algГєn lugar cercano.В Dixon no pudo ver nada de eso.В El coche no parecГa moverse, debГa estar atrapado entre la multitud.
Tracey gimoteГі y dejГі escapar un pequeГ±o chillido, como de ratГіn.В Margaret jadeГі.В Dixon las habrГa consolado a ambas, pero este grandullГіn de 100 kg lo estaba reteniendo.
–No están heridas —dijo el hombre—. Ambas están bien.
Ahora el coche finalmente acelerГі.В El motor rugiГі mientras el coche ganaba velocidad.
Algo impactГі contra el coche.
Zunk, zunk, zunk, zunk.
Tracey jadeó. —Nos están disparando.
–No pueden alcanzarnos —dijo el hombre del Servicio Secreto. —Este coche es a prueba de balas.
Si ese era el caso, entonces Вїpor quГ© el hombre aГєn sujetaba a Dixon inmovilizado en el asiento?
* * *
—No hay más Dios que Dios.
Su pasaporte decГa que era de Grecia.В DecГa que se llamaba Anthony.В HabГa sido una falsificaciГіn impecable y la gente se lo habГa creГdo.В El personal de facturaciГіn y seguridad de los aeropuertos se lo habГa creГdo.В Los empleados del hotel se lo habГan creГdo.В Todos se lo creyeron.
Nada de eso importaba ya.
Estaba inmerso entre la multitud.В Era un dГa caluroso, pero de repente el sol le pareciГі tan caliente que podrГa desmayarse.В Los coloridos edificios y los balcones ornamentados estaban detrГЎs de Г©l.В Frente a Г©l habГa una fila de coches negros que se arrastraban, con las ventanas tintadas y banderas estadounidenses y puertorriqueГ±as colgadas de soportes cerca de sus parabrisas.
Estaba sin aliento.В No podГa pensar en nada, excepto en lo que habГa memorizado hacГa mucho tiempo.
–Oh AlГЎ —dijo en voz alta, el sonido de su voz ahogado por los gritos y vГtores de la gente a su alrededor. —Danos el bien en el mundo y el bien en el MГЎs AllГЎ y lГbranos del tormento del Fuego.
La gente gritaba y chillaba.В La gente se reГa.В La gente estaba loca y agitaba pequeГ±as banderitas.В Fue zarandeado y empujado.В Se sentГa mareado, como si fuera a vomitar.В Todo giraba.
TropezГі hacia adelante, hacia el coche que tenГa delante.
De repente, a su derecha, mГЎs atrГЎs en la caravana, algo explotГі.В Vio la explosiГіn por el rabillo del ojo.В Ni siquiera necesitaba mirar, ya sabГa lo que era.В Era un hermano en AlГЎ, alguien a quien nunca habГa conocido, el primero de los muyahidines en morir hoy.
TambiГ©n era la seГ±al para el resto y Anthony era uno de ellos.
La gente seguГa gritando, pero el tono habГa cambiado.В Ahora la gente corrГa y chillaba.В LlegГі el aullido de una sirena.
Los coches quedaron atrapados entre la multitud.В Estaban atrapados en la propia caravana.
Anthony llevaba puesta una colorida camisa hawaiana con estampado floral, que colgaba sobre el bulto de su cintura.В Quien lo mirara podrГa pensar que era un poco gordito, pero no lo era, estaba muy delgado.
Dio dos pasos hacia el trГЎfico y estuvo a punto de tropezar cuando se bajГі de la acera.В La gente avasallaba y empujaba, desesperada por escapar.В Un hombre llevaba un niГ±o pequeГ±o sobre sus hombros.В Anthony pasГі junto al hombre.
Estaba muy cerca del coche negro.В Era grande, mГЎs grande de lo que esperaba.
En algГєn lugar cercano, comenzaron los disparos.В Los hermanos, la policГa, el ejГ©rcito, no habГa forma de saberlo ahora.
–¡Aláu Akbar!
Lo gritГі a todo trapo.
MirГі por la ventana del coche, pero no pudo ver nada.В QuizГЎs el Presidente estadounidense estaba allГ, quizГЎs no.В En cualquier caso, habГa siluetas.В El coche no estaba vacГo.
Junto a Г©l, sobre los hombros del hombre, el niГ±o lloraba.
Anthony no lo dudГі.В Ahora sostenГa un mechero de plГЎstico.В MetiГі la mano debajo de la camisa y buscГі la mecha que encenderГa el acelerador.В TenГa mucha prГЎctica en esto y lo encontrГі al instante.В PrendiГі el encendedor.
–¡SГЎlvame! —gritГі.В No escuchГі su propio grito.В No sabГa a quiГ©n se dirigГa.
Al segundo siguiente, sintiГі el calor en el centro de su cuerpo.В Entonces llegГі el calor real y la luz cegadora.
Y luego la oscuridad.
* * *
—Es un buen orador —dijo Don Morris—, le concederé eso.
Viajaba con Luis Montcalvo,В varios coches por delante del Presidente.В A su alrededor, la gente estaba casi pegada a las ventanas, mirando hacia la oscuridad, con la esperanza de vislumbrar a Clement Dixon.
–Un orador excepcional —dijo Montcalvo. —Y está diciendo muchas cosas que el pueblo puertorriqueño necesita escuchar.
Don asintió. —Creo que puede que tengas razón. La audiencia disfrutó de su discurso y la gente en la ruta del desfile… —Hizo un gesto hacia la ventana y dejó que la multitud electrizada hablara por sà misma.
–Estamos listos para la estadidad —dijo Montcalvo. —Hemos estado demasiado tiempo en este limbo y eso les da municiГіn a quienes dicen que deberГamos ser nuestro propio paГs.
Don mirГі al joven del Servicio Secreto que viajaba en el coche con ellos.В El chico parecГa aburrido.В Estaba oyendo sin escuchar.В La acciГіn real sucedГa en un coche diferente.
Don mirГі a Montcalvo.В ParecГa apenas mayor que el hombre del Servicio Secreto asignado para protegerlo.В Estaba sereno y seguro de sГ mismo.В Se habГa reunido con el Presidente de los Estados Unidos y le habГa exigido respeto.В Ser gobernador de Puerto Rico no era ni menos ni mГЎs que ser gobernador de un estado.В En cierto sentido, era como ser Presidente de un paГs pequeГ±o.В Montcalvo asumiГі bien la responsabilidad.
–Creo que tú y yo no somos tan diferentes como parecemos —dijo Don.
Montcalvo asintiГі. —Estoy de acuerdo, nunca sugerirГa lo contrario.В SГ© que eres un gran hombre.В Pero la Escuela de las AmГ©ricas… Estoy seguro de que os dais cuenta de que aquГ tenemos una gran afinidad por toda AmГ©rica Latina.В Son nuestros hermanos y hermanas.
Don podrГa creerlo. —Por supuesto.
–Caminamos en lГnea —dijo Montcalvo. —Podemos perdonar, pero no podemos…
De repente, una bomba estallГі justo fuera de su ventana.
El sonido fue amortiguado, pero seguГa ahГ.В ВЎBUUUUM!
OcurriГі a su espalda, por lo que no lo vio, pero Don sГ.В Un hombre estaba parado en medio de una multitud apretada y luego explotГі.В Don no lo vio accionar el explosivo, pero vio que los ojos del hombre estaban cerrados, probablemente en oraciГіn.
EstallГі en pedazos, irreconocible en un instante, asГ como las personas a su alrededor.В HabГa un hombre con un niГ±o posado sobre sus hombros…
Una fuerte salpicadura de sangre golpeГі la ventana, justo detrГЎs de la cabeza de Montcalvo.
Entonces Don se quitГі el cinturГіn de seguridad y empujГі a Montcalvo contra el asiento, por puro instinto.В GolpeГі la ventana del compartimiento del conductor.В GritГі al unГsono con el joven agente del Servicio Secreto detrГЎs de Г©l.
–¡Vamos! ¡Vamos! ¡Vamos!
El coche se abriГі paso entre la multitud.В A su alrededor, la gente se arremolinaba, gritaba, habГa rostros ensangrentados apretados contra las ventanas.В EstallГі el fuego.
El primer pensamiento de Don fue para Margaret, que estaba en el coche del Presidente.В No habГa nada que pudiera hacer por ella.В Estos coches eran como fortalezas rodantes, lo sabГa.В Lo mГЎs peligroso era que todos estaban atrapados en una fila, incapaces de moverse.В Si la vida de Margaret se viera amenazada, serГa por este atasco.
ApretГі el cuerpo de Montcalvo hacia abajo, suave ahora, pero muy firme.
–No te levantes, hijo. Quédate abajo.
Se volviГі a mirar al hombre del Servicio Secreto.
–Pon este coche en movimiento. AHORA.
De repente, como por la magia de las palabras de Don, el coche acelerГі.В MirГі a travГ©s del cristal ahumado y por el parabrisas, viendo lo que veГa el conductor.В El coche serpenteaba entre la multitud, la gente se lanzaba hacia las aceras.
El conductor hizo un giro brusco a alta velocidad y se precipitГі por una calle lateral.
Justo delante, una mujer con un niГ±o pequeГ±o estaba parada en la calle adoquinada.В El niГ±o yacГa inerte en sus brazos.В El rostro de la mujer estaba ensangrentado.В Ella estaba gritando.
Iban a atropellarla.
El conductor hizo girar el volante a la izquierda.В El coche se catapultГі por encima de la acera y no alcanzГі a la mujer.В Chocaron contra la pared de un edificio azul de la Г©poca colonial y rebotaron.В Por un segundo, pareciГі que el coche se enderezarГa, pero luego el lado del conductor se levantГі del suelo.
Don sintiГі cГіmo se iba.В ConocГa la sensaciГіn demasiado bien.
Fue lento, lento, lento y luego muy rГЎpido.В El coche volcГі y rodГі.
Don fue lanzado hacia adelante y hacia los lados, su rostro golpeando el vidrio entre los compartimentos.В Luego se estrellГі contra el agente del Servicio Secreto.
Todo se oscureciГі.
ParecГa flotar por el espacio.
AlgГєn tiempo despuГ©s, abriГі los ojos.В El coche estaba volcado sobre el techo.В Don estaba tirado en el techo.В Se llevГі la mano a la cara y saliГі ensangrentada.В Tanto Montcalvo como el hombre del Servicio Secreto estaban cabeza abajo, todavГa atados a sus asientos, con los brazos colgando.
Los ojos de Montcalvo estaban cerrados.
A Don le zumbaban los oГdos.В Estaba mareado.
MetiГі la mano en el bolsillo y sacГі su telГ©fono mГіvil.В El nГєmero de Margaret estaba pre programado.В Lo encontrГі y apretГі el botГіn verde.В SonГі el nГєmero y luego pareciГі que descolgaban.
–¿Cariño? —dijo— ¿Cariño?
No habГa ninguna voz en la lГnea.
Fuera de sus ventanas, la gente pasaba corriendo.В Sobre todo, lo que podГa ver eran sus pies.В Un coche negro pasГі corriendo por la calle, luego otro, miembros de la comitiva presidencial, ahora libres para quemar caucho hacia el aeropuerto.
Don se arrastrГі hacia la puerta, pensando que la abrirГa y pedirГa ayuda.В Pero… sucediГі algo.В PasГі lo que pareciГі mucho tiempo.В AbriГі los ojos y se encontrГі de nuevo tendido en el techo.
Alguien debe estar de camino.В El conductor debe haber llamado.В Don mirГі a travГ©s de la particiГіn y el conductor estaba colgando cabeza abajo, al igual que estos dos tipos en el compartimiento de pasajeros con Г©l.
–¿Hay alguien más despierto por aqu�
CAPГЌTULO SIETE
11:15 h., hora del AtlГЎntico (11:45 h., hora del Este)
Air Force One
Aeropuerto Internacional Luis MuГ±oz MarГn
San Juan, Puerto Rico
—Despacio, despacio —dijo Clement Dixon.
Nadie le hizo caso.В Lo sacaron del coche a empellones.В Dixon era alto, pero una mano fuerte mantenГa su cabeza agachada, de modo que caminaba encorvado.В Una pared de hombres muy altos con chalecos antibalas lo rodeaba por completo.В Avanzaban en grupo hacia el aviГіn.
A travГ©s de la presiГіn de cuerpos a su alrededor, podГa ver el aviГіn azul y blanco en la pista, la bandera estadounidense en la cola, ESTADOS UNIDOS DE AMГ‰RICA a lo largo del fuselaje.
Dixon vislumbrГі el coche cuando lo dejГі atrГЎs, encerrado por vehГculos blindados.В TambiГ©n vio a Tracey Reynolds y Margaret Morris llevadas por dos mujeres con chalecos antibalas.В No rodeadas, ni obligadas a agacharse; al mundo libre no le importaba si una joven ayudante o la esposa de un agente de inteligencia vivГa o morГa.
La escalera aГ©rea estaba bajada.В Los motores del aviГіn ya estaban acelerando.В HacГa calor en el asfalto.В Dixon podГa sentir el sol cayendo sobre Г©l.
–¿Que está pasando? —preguntó.
Al llegar a las escaleras, se dio cuenta de que estaba sin aliento.В SintiГі una punzada de dolor en el pecho.
Ahora no.В Un infarto ahora, no.
SerГa demasiado demodГ©, demasiado ridГculo.В Era lo que los niГ±os llamarГan unВ meme.В Un anciano vive durante dГ©cadas en trabajos estresantes, luego sobrevive a algГєn tipo de asalto violento, solo para morir de insuficiencia cardГaca momentos despuГ©s.
–Hubo un ataque, señor —dijo un hombre. —No estamos seguros de la naturaleza del mismo. La situación es inestable y ahora los estamos evacuando.
–¿Qué pasa con el resto del grupo?
–Ellos encontrarán su propio camino a casa.
–¿CuГЎntos muertos hay? —preguntГі Dixon.В DebГa haber habido muertos, al menos algunos.В Vio a la gente explotar con sus propios ojos.
–No es nuestro cometido, señor. Le conseguiremos a alguien que tenga esa información tan pronto como el avión esté en el aire. ¿Listo para subir las escaleras?
Las escaleras se alzaban sobre Г©l.В Solo habГa una docena de pasos.В Los habГa contado cuando aceptГі el trabajo.В Normalmente, subГa corriendo las escaleras y entraba en el aviГіn, para demostrarle a los medios de comunicaciГіn o espectadores cercanos lo en forma que estaba, para ser un hombre mayor.
Pero no hoy.В Todo, el mundo entero, parecГa deslizarse hacia los lados.В PensГі que vomitarГa.В TropezГі y, durante una fracciГіn de segundo, hubo dos aviones.В Se volvieron a juntar con fuerza.
Un aviГіn, dos aviones, aviГіn blanco, aviГіn azul.
–Me siento un poco mareado —dijo.
Lo cogieron de los brazos y lo llevaron escaleras arriba.В Afortunadamente, sus piernas no temblaban, eso hubiera sido vergonzoso.В Pero sus pies apenas parecГan tocar el suelo cuando los hombres lo llevaron en volandas por las escaleras.
En unos segundos, estaban dentro del aviГіn.В Nadie le preguntГі a dГіnde querГa ir.В En cambio, avanzaron como un solo hombre por el pasillo hasta el estrecho anexo mГ©dico, caminando rГЎpido, Dixon apenas tocaba el suelo.
Pasaron por la puerta estrecha y dos agentes lo dejaron en el asiento de cuero junto a la mesa de reconocimiento.В Era un espacio diminuto, con equipos mГ©dicos cubriendo las paredes.В Dixon sabГa que, en el interior del anexo, una mesa de operaciones podrГa desplegarse de una pared como una cama plegable, llegado el caso.В TenГa la gran esperanza de que nunca llegarГa a necesitarla.
Travis Pender estaba allГ, el mГ©dico a cargo del Air Force One.В Una enfermera estaba a su lado, una mujer de mediana edad.В Su rostro siempre estaba serio.В Dixon la conocГa, pero en ese momento, su mente parecГa…
–Buenos dГas, seГ±or Presidente —dijo.
–Hola —dijo Dixon. Ni siquiera intentó llamarla por su nombre.
Pender era texano, Dixon lo recordaba.В HabГa estado en la Fuerza AГ©rea.В SonreГa alegremente.В Era rubio, muy bronceado, casi anaranjado.В TenГa una gran mandГbula prominente, como un hombre de CromaГ±Гіn.В Dixon, por una larga experiencia, habГa llegado a pensar en una mandГbula como esa como la MandГbula Confiada.В Los hombres con un toque de Neandertal parecГan tener mГЎs confianza en sГ mismos que otros hombres, tanto si esa confianza era merecida como si no.
Por su parte, Pender siempre estaba sonriendo, siempre parecГa contento.В La mandГbula podrГa explicar parte de eso, pero ciertamente no todo.В Los hombres seguros de sГ mismos podГan ser tan cascarrabias como cualquiera, pero Pender no.В Dixon no entendГa a este hombre.
–¿CГіmo se siente, Clem? —dijo el buen doctor. —Ha sido un dГa emocionante, Вїeh?В Me han dicho que se ha mareado un poco.В ВїPerdiГі el conocimiento en algГєn momento?В ВїPuede recordarlo?
A Dixon se le ocurriГі un pensamiento, no era la primera vez.В Pero ahora lo expresГі.
–¿Siempre llama a los Presidentes por su nombre de pila? ¿O solo a m�
En todo caso, la sonrisa de Pender se ensanchó. —Llamo a todo el mundo por su nombre de pila. Todos somos iguales a los ojos de Dios.
Se dirigió a uno de los hombres del Servicio Secreto. —Ayúdame a quitarle la chaqueta y la camisa, ¿de acuerdo?
El hombre del Servicio Secreto se aproximГі a Dixon.
–¡Puedo hacerlo yo! —dijo Dixon— ¡No soy un inválido!
Se quitГі la chaqueta deportiva e inmediatamente se puso a trabajar en los botones de su camisa.В No tenГa sentido luchar contra eso.В HabГa sucedido algo allГ atrГЎs y lo iban a examinar, le gustara o no.
Travis Pender ensanchГі su sonrisa mГЎs que nunca.В Era una sonrisa del tamaГ±o de Texas.
–Ese es el espГritu de “yo puedo”.В Eso me gusta.
Dixon negГі con la cabeza.
–Cállate, Travis. Solo dime si estoy vivo o muerto
LevantГі la mirada y Tracey Reynolds estaba en la puerta.В Dixon sintiГі un poco de alivio al verla.В Tracey se estaba convirtiendo rГЎpidamente en su guardaespaldas, la persona mГЎs fiable de su entorno.В Al mismo tiempo, preferirГa que ella no lo viera sin camisa.В El tono muscular no era uno de sus puntos fuertes.
–¿Te han dejado entrar? —preguntó.
Ella sonriГі.В Sus dientes eran blancos y perfectos, como todo lo demГЎs en ella.
–Me dijeron que es posible que necesite que alguien le coja la mano, en caso de que tengan que sacarle un poco de sangre.
–Estás contratada —dijo el Dr. Pender. —Alguien que pueda seguir el ritmo del sarcasmo de este Presidente tiene un trabajo de por vida.
Clement Dixon reflexionГі sobre la veracidad de esa afirmaciГіn.
* * *
En completa oscuridad, un nivel debajo de Clement Dixon, el hombre sintiГі que el aviГіn comenzaba a moverse.В HabГa pasado meses entrenando para reconocer los movimientos sintiГ©ndose solo.
Unos momentos despuГ©s, el aviГіn acelerГі para despegar.В Luego se levantГі.В SintiГі el ГЎngulo agudo mientras se abrГa paso hacia el cielo, subiendo hacia su altitud de crucero.В Se estremeciГі un poco al atravesar algunas turbulencias.
El hombre abriГі los ojos, pero no hubo cambios en la luz.В Todo a su alrededor era negro como la noche mГЎs profunda.В Estaba vivo y volviГі a sГ mismo.В Su nombre era… su nombre real no importaba.В Le conocГan por elВ nom de guerreВ de Abu Omar.
Su cuerpo estaba terriblemente frГo, pero tambiГ©n se habГa entrenado para resistir esto, durmiendo en temperaturas gГ©lidas una y otra vez.В Apenas podГa sentir sus extremidades.В DespuГ©s de todo, estaba encerrado dentro de un congelador.В Era un truco diseГ±ado para engaГ±ar a los perros rastreadores.В HabГa hombres dentro de todos estos congeladores, encerrados con los filetes, los cortes de pescado y los postres helados.
Se estremeciГі.В RespirГі hondo, poco mГЎs que un jadeo.В No quedaba mucho oxГgeno aquГ.
ВЎHabГa funcionado!В El aviГіn estaba en el aire y Г©l, al menos, estaba dentro del aviГіn.
No estaba muerto, todavГa no.В Por supuesto, era un muyahidГn, un guerrero santo.В Estaba dispuesto a morir en cualquier momento.В Pero en este momento, AlГЎ habГa considerado oportuno que siguiera vivo para poder trabajar para lograr la meta que se le habГa propuesto.
Probablemente muchos habГan muerto para colocarlo en esta posiciГіn y Г©l era consciente de esos sacrificios.В Pero tambiГ©n era consciente de que un gran sacrificio conllevaba una gran responsabilidad y quizГЎs grandes recompensas.
AlcanzГі la cremallera cerca de su cintura.В EncontrГі el mango de metal y lentamente lo subiГі por su pecho y pasГі por su cara.В La luz dГ©bil lo inundГі. ParpadeГі contra ella.В Estaba encerrado en una bolsa de vinilo negro grueso, dentro de una caja de cartГіn pesado, que a su vez estaba encerrada dentro de un arcГіn congelador.
Iba a necesitar algo de trabajo y de tiempo para salir de aquГ.В DespuГ©s de eso, si AlГЎ quisiera, liberarГa a sus compatriotas de sus tumbas congeladas.
El tiempo era esencial, por supuesto, pero sabГa que el trabajo progresarГa con cierta dificultad.В Sus manos eran bloques de hielo, pero no importaba.В El trabajo difГcil nunca le habГa molestado.
Paso a paso, diligentemente, comenzГі.
Cuarenta minutos despuГ©s, siete hombres (Omar y otros seis) estaban reunidos en el oscuro vientre del gran aviГіn.В Todos ellos habГan sido escondidos dentro de congeladores de carne y compartimentos de varios tipos.В Cada compartimento habГa sido diseГ±ado para evadir los esfuerzos de los perros de bГєsqueda y los detectores de metales y explosivos.
Siete hombres habГan sobrevivido, de los ocho originales.В Uno habГa muerto: la muerte por exposiciГіn al frГo y la falta de oxГgeno se entendiГі como una posibilidad real durante las etapas de planificaciГіn.В No se sabГa quГ© lo habГa matado, pero Omar sospechaba que fue el frГo.В Su congelador parecГa mГЎs frГo que los otros y el cadГЎver estaba congelado.
Omar conocГa bien a los hombres que aГєn estaban vivos.В En su mayorГa eran buenos hombres.В Todos eran valientes y tenГan sus habilidades.В Con toda probabilidad, todos morirГan durante esta misiГіn.
Tres hombres llevaban cinturones suicidas en este momento, los cinturones de cuero forrados con explosivos plГЎsticos C-4 y detonadores.В Los detonadores, explosivos primarios en sГ mismos, detonarГan fГЎcilmente, por un impacto, por una caГda, por la exposiciГіn al calor.В Cada uno de los tres hombres tenГa un mechero de plГЎstico para encender los detonadores, que a su vez dispararГan el C-4.В Ninguno de ellos dudarГa en hacerlo.
Estos hombres tambiГ©n habГan colocado grandes cargas de C-4 contra la puerta de carga del propio aviГіn y contra las paredes justo debajo de las alas.В Si los estadounidenses no creГan en la historia que se contaba, si se anunciaba el farol, el C-4 serГa detonado, volarГa la puerta y, si AlГЎ lo deseaba, romperГa las alas.
Omar sabГa que habГa agentes del Servicio Secreto arriba.В En una pelea, estos hermanos no tenГan posibilidades de superar a esos agentes altamente entrenados y fuertemente armados.В ВїPero hacerlos decidir rendirse sin disparar un tiro?
SГ, tal cosa era posible.
MirГі a los hombres.В Todos le devolvieron la mirada.
–¿Estáis preparados para morir? —preguntó.
–Si eso complace a Alá —dijo un hombre.
–Es mi destino.
–Sà —dijo otro hombre simplemente.
Omar asintiГі.В SabГa que el aviГіn ya debГa estar acercГЎndose a HaitГ.В Era la hora.
–Yo tambiГ©n estoy listo.В Os deseo la paz de AlГЎ a todos vosotros.В Le ruego que acepte vuestros sacrificios como yihad y os abra las puertas del paraГso cuando hayГЎis completado vuestra tarea en este reino fГsico.
MirГі al hombre llamado Siddiq.В Siddiq era alto, ancho y fuerte, pero con una barba rala.В Sus ojos eran apagados y no era el hombre mГЎs brillante del grupo.В PodГa ser impulsivo, vicioso e indisciplinado, como un animal salvaje.В TenГa una tendencia a abusar de los prisioneros que quedaban a su cuidado, especialmente de las mujeres.В PodГa infligir dolor y sufrimiento a los demГЎs y no creer que fuera necesario, sino que era divertido.В No le importaba si era necesario o no.
Siddiq necesitaba una mano firme para guiarlo.В Necesitaba un lГder fuerte que lo mantuviera concentrado.В Omar podrГa ser esa mano firme y ese lГder fuerte.В HabГa trabajado antes con Siddiq.В Siddiq con una correa apretada era un crГ©dito para AlГЎ.
ВїSuelto?В Era un problema.
Mejor mantenerlo cerca.
–EnvГa la seГ±al de radio —le dijo Omar. —Estamos listos para el contacto con el enemigo.
CAPГЌTULO OCHO
12:20 h., hora del Este
Sede del Equipo de Respuesta Especial
McLean, Virginia
—Mira lo que trajo el gato —dijo Ed Newsam.
Luke Stone entrГі en la habitaciГіn.В La reuniГіn ya estaba en marcha.
La sala de conferencias, a la que Don Morris se referГa como el Centro de Mando, consistГa bГЎsicamente en una mesa ovalada, de tres metros de largo, con un dispositivo de altavoz montado en el centro.В HabГa puertos de datos donde las personas podГan conectar sus ordenadores portГЎtiles, espaciados cada pocos metros.В HabГa dos grandes monitores de vГdeo en la pared.
Trudy Wellington levantГі la vista cuando Luke entrГі.
Llevaba una blusa y pantalones de vestir, como si ayer no se hubiera ido a casa despuГ©s del trabajo.В Era casi como si viviera aquГ.В Llevaba sus gafas rojas encima de la cabeza.В Estaba introduciendo informaciГіn en el portГЎtil que tenГa delante.
–¿Cómo lo has sabido? —preguntó ella.
Luke negГі con la cabeza. —No lo sabГa.В EscuchГ© algo, eso es todo, pero con muy pocos detalles.В Se suponГa que era algo completamente diferente: un secuestro, no un ataque.В Nunca hubiera adivinado nada de esto.
Luke pensГі en la llamada telefГіnica que habГa recibido.В Murphy sabГaВ algo,В pero estaba equivocado.В A menos que este ataque fuera en realidad un intento fallido de secuestro, la informaciГіn estaba simplemente equivocada.В QuizГЎs Murphy lo habГa escuchado mal, o se lo habГan traducido incorrectamente.В O tal vez Aahad pensГі que sabГa lo que estaba pasando, pero lo que sabГa era incorrecto.В Era imposible precisarlo en este momento.
Luke mirГі alrededor de la habitaciГіn.В El gran Ed Newsam, con jeans azules y una camiseta negra lisa de manga larga que abrazaba la parte superior de su cuerpo, estaba desplomado en una esquina.В Mark Swann estaba aquГ tambiГ©n, en una terminal de ordenador y con los auriculares puestos.
Swann estaba de espaldas a Luke en un ГЎngulo, probablemente lo suficiente para ver a Luke por el rabillo del ojo.В Llevaba gafas de aviador amarillas y una larga cola de caballo.В Llevaba una camiseta holgada que decГaВ El obstГЎculo es el camino.В LevantГі una mano a modo de saludo, pero no se dio la vuelta.
HabГa otras personas del Equipo de Respuesta Especial, llamadas por Trudy tan pronto como tuvo lugar el ataque.
–¿Cómo está Don? —preguntó Luke.
Trudy se encogió de hombros. —Pregúntale tú mismo.
Hizo un gesto hacia el aparato del altavoz en el centro de la mesa de conferencias.В ParecГa un gran pulpo negro o una tarГЎntula.
Luke lo miró. —¿Don?
–¿CГіmo estГЎs, hijo? —llegГі una voz incorpГіrea de la araГ±a.В ParecГa metГЎlica y distante, pero, sin lugar a dudas, era el ladrido canoso de Don, todavГa con un toque del sur.
–Estoy bien, ¿y tú?
–Bien. Estoy aquà con Luis Montcalvo, el gobernador de Puerto Rico. Quedó inconsciente en el choque, pero parece estar bien. Estoy en el hospital de San Juan, en el pasillo, fuera de la habitación de Montcalvo en este momento, a punto de tener una conferencia telefónica con la Casa Blanca.
–¿Cómo está Margaret? —dijo Luke, un poco sorprendido de que Don no la hubiera mencionado.
–Ella estГЎ bien, gracias a Dios.В Un poco afectada emocionalmente, segГєn me han dicho, pero no estГЎ herida.В TodavГa no he podido hablar con ella.В Ella iba en el coche del Presidente, asГ que estГЎ en el Air Force One, rodeada por el Servicio Secreto y el aviГіn ya estГЎ en el aire, regresando a DC.В Por eso estoy agradecido.В Supongo que tomarГ© el prГіximo People's Express y me reunirГ© con ella en cuanto logre salir de aquГ.
–Don no se conmueve fácilmente —dijo Trudy.
Luke medio sonrió. —Ya lo sé.
–Tiene una muñeca rota y conmoción cerebral —dijo Trudy. —También perdió el conocimiento, cosa que se olvidó de mencionar. Era un macho y se negó a recibir atención médica más allá de que le arreglaran los huesos de la muñeca.
–Estoy bien —dijo Don. —Ya me habГa roto el crГЎneo antes, me habГan llenado de agujeros de bala y, de alguna manera, salГ adelante.
–Creo que entonces eras un poco más joven —dijo Trudy.
Luke sonriГі por completo ahora, pero no se rio.В Casi no podГa creer las cosas que Trudy le decГa a Don Morris.В AВ Don Morris.В Г‰l era su jefe, pero ella sonaba como su madre.В O su amante.
Luke decidió cambiar de tema. —¿Cuántas bajas?
–Quince muertos en el Гєltimo recuento —dijo—, docenas de heridos, incluidas algunas heridas espantosas, miembros destrozados y cosas por el estilo, tГpicas de las bombas que estallan en lugares concurridos.
–Fue un espectГЎculo dantesco —dijo Don. —El tipo se inmolГі justo al lado de nuestra ventana.В Creo que su rostro rebotГі contra el cristal.В ParecГa una cara.В Los coches de la comitiva presidencial estГЎn hechos para resistir, te lo puedo asegurar.
Luke negó con la cabeza. —¿Atraparon a alguno de los atacantes?
–Hasta ahora —dijo Ed Newsam—, parece que todos se inmolaron o cayeron en una lluvia de balas.В Pero eso no es cien por cien seguro, podrГa haber algunos todavГa en libertad.В Nadie parece saberlo.
Luke habГa ido corriendo a la llamada de Trudy, pero realmente no veГa lo que podГa hacer el Equipo de Respuesta Especial.В El ataque se habГa producido a cinco horas en aviГіn.В Todo habГa terminado, los terroristas estaban muertos o huyendo y el Presidente, con Margaret a remolque, estaba a salvo a bordo del Air Force One y se dirigГa a casa.
Don y Margaret habГan quedado atrapados en el fuego cruzado y eso era sorprendente, pero tambiГ©n parecГa que estaban bien.
Luke luchó contra el impulso de decir: —¿Qué estamos haciendo?
En cambio, dijo: —¿Don? ¿Qué opinas de esto?
Don no lo dudó. —Lo que sea que haya pasado aquà hoy, quiero intervenir. No me gusta que me hagan volar, me disparen y me hagan volcar en la calle. No me agrada que mueran personas inocentes, para que algunos sinvergüenzas puedan demostrar algo. No me complace que el Presidente de los Estados Unidos sea blanco de fanáticos, especialmente cuando Margaret viaja con él, aunque ese Presidente y yo no estemos de acuerdo en todos los asuntos. Si va a haber una venganza y creo que la habrá, entonces quiero participar en el juego.
Hizo una pausa. —¿Os suena justo a todos?
Ed Newsam asintiГі. —A mГ, sГ.
–¿Luke?
Luke asintió. —Por supuesto, por supuesto.
–Agresión incontrolada —dijo Don. —No aguantará. Y tendremos una mano preparada para devolverla.
Luke tenГa sus propias razones para querer involucrarse.В Le habГan dado una pista de lo que se avecinaba y no habГa actuado en consecuencia.В Murph habГa confiado lo suficiente en la informaciГіn como paraВ dejar de fingir estar muerto, probablemente un gran paso para alguien como Г©l y aun asГ Luke no habГa actuado.
Tal vez no hubiera podido hacer nada, pero la verdad era que apenas lo habГa intentado.В De hecho, Г©l y Trudy se lo habГan tomado como una broma.В Era posible que eso le hubiera costado la vida a mucha gente.В No querГa incidir en eso en este momento, pero no le sentaba bien.
–Está bien —dijo Don—, me están llamando. Están casi listos para la llamada de la Casa Blanca. Si se presenta la oportunidad, voy a dedicar nuestros recursos a esto.
Don estaba a punto de colgar cuando Swann se dio la vuelta.В Se quitГі los auriculares y mirГі a todos en la habitaciГіn.В Luego se quedГі mirando el pulpo de plГЎstico negro sobre la mesa, como si le preocupara su presencia allГ.В ParecГa casi alarmado, como si esperara que el pulpo comenzara a moverse.
–He estado vigilando las comunicaciones desde el PentГЎgono, Langley, la sede del FBI, la ASN y la Casa Blanca.В Han llegado mГЎs malas noticias en los Гєltimos dos minutos.В Peor que todo lo que hemos escuchado durante todo el dГa.
Todos en la habitaciГіn miraron a Swann.
DudГі antes de decir otra palabra.В SeguГa mirando al pulpo.В De repente, Luke se dio cuenta de que realmente estaba mirando a Don.
–Sácalo fuera, hijo, —dijo Don.
Swann asintiГі solemnemente.
–El Air Force One ha sido secuestrado —dijo.
CAPГЌTULO NUEVE
12:51 h., hora del Este
Gabinete de Crisis
La Casa Blanca, Washington, DC
—Otra pesadilla mГЎs —dijo Thomas Hayes en voz baja. —¿Se terminarГЎ algГєn dГa?
Hayes, Vicepresidente de los Estados Unidos, recorrГa los pasillos del ala oeste hacia el ascensor que lo llevarГa al Gabinete de Crisis.
Acababa de recibir la noticia.В No solo habГa habido un ataque terrorista en la ruta de la comitiva presidencial en el Viejo San Juan, ahora parecГa que el Air Force One habГa sido secuestrado con Clem Dixon a bordo.
Las brechas de seguridad dejaron a Hayes sin palabras.В Varias cabezas iban a rodar por esto y Г©l serГa el encargado de hacerlo.В Casi podГa imaginarse que el Servicio Secreto, o tal vez alguna otra agencia, hubiera permitido que sucediera a propГіsito.В Clem Dixon era el Presidente mГЎs liberal desde Lyndon B. Johnson.В Ellos,В quienesquiera que fueran, podrГan quererlo muerto.
Hayes no confiaba en las fuerzas de seguridad, militares o civiles, de los Estados Unidos.В Nunca habГa ocultado ese hecho.
Tampoco habГa ocultado nunca el hecho de que tenГa sus planes para la presidencia.В Pero no asГ, Clem Dixon era su amigo y, ademГЎs, un aliado.В Con sus dГ©cadas en la CГЎmara y su compromiso con la justicia econГіmica, ambiental y racial, era una inspiraciГіn.В Hayes querГa que Dixon lograra un Г©xito total como Presidente.В Y luego, Hayes querГa convertirse en Presidente.
Pero, por supuesto, los medios de comunicaciГіn nunca lo presentarГan de esa manera, como tampoco lo harГan sus oponentes en Washington.В No, intentarГan hacer parecer que el propio Thomas Hayes habГa secuestrado el aviГіn.В Y Dios no quiera que Clem muriera…
DecidirГan que Thomas Hayes y Osama bin Laden eran primos, escondidos juntos en la misma cueva.
Un grupo de personas caminaba con Г©l, delante, detrГЎs, a su alrededor: ayudantes, becarios, agentes del Servicio Secreto, personal de diversos tipos.В No tenГa idea de quiГ©nes eran la mitad de estas personas.В Todos eran mucho mГЎs bajos que Г©l, muchos eran una cabeza mГЎs bajos o incluso mГЎs.В Г‰l era como un dios entre ellos, un guerrero y ellos eran como gnomos.
Esta gente quiere destrozarme.
El pensamiento le vino con una fuerza tremenda.В Era casi como si se lo hubieran lanzado encima.В La idea de que alguien intentarГa quebrarlo, o incluso que pudiera hacerlo, era un intruso no deseado en su mente.В Era el tipo de cosas que nunca se le habrГan ocurrido en el pasado, ni siquiera en el pasado reciente.
Hace un tiempo habГa sido la persona mГЎs optimista que conocГa.В No, eso no era del todo exacto.В Probablemente habГa sido la persona mГЎs optimista de los Estados Unidos.
Desde sus primeros dГas, siempre habГa sido el mejor, en todos los lugares donde se encontraba.В El mejor alumno del instituto de secundaria, presidente del cuerpo estudiantil.В Summa cum laude en Yale, summa cum laude en Stanford.В Becario Fulbright.В Presidente del Senado del Estado de Pennsylvania.В Gobernador de Pennsylvania.
Ahora era Vicepresidente, puesto que habГa aceptado a peticiГіn de Clem Dixon.В En los Гєltimos meses, habГa comenzado a parecer cada vez mГЎs una prueba de lo real.В Clem era viejo y estaba cansado.В Lo habГan empujado al papel de Presidente y, algunos dГas, parecГa que su corazГіn simplemente no aguantaba.В Puede que no se presente a las elecciones cuando termine este perГodo.
Pero a medida que Thomas Hayes se acercaba cada vez mГЎs al escenario principal, la resistencia se volvГa cada vez mГЎs cruel.В Eso es lo que nunca te dicen; a la gente le encanta usarte de blanco.В Hayes lo habГa experimentado como gobernador, pero palidecГa en comparaciГіn con lo que habГa probado como Vicepresidente.В Si ya era asГ, ВїcГіmo serГa cuando finalmente se convirtiera en Presidente?
Siempre habГa creГdo que podГa encontrar la soluciГіn adecuada a cualquier problema.В Siempre habГa creГdo en su poder de liderazgo.В Es mГЎs, siempre habГa creГdo en la bondad inherente de las personas.В Esas creencias, especialmente la Гєltima, se fueron desvaneciendo rГЎpidamente a medida que pasaban los meses.
PodГa soportar las largas jornadas.В PodГa manejar los diversos departamentos y la vasta burocracia.В Aunque habГa muy poca confianza, parecГa haber cierto respeto entre Г©l y el PentГЎgono.В La sopa de letras de agencias probablemente lo odiaban.В Pero Г©l aГєn no habГa intentado quitarles la financiaciГіn y ellas no habГan intentado matarlo. PodrГa llamarse un equilibrio de terror.
PodГa vivir con el Servicio Secreto a su alrededor las veinticuatro horas del dГa, entrometiГ©ndose en todos los aspectos de su vida.
Pero los medios de comunicaciГіn habГan comenzado a despedazarlo y todo fue por nada.В TenГa poco que ver con sus creencias arraigadas o sus polГticas administrativas.В Fueron solo ataques ad hominem a su personalidad yВ su apariencia.
Esto era de lo mГЎs vulgar.
Era un hombre bien parecido, lo sabГa.В No se escala tan alto en el mundo sin una apariencia decente.В Pero tambiГ©n habГa nacido con una nariz un poco mГЎs grande que la media.В Anteriormente, la gente se referГa a una nariz como la suya como nariz “romana”.В Ahora, los caricaturistas editoriales de Washington insistГan en dibujarla del tamaГ±o de un pepino.В Los dibujantes de Filadelfia, Pittsburgh, Harrisburg y de todo el estado nunca habГan hecho tal cosa.В La forma en que algunos de los dibujantes de DC la dibujaban era francamente obscena.В ВЎParecГan estar tratando compitiendo entre sГ al exagerar el tamaГ±o de la nariz de Thomas Hayes!В Era una de las cosas mГЎs infantiles que jamГЎs habГa experimentado.
Mientras tanto, los redactores se deleitaban en burlarse de él como parte de la “élite del club de campo”, como un “liberal de limusinas” y como “nieto de los barones ladrones”.
SГ, su familia habГa sido propietaria de acerГas en el oeste de Pennsylvania y de los ferrocarriles que transportaban ese acero por todo el paГs.В SГ, su bisabuelo habГa desplegado matones rompehuelgas contra sus propios empleados.В Y sГ, Thomas Hayes habГa disfrutado de una educaciГіn privilegiada como resultado de esta riqueza.
Pero, Вїeso significaba que no podГa estar a favor de unos salarios dignos para los trabajadores modernos, ni de los derechos de las mujeres, ni de la protecciГіn del medio ambiente, ni de encontrar soluciones diplomГЎticas en lugar de invadir todos los paГses que nos hacГan una mueca?
Aparentemente, a los ojos de los medios, esto lo convertГa en una especie de hipГіcrita.
Bueno, serГЎ mejor que se acostumbren.В Thomas Hayes habГa llegado para quedarse.В AlgГєn dГa iba a ser Presidente.В OjalГЎ no fuera hoy, pero se acercaba el dГa y, cuando ese dГa llegara, los medios iban a tener que empezar a tratarlo mejor.В Se lo exigirГa.В La libertad de expresiГіn era una cosa, pero el ridГculo sin sentido era otra muy diferente.
El ascensor se abriГі al Gabinete de Crisis, una sala de forma ovalada.В Era sГєper moderna, configurada para optimizar al mГЎximo el espacio, con pantallas grandes incrustadas en las paredes cada medio metro y una pantalla de proyecciГіn gigante en la pared del fondo al final de la mesa.
Todos los asientos de cuero afelpado de la mesa estaban ocupados, excepto dos.В Uno era para Thomas Hayes.В El otro, simbГіlicamente vacГo, era para el Presidente de los Estados Unidos.В Hayes se armГі de valor contra ese vacГo.
Iban a traer de vuelta a Clem Dixon, sano y salvo.
La atestada sala se quedГі en silencio.В Thomas Hayes, con su metro noventa y ocho de alto y ancho de hombros, llamaba la atenciГіn.В Siempre lo habГa hecho.В Cuando era joven, habГa sido de complexiГіn fuerte, capitГЎn del equipo de remo, tanto en la escuela secundaria como en Yale.
Todos los ojos estaban puestos en Г©l.
InspeccionГі la habitaciГіn.В El secretario de Defensa, Robert Altern, estaba aquГ, asГ como el asesor de Seguridad Nacional, Trent Sedgwick, el Secretario de Estado, el secretario de Interior y el director de la CIA.В HabГa una multitud de otras personas, incluidos militares rectos de uniforme, algunos de ellos de pie porque no habГa mГЎs asientos.В HabГan permanecido de pie todos sus aГ±os de West Point, no importarГa que estuvieran de pie un rato mГЎs.
En la mesa de conferencias habГa varios mecanismos de altavoz.В Hayes imaginГі que habГa docenas de personas escuchando esta reuniГіn.
Los señaló. —¿Están esas cosas en silencio?
MirГі alrededor de la habitaciГіn a varios pares de ojos, todos muy abiertos y temerosos.
Un hombre asintiГі. —SГ, seГ±or.
Otro hombre, con un uniforme de gala verde, estaba en la cabecera mГЎs alejada de la mesa.В Llevaba el pelo muy corto.В Su rostro estaba reciГ©n afeitado, como si el bigote no se atreviera a aparecer allГ.В Era el General Richard Stark, del Estado Mayor Conjunto.
A Thomas Hayes no le importaba mucho Richard Stark.В No era de extraГ±ar, por lo general, no le importaban los militares.
Se deslizГі en el asiento reservado para el Vicepresidente.В La ausencia de Clement Dixon cobrГі gran importancia.В Г‰l y Dixon habГan estado pisoteando a estos tipos en las Гєltimas semanas, como era su deber.В Los civiles estaban a cargo del gobierno y los militares respondГan ante los civiles.В A veces parecГan olvidarlo.
MirГі a Richard Stark.
–Está bien, Richard —dijo—, saltémonos las presentaciones, las sutilezas y los preliminares. Solo dime qué está pasando.
Stark se puso un par de gafas de lectura.В MirГі las hojas de papel que tenГa en la mano.В Puso una encima.
–Hace poco menos de veinte minutos —dijo—, recibimos un mensaje de una red de comunicaciones utilizada por los lГderes talibanes.В Hemos utilizado este mГ©todo para comunicarnos con ellos anteriormente.В El mensaje fue transmitido desde tierras tribales en el este de AfganistГЎn, en las tierras altas a lo largo de la frontera con PakistГЎn.В Hemos identificado la ubicaciГіn de la transmisiГіn, pero las imГЎgenes de satГ©lite no muestran que haya nada allГ.В Posiblemente, la transmisiГіn provenГa de otro lugar y se enrutaba a travГ©s de una estaciГіn de conmutaciГіn remota que ocupa poco espacio.В O tal vez hay una instalaciГіn subterrГЎnea en…
–¡Richard! —dijo Thomas Hayes.
El general lo mirГі.
Era un hГЎbito de estos chicos.В Siempre estaban tratando de localizar ubicaciones y objetivos.В El mundo entero era una diana gigante para ellos.
–Eso no me importa. Ya bombardearemos a alguien después. Háblame del avión.
Stark asintiГі.В Hayes ya podГa ver que, si Г©l y Stark trabajaban juntos algГєn dГa, habrГa una cierta tensiГіn.
–El mensaje que recibimos es que hay hombres, terroristas suicidas, a bordo del Air Force One.В EstГЎn en la bodega de carga, debajo del nivel de pasajeros y llevan explosivos plГЎsticos encima, suficientes para derribar el aviГіn y matar a todo el mundo a bordo.В CГіmoВ pudieron llegar allГ es un problema para otro momento, obviamente, pero parece que hubo violaciones de seguridad en el aeropuerto de San Juan.В AdemГЎs, las ofensivas terroristas a lo largo de la comitiva presidencial esta maГ±ana fueron algo mГЎs que ataques.В Eran un sofisticado diseГ±o de desvГo de atenciГіn, para sembrar confusiГіn y hacer que el Air Force One despegara rГЎpidamente, realizando solo controles mГnimos de seguridad antes del vuelo.
Hayes absorbiГі la informaciГіn.В Sofisticado.
La palabra le llamГі la atenciГіn.В Por lo que Г©l sabГa, mГЎs de una docena de personas habГan muerto a lo largo de la ruta de la comitiva y cientos mГЎs resultaron heridas.
Fue un acto bГЎrbaro, un ataque terrorista exitoso por derecho propio.В Pero aparentemente, tambiГ©n era sofisticado.В El asintiГі.В Bueno, ya veremos.
–¿Sabemos a ciencia cierta que hay hombres en el avión?
Stark asintiГі. —Les pedimos que nos presentaran pruebas.В Ofrecieron enviar a uno de sus hombres a lo alto de las escaleras, entre la bodega de carga y la cabina de pasajeros.В Acordamos no matar al hombre ni ponerlo bajo custodia.В Mantuvieron su palabra y nosotros tambiГ©n.В Los agentes del Servicio Secreto abrieron la puerta y el hombre ya estaba allГ.В Esto sugiere que la prueba fue preparada de antemano y es posible que los talibanes no estГ©n en contacto continuo con los secuestradores.В La interacciГіn durГі treinta segundos o menos.В El hombre parecГa ser de ascendencia ГЎrabe.В Llevaba un chaleco suicida, cargado con varios paquetes, de lo que un hombre del Servicio Secreto con experiencia en las Fuerzas Especiales pensГі que era un explosivo plГЎstico C-4 o similar.В El agente considerГі que el conjunto consistГa en varios bloques de demoliciГіn M112, o su equivalente, junto con detonadores estГЎndar de fГЎcil igniciГіn, posiblemente acida de plomo.
Hubo un estallido de parloteos en toda la habitaciГіn.
Richard Stark levantГі una mano.
Las voces comenzaron a amainar.В Esto estaba lleno de gente, habГa demasiada gente presente.В A Thomas Hayes le preocupaba la cantidad de personas apretujadas en este espacio reducido.В Si lo pensaba, le resultaba preocupante que el Gabinete de Crisis de la Casa Blanca, en los Estados Unidos de AmГ©rica, fuera tan pequeГ±o como en realidad era.
–¡Silencio! —gritó.
El ruido se apagГі instantГЎneamente.
–Por favor, continúa —dijo.
–Ese es el único contacto que hemos tenido con los secuestradores hasta ahora —dijo Stark. —Pero a partir de esa breve interacción, podemos evaluar que hay un número desconocido de atacantes en el avión y que tienen consigo lo que parecen ser explosivos de alta potencia.
–¿Pueden los pilotos despresurizar el ГЎrea de carga? —preguntГі Hayes. —¿Congelarlos o privarlos de oxГgeno?
Stark negГі con la cabeza. —Es una buena pregunta.В SГ, se puede hacer.В Pero la comunicaciГіn que recibimos de los talibanes advierte claramente de que ya se han colocado explosivos por toda la bodega de carga en lugares vulnerables y pueden detonarse muy rГЎpidamente, en una reacciГіn en cadena.В Cualquier intento de privar de oxГgeno a la cГЎmara, o bajar la temperatura, serГЎ detectado y resultarГЎ en que los atacantes detonen el aviГіn inmediatamente.
–¿Qué quieren? —dijo Hayes. —Si no volaron el avión de inmediato, deben querer algo.
Stark asintiГі. —Quieren que el Air Force One aterrice en elВ Aeropuerto Internacional Toussaint LouvertureВ en Puerto PrГncipe, HaitГ.В Cuando aterrice en HaitГ, quieren que todo el Servicio Secreto y cualquier otro personal de seguridad entregue sus armas y desembarque.В Quieren que los pilotos, el Presidente y cualquier personal civil permanezcan en el aviГіn.В Todo esto debe realizarse bajo su supervisiГіn.В Luego, quieren autorizaciГіn para despegar de nuevo y continuar hacia un destino aГєn desconocido.
Varias personas en la habitaciГіn negaban con la cabeza.
–No creo que podamos permitirlo —dijo Hayes.
Pero ya no estaba seguro.В Ciertamente, era probable que Stark y los otros militares en la habitaciГіn le dieran opciones para un intento de rescate, uno que probablemente conducirГa a un baГ±o de sangre.
–Esto es según los intermediarios talibanes —dijo Stark. —Cualquier desviación del plan, tal como se ha descrito, resultará en la detonación de los explosivos y la destrucción del avión en una tormenta de fuego.
Stark levantГі la vista de sus papeles y mirГі por encima de sus gafas de lectura.
–Como estoy seguro de que se puede imaginar, si se destruye el Air Force One, la pérdida de vidas será significativa.
–¿Cuántas personas hay a bordo?
Stark mirГі sus papeles.
–Actualmente hay dieciséis personas en el avión. Ocho agentes del Servicio Secreto, dos pilotos, un miembro de la tripulación de cabina, el médico del Air Force One y una enfermera del personal. El Presidente, su asistente personal y otro civil. Tuvimos suerte en el sentido de que la comitiva se interrumpió, por lo que el avión despegó precipitadamente, dejando a veinticuatro miembros adicionales del séquito presidencial, un piloto adicional y otros tres miembros de la tripulación de cabina en Puerto Rico.
–¿Cuánto tiempo tenemos? —preguntó Hayes.
–¿Efectivo? —respondiГі Stark. —Ninguno.В El aviГіn puede estar en Puerto PrГncipe dentro de veinticinco minutos, tal vez menos.В Parece claro que ya lo saben.В Si tratamos de retrasar el plazo, podrГan decidir volar el aviГіn.
–¿Otras opciones?
Stark negГі con la cabeza. —Pocas.В Hasta ahora, no hay forma de comunicarse o negociar con los secuestradores reales.В Es probable que esto se haya diseГ±ado asГ, para mantenernos en la oscuridad y asegurarse de que nuestros negociadores de rehenes no puedan hablar a los secuestradores.В Mientras tanto, nuestros acuerdos con el nuevo gobierno haitiano implican que hemos retirado a todas nuestras tropas de mantenimiento de la paz.В No podemos poner tropas sobre el terreno en veinticinco minutos a partir de ahora y solo queda un pequeГ±o contingente de asesores y observadores de las Naciones Unidas en el paГs.В HaitГ es bГЎsicamente un estado fallido.В Su infraestructura aeroportuaria se estГЎ desmoronando.В Nuestras evaluaciones sugieren que ni siquiera tienen un equipo de extinciГіn de incendios adecuado en el lugar y que es probable que el personal de seguridad estГ© mal entrenado, sea corrupto, propenso a estallidos de violencia descontrolada, o todo a la vez.В No podemos confiar en el ejГ©rcito o la policГa haitianos para llevar a cabo una operaciГіn en nuestro nombre.
Hayes se sorprendiГі al escuchar esto de Richard Stark.
–¿No hay equipo de comandos de operaciones especiales? —dijo, solo medio en broma. —¿No hay escuadrones de Rangers cayendo del cielo?
Stark hablaba en serio. —Operativamente, eso no funcionarГa.В Tenemos las manos atadas y creemos que los secuestradores eligieron HaitГ por esa razГіn.В No tenemos informaciГіn sobre los atacantes.В No tenemos gente en el lugar.В Tenemos una capacidad limitada para cooperar con el gobierno haitiano y no estГЎ claro si el gobierno haitiano siquiera controla el aeropuerto en un dГa cualquiera.В Varios balas perdidas, seГ±ores de la guerra locales y mafiosos parecen ejercer su influencia allГ a voluntad.В Mientras tanto, un solo retraso, falta de comunicaciГіn o paso en falso podrГa provocar un desastre.
Hizo una pausa y suspiró, mirando sus papeles. —Por mucho que odie decir esto, recomendamos dejar que el avión aterrice, sacar a todos los agentes del Servicio Secreto del avión y luego dejar que despegue de nuevo. Podemos rastrearlo fácilmente hasta su destino final. Tendrán que aterrizar en algún momento. Quizás el destino ofrezca mejores opciones de intervención y rescate.
VolviГі a mirar a Thomas Hayes.
–No creo que puedan hacer desaparecer un avión tan grande.
CAPГЌTULO DIEZ
13:10 h., hora del Este
Sede del Equipo de Respuesta Especial
McLean, Virginia
—¡Hijo de puta! —dijo Don Morris.
Luke mirГі al pulpo negro en la mesa de conferencias.В La habitaciГіn estaba sumida en un silencio sepulcral mientras Don despotricaba.В Luke nunca lo habГa escuchado asГ.В En todos los aГ±os que lo conocГa, habГa visto a Don enfadado, pero siempre estaba controlado.
Esta vez, no.
–El estado de preparaciГіn de todo este paГs es una maldita broma.В Se lleva a cabo una comitiva presidencial a travГ©s de calles estrechas, construidas en el siglo XVI y bordeadas por miles de personas.В Un ataque terrorista asusta tanto al Servicio Secreto y la Fuerza AГ©rea que el aviГіn despega sin controles de seguridad dobles o triples, antes del vuelo.В ВїNo se les ocurre a estas personas que estos grupos terroristas ya nunca hacen un solo ataque?В ВЎLos ataques siempre se hacen en grupo!В ВЎSiempre!
Luke mirГі alrededor de la habitaciГіn.В Trudy,В Ed,В Swann y algunos otros.В Luke se sintiГі enfermo.В Los ojos de los demГЎs sugerГan que sentГan lo mismo.
Swann parecГa mГЎs que enfermo.В ParecГa afligido.В La esposa de Don estaba en ese aviГіn y nadie podГa hacer nada al respecto.
La respiración de Don era ruidosa por teléfono. —Las clases vacilantes en la Casa Blanca calificaron el ataque de sofisticado, pero no lo fue. Es el procedimiento operativo estándar actual de estos grupos. LO SABEMOS. ¿Por qué seguimos aprendiendo cosas que ya sabemos?
Por un segundo, casi sonГі como si se estuviera ahogando.
–Es culpa mГa —dijo. —Yo lo sГ©.В Anoche tuve unas palabras con el gobernador de Puerto Rico.В Fue despuГ©s de las bebidas.В ГЌbamos en el mismo coche para enderezarlo.В Cosas de gallitos.В Si no lo hubiera hecho, habrГa estado en el coche con Margaret… estarГa en ese aviГіn ahora…
Se apagГі.
–Don, no es culpa tuya —dijo Trudy.
No habГa una respuesta fГЎcil.В Nadie sugiriГі que, si estuviera en el aviГіn, Don estarГa tan indefenso como los demГЎs agentes del Servicio Secreto.В Nadie lo creГa, de todos modos.
–Don —dijo Luke—, voy a hablar solo por mГ, pero quiero que sepas que harГ© cualquier cosa, por cualquier medio disponible, para que Margaret regrese sana y salva.В MorirГ© por hacerlo.В Lo harГ©, aunque mi propio gobierno diga que tiene otros planes.
Era consciente de cada palabra.В Se rebelarГa, desobedecerГa Гіrdenes, cabalgarГa hasta el lГmite.В El Presidente era una cosa y, probablemente, el hombre mГЎs importante de la Tierra.В Pero, en este momento, era solo la segunda persona mГЎs importante.В Si Don habГa sido como un padre para Luke, entonces, en cierto sentido, Margaret habГa sido como…
Ni siquiera podГa pensarlo.
Luke estaba en la arena ahora.В No habГa otra salida mГЎs que la victoria o la muerte.
–Yo harГ© lo mismo —dijo Ed Newsam.В Los ojos de Ed eran feroces, elГ©ctricos.В Luke pensaba que Ed podrГa ser el hombre mГЎs peligroso del mundo.В Se sintiГі bien al escucharle.
–Yo también —dijo Swann.
–Yo tambiГ©n —dijo un joven de cabello oscuro.В Luke lo conocГa un poco: Brian Deckers.В HabГa hecho una incursiГіn en helicГіptero con Luke en West Virginia, el dГa que encontraron el cuerpo del Presidente anterior, David Barrett.В Deckers era un buen chico, se habГa desenvuelto bien ese dГa.
Estaba bien.В Para Don era importante saber que su gente le respaldaba.
–Van a aterrizar en Haità en cualquier momento —dijo Don. —Entonces el Servicio Secreto va a desembarcar del avión. Luego, el avión despegará nuevamente, rumbo a un lugar desconocido. Parece que ahora mismo vamos a entregar todo el paquete sin disparar un solo tiro. Quizás eso sea lo mejor, pero…
Luke asintiГі.В Ahora era el momento.
–Puede que yo sepa a dónde van —dijo.
* * *
Don Morris colgГі el telГ©fono.В Lo cerrГі de golpe y se lo guardГі en el bolsillo.
AГєn le zumbaban los oГdos y le dolГa la muГ±eca rota.В SentГa un dolor, como de un diente podrido, alojado dentro de su crГЎneo.В Cada vez que se levantaba, lo invadГa una oleada de mareos.В Cada pocos segundos, su visiГіn se oscurecГa en los bordes y sentГa que se iba a desmayar.В Dios.В Nunca se habГa sentido tan viejo en su vida.
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