Читать онлайн книгу "Gloria Principal"

Gloria Principal
Jack Mars


La Forja de Luke Stone #4
"Uno de los mejores thrillers que he leído este año".. – Críticas de Libros y Películas (referente a Por Todos Los Medios Necesarios).? En GLORIA PRINCIPAL (La Forja de Luke Stone – Libro nº 4), un thriller de acción innovador del número 1 en ventas Jack Mars, el Presidente es tomado como rehén a bordo del Air Force One. Se desata una cadena de acontecimientos impactantes cuando el veterano de élite de las Fuerzas Delta, Luke Stone, de 29 años, y el Equipo de Respuesta Especial del FBI pueden ser los únicos capaces de traerlo de vuelta. Pero en un thriller lleno de acción repleto de giros y acontecimientos espeluznantes, el destino y la extracción pueden ser aún más dramáticos que el viaje en sí. GLORIA PRINCIPAL es un thriller militar inigualable, de los que no se pueden dejar de leer, un viaje de acción salvaje que te dejará pasando las páginas hasta altas horas de la noche. Precursora de la SERIE DE THRILLER LUKE STONE, número 1 en ventas, esta serie nos muestra cómo comenzó todo, una serie fascinante del famoso autor Jack Mars, considerado "uno de los mejores autores de suspense"… "Thriller en su máxima expresión".. –Midwest Book Review (referente a Por Todos los Medios Necesarios).? También está disponible la SERIE DE THRILLER LUKE STONE, número 1 en ventas, de Jack Mars (compuesta por 7 libros), que comienza con Por Todos los Medios Necesarios (Libro nº 1), ¡una descarga gratuita con más de 800 reseñas de cinco estrellas!





Jack Mars

GLORIA PRINCIPAL




GLORIA PRINCIPAL




(LA FORJA DE LUKE STONE – LIBRO 4)




JACK MARS




TRADUCIDO POR: CARMEN LIÑÁN GRUESO



Jack Mars

Jack Mars es el autor de la serie de thriller de LUKE STONE, nГєmero uno en ventas de USA Today, que incluye siete libros.В TambiГ©n es el autor de la nueva serie de precuelas LA FORJA DE LUKE STONE, que comprende tres libros (y subiendo);В y de la serie de suspense de espГ­as AGENTE ZERO, que comprendeВ sieteВ libros (y subiendo).



A Jack le encanta saber de ti, asГ­ que no dudes en visitarВ www.jackmarsauthor.com (http://www.jackmarsauthor.com/)В para unirte a la lista de correo electrГіnico, recibir un libro gratis, otros regalos, conectarte en Facebook y Twitter, ВЎy mantener el contacto!



Copyright В© 2019 por Jack Mars.В Todos los derechos reservados. Excepto en lo permitido en la Ley de Derechos de Autor de Estados Unidos de 1976, ninguna parte de esta publicaciГіn puede ser reproducida, distribuida o transmitida de ninguna forma o por ningГєn medio, ni almacenada en una base de datos o sistema de recuperaciГіn, sin el permiso previo del autor. Este libro electrГіnico tiene licencia Гєnicamente para su disfrute personal. Este libro electrГіnico no puede ser revendido o regalado a otras personas. Si desea compartir este libro con otra persona, por favor, compre una copia adicional para cada destinatario. Si estГЎ leyendo este libro y no lo ha comprado, o si no lo ha comprado sГіlo para su uso, devuГ©lvalo y compre su propia copia. Gracias por respetar el duro trabajo de este autor. Esta es una obra de ficciГіn. Los nombres, personajes, asuntos, organizaciones, lugares, eventos e incidentes son producto de la imaginaciГіn del autor o se usan de manera ficticia. Cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, es enteramente una coincidencia. Imagen de la cubierta Copyright Getmilitaryphotos, utilizada bajo la licencia de Shutterstock.com.



LIBROS POR JACK MARS




UN THRILLER DE LUKE STONE

POR TODOS LOS MEDIOS NECESARIOS (Libro #1)

JURAMENTO DE CARGO (Libro #2)


LA FORJA DE LUKE STONE

OBJETIVO PRINCIPAL (Libro #1)

MANDO PRINCIPAL (Libro #2)

AMENAZA PRINCIPAL (Libro #3)

GLORIA PRINCIPAL (Libro #4)


LA SERIE DE SUSPENSO DE ESPГЌAS DEL AGENTE CERO

AGENTE CERO (Libro #1)

OBJETIVO CERO (Libro #2)

CACERГЌA CERO (Libro #3)

ATRAPANDO A CERO (Libro #4)




CAPГЌTULO UNO


14 de octubre de 2005

18:11 h., hora del LГ­bano (11:11 h., hora del Este)

TrГ­poli, LГ­bano norte



—¿Qué está diciendo?

El pistolero alto, delgado y rubio miraba a travГ©s de la mira telescГіpica de un rifle QBU-88 de fabricaciГіn china.В El hombre habГ­a pasado las Гєltimas veinticuatro horas familiarizГЎndose Г­ntimamente con esta arma.В Era una imitaciГіn del viejo rifle de francotirador ruso, el Dragunov.В El hombre habГ­a disparado un Dragunov en el pasado.В Este era mejor.

El alumno habГ­a superado al profesor.В Los chinos eran los mejores imitadores de la Tierra.В Copiaban cualquier cosa y luego la mejoraban.

El hombre yacГ­a boca abajo, en medio de un denso follaje, en una meseta desde donde se dominaba la ciudad de TrГ­poli, con el arma apuntando frente a Г©l sobre las patas de un bГ­pode.В En su mente, podГ­a imaginarse el hocico oscuro de esta cosa asomando entre los arbustos.В Estaba seguro de ser prГЎcticamente invisible donde estaba.

A su izquierda, debajo de Г©l, antiguos edificios de piedra de muchos colores desteГ±idos y descoloridos marchaban como soldados por la empinada ladera hacia el mar azul profundo.

El nombre del pistolero no era Kevin Murphy.В Su pasaporte canadiense decГ­a que se llamaba Sean Casey.В Su permiso de conducir de Ontario indicaba exactamente lo mismo.В Un canadiense llamado Sean Casey era algo bueno y nada amenazante.

Era solo un canadiense aventurero trotamundos, que visitaba destinos fuera de lo comГєn como la destartalada, andrajosa, pero todavГ­a muy hermosa, segunda ciudad mГЎs importante del LГ­bano, encaramada como una joya en la costa mediterrГЎnea.

Nada que ver aquГ­.

HacГ­a solo un minuto, el sol se habГ­a deslizado bajo el mar en un espectacular alboroto de amarillos y naranjas, con solo un destello verde al final.В El pistolero que no se llamaba Murphy siempre estaba atento a ese destello verde.В Lo habГ­a visto en tantos lugares que hacГ­a mucho que habГ­a perdido la cuenta.

En el cГ­rculo de la mira telescГіpica del hombre que no era Murphy, habГ­a un hombre con una barba negra, salpicada de blanco.В El hombre llevaba un paГ±uelo a cuadros rojos y blancos en la cabeza.В Su nombre era Abdel Aahad.В TenГ­a cincuenta y tantos aГ±os, era un caudillo sunГ­ radical y lГ­der de la milicia, que habГ­a estado operando en esta ciudad abandonada durante los Гєltimos veinte aГ±os.В Pero no iba a hacerlo duramente mucho mГЎs tiempo.

Aahad estaba sentado en un patio, a unos novecientos metros de distancia, nueve campos de fГєtbol, y tal vez tres pisos mГЎs abajo.В Era un disparo complicado, justo al lГ­mite del alcance efectivo de esta arma.В La diferencia de altitud lo hacГ­a aГєn mГЎs difГ­cil.В La leve brisa que llegaba del mar aГ±adГ­a una dificultad extra.

El sol se habГ­a puesto.В La noche llegarГ­a pronto.В Si este disparo tenГ­a que suceder, iba a suceder ahora mismo.

–Simplemente ha dicho: “Mata la cabeza y el cuerpo morirá”.

El que no era Murphy no mirГі a su observador, un niГ±o llamado Ferjal.

Ferjal era un recluta de Hezbollah.В AГєn no habГ­a cumplido los dieciocho, pero llevaba haciendo locuras peligrosas desde los catorce o quince.В No parecГ­a tener mГЎs de doce aГ±os.В Estaba alВ lado del que no era Murphy en los arbustos, en la profunda ubicaciГіn en la que tantos humanos, en tantas partes del mundo, todavГ­a estaban.

Los estadounidenses no necesitaban lugares profundos como ese. Los estadounidenses tenían un pequeño invento ingenioso llamado “la silla”.

El hombre que no era Murphy sabГ­a que Ferjal tenГ­a un auricular en un oГ­do y estaba escuchando la conversaciГіn en ГЎrabe que se estaba desarrollando en ese lejano patio de piedra.В Abdel Aahad tenГ­a muchos amigos en este mundo, pero el hombre que estaba sentado con Г©l en el patio no era uno de ellos.

–¿De verdad ha dicho eso?

–Sí. ¿Te suena esta frase?

El que no era Murphy se encogiГі de hombros, muy levemente, sin apartar la mirada del visor.

–La he oído al revés. “Mata el cuerpo y la cabeza morirá”, lo cual es más preciso. Dependiendo del contexto, matar la cabeza y que el cuerpo muera es obvia y demostrablemente falso. Es muy difícil acercarse a la cabeza y, de todos modos, una nueva cabeza ocupará su puesto. El cuerpo, sin embargo…

–El contexto es el Presidente estadounidense —dijo Ferjal.

El que no era Murphy observГі la mandГ­bula de Abdel Aahad moverse mientras hablaba.В Muy, muy lentamente, colocГі el centro de su mira telescГіpica justo sobre la sien de Aahad y un poco a la izquierda.В Aahad estaba lejos.В El proyectil pesado que disparaba este rifle era perforante, por lo que no habГ­a por quГ© preocuparse.В Un crГЎneo humano era cualquier cosa menos una armadura.В Todo lo que tenГ­a que hacer era impactar en la cabeza de Aahad enВ cualquier parte y estallarГ­a como un tomate cherry.

Pero la trayectoria del disparo era notoriamente plana y perdería algo de impulso por el camino, por lo que necesitaba apuntar un poco alto. La brisa del agua también alteraría el curso de la bala en una mínima cantidad, empujándola sólo… a… la… derecha.

–Una fantasía, en ese caso —dijo.

El que no era Murphy no vio a Ferjal asentir, solo lo sintiГі.

–Sí. Toda una fantasía asombrosa. Están imaginando capturar al Presidente estadounidense y trasladarlo a un lugar donde esté vigente la ley sharia wahabita. Luego lo llevarán ante los jueces y lo condenarán por asesinato, espionaje contra un estado musulmán y degeneración apóstata ante los ojos del mundo y ante Alá. Están muy contentos con esta idea.

El que no era Murphy no se lo creía. —No es musulmán, así que no creo que pueda ser apóstata.

–No, quizás no —dijo Ferjal—, pero es un proxeneta, un abortista y un promotor de conducta degenerada entre los hombres desde hace muchos años. Es el maestro de ceremonias del circo degenerado estadounidense. Por supuesto, es culpable de asesinato y espionaje.

El que no era Murphy casi se rio. El chico sonaba como si ya hubiera juzgado al Presidente estadounidense. —Ajá. ¿Y dónde se llevaría a cabo tal juicio?

–Hablan de Mogadiscio, en Somalia. La Unión de Tribunales Islámicos se ha apoderado de la ciudad, quizás temporalmente. Son creyentes muy conservadores. Otros lugares son posibles, pero no probables. Las tierras tribales del oeste de Pakistán. El Yemen controlado por los suníes, tal vez. Definitivamente no en Arabia Saudí. Los traidores saudíes simplemente devolverían al hombre. Saben lo que más les conviene.

–¿Ha dicho todo eso, o son tus opiniones?

–Ha dicho Somalia. El resto son mis opiniones, pero estoy bien informado.

El que no era Murphy sonriГі.В Le gustaba Ferjal.В Le habГ­a cogido aprecio a este chico.

El trabajo de Ferjal era guiarlo hasta este lugar de tiro, conseguirle luz verde y luego sacarlo de aquГ­ sin que nadie se diera cuenta.В TambiГ©n se suponГ­a que Ferjal recuperarГ­a el arma en un momento posterior, la desmontarГ­a y la harГ­a desaparecer.

El que no era Murphy usaba guantes tГЎcticos delgados, en el improbable caso de que otra persona encontrara antes el arma.В El que no era Murphy no existГ­a, pero tenГ­a huellas dactilares y tenГ­a ADN.В El ejГ©rcito de los Estados Unidos tenГ­a registros de estas cosas y eso significaba que otros tambiГ©n los tenГ­an.В Nunca habГ­a tocado esta pistola con sus manos desnudas.

No es que importara, nadie iba a encontrar el arma.В Ferjal era bueno en su trabajo.

Ferjal tambiГ©n era bueno en mantener una conversaciГіn entretenida.В La salpicaba con dichos y lemas pseudoamericanos que, segГєn Г©l, la gente habГ­a dicho en ГЎrabe.

A los jefes de Ferjal en Beirut, al ser chiitas, no les agradaban los sunГ­es.В Se estaban preparando para una guerra contra Israel a lo largo de la frontera sur y no les gustaba la basura militante sunГ­, como Abdel Aahad, corriendo libres de hacer lo que quisieran, como apuГ±alarlos por la espalda mientras estaban despistados.

AsГ­ que estaban limpiando un poco su patio trasero.

HabГ­an traГ­do al que no era Murphy a una casa encalada, marcada por el fuego de una ametralladora, hace apenas dos dГ­as.В Un erudito barbudo con gafas y barriga prominente estaba sentado en una sencilla silla plegable, mientras que el que no era Murphy permanecГ­a de pie.

El erudito describiГі los actos de Aahad.В Aahad era una mala noticia, un problema y lo habГ­a sido durante muchos aГ±os.В Era un alborotador y, entre otras cosas, un traidor a su propio paГ­s.В HabГ­an advertido a Aahad repetidamente, pero habГ­a sido en vano.

Era hora de que Aahad se fuera.

–Veinte mil dólares estadounidenses —dijo el que no era Murphy al erudito. —Quince para mí, cinco para el niño.

Quince mil dГіlares no eran nada para el hombre que no era Murphy, prГЎcticamente menos que nada. Casi no valГ­a la pena levantarse de la cama.

Cinco mil serГ­an el pago mГЎs grande que el joven Ferjal habrГ­a visto en su vida.В Probablemente fuera lo que su padre ganaba en seis meses.

Todo en un solo dГ­a de trabajo.

–¿Sabes —había dicho el erudito barbudo— el sacrificio que hacen todos los días los hermanos de la frontera sur? Viven en agujeros bajo tierra. Luchan valientemente contra las patrullas sionistas, mientras son perseguidos desde el cielo por helicópteros sionistas armados.

–Son muy valientes —respondió el que no era Murphy. —Y estoy seguro de que tu amigo Alá los recompensará cuando pasen al gran…

–¿Sabes cuánta comida, armas y consuelo podemos proporcionar a esos hermanos con veinte mil dólares?

–¿Es esto una colecta benéfica? —espetó el que no era Murphy. —Porque te lo digo, estoy empezando a cansarme. Si crees que es demasiado dinero, pídele a uno de los hermanos de la frontera sur que lo haga. Estoy seguro de que lo harían solo por la gloria.

El erudito negó con la cabeza. —Este es un trabajo para un tirador experto. Es un tiro desde una distancia muy larga. Necesitamos al mejor.

El que no era Murphy se encogió de hombros. —Entonces, paga por ello.

Ahora, en la ladera, la oscuridad se estaba asentando. Casi no quedaba tiempo.В El rifle chino tenГ­a un buen supresor de destellos, con un silenciador largo montado en Г©l.В El que no era Murphy habГ­a probado ayer la configuraciГіn.В Era muy agradable, sin flash, muy poco ruido.В Sin embargo, dejarГ­a una marca de humo.В Solo una bocanada que se elevarГ­a desde estos arbustos, suficiente para matarlo a Г©l y a Ferjal.

Pero no si el disparo ocurrГ­a en la oscuridad.

–¿Vas a disparar? —dijo Ferjal. No era impaciencia, sino curiosidad.

El que no era Murphy tuvo la sensaciГіn de que Ferjal estaba asustado por todo ese dinero.В Cinco mil dГіlares era demasiado dinero.В Casi parecГ­a tener la esperanza de que este trabajo no sucediera.В Probablemente querГ­a devolver su parte.

Por su parte, el que no era Murphy pensГі que desaparecerГ­a durante un tiempo despuГ©s de esto.В El LГ­bano era un paГ­s hermoso, pero estaba empezando a pensar que habГ­a abusado de la confianza de sus anfitriones.

RespirГі hondo y luego se dejГі exhalar lentamente.

Abdel Aahad estaba JUSTO ALLГЌ, a la Гєltima luz del dГ­a.В Piel bronceada como el cuero, ojos de cazador, barba espesa.В DetrГЎs de Г©l y a su derecha, uno de sus hombres estaba encendiendo una antorcha.В TrГ­poli se habГ­a quedado sin electricidad en ese momento.В La electricidad en TrГ­poli era muy inestable.В Aparentemente, en estos dГ­as estaba mГЎs tiempo apagada que encendida.

La antorcha no era una distracciГіn.В En todo caso, era un poco de ayuda.В La luz brillГі en el rostro de Aahad.

La brisa muriГі.В A menudo lo hacГ­a cuando se ponГ­a el sol.В El calor se instalГі como si alguien hubiera accionado un interruptor.

El que no era Murphy llevГі la mira hacia la izquierda mГ­nimamente.

Tienes que decГ­rselo a Stone.

El pensamiento vino espontГЎneamente, desde alguna oscura e ilegible profundidad en su mente.В ВїDecirle quГ© a Stone?В ВїQue, en los Гєltimos minutos de su vida, un hombre se habГ­a entregado a elucubraciones sobre llevar al Presidente de los Estados Unidos a juicio ante un tribunal fundamentalista islГЎmico?В RidГ­culo.

No tenГ­a que decirle nada a Luke Stone sobre eso.В Luke Stone pensaba que el que no era Murphy estaba muerto.В Todo el mundoВ pensaba que el que no era Murphy estaba muerto.В Era bueno que todos lo pensaran.

El que no era Murphy desechГі la idea.В No habГ­a nada que contar, no era nada mГЎs que una charla ociosa.

VolviГі a concentrarse en ese patio.

No verГ­an nada, no escucharГ­an nada, no sabrГ­an de dГіnde vino el disparo.В Al principio, pensarГ­an que estaba cerca, pero no estaba cerca.В Su mente hizo un cГЎlculo rГЎpido.

Velocidad de salida, aproximadamente 930 metros por segundo. Distancia, supongo, 800 metros. Pérdida de impulso… diablos, no era un científico espacial. Digamos que un segundo completo después de apretar el gatillo, habría miedo, confusión y caos.

Luego, un momento despuГ©s, comenzarГ­a la caza.

–¿Estás listo, chico? —dijo el que no era Murphy. —¿Estás listo para sacarme de aquí?

–Sí —dijo Ferjal, ahora muy serio. El que no era Murphy podía sentir el cuerpo del niño tensarse.

–¿Tengo luz verde?

–Me han dado el poder de darle luz verde desde el principio. Puede disparar cuando esté listo.

Ahora no habГ­a nada mГЎs que Aahad.В Su rostro llenaba la mira.В Aahad estaba hablando.В Le estaba contando a alguien el trato, cГіmo iba a ser.

Aahad era inteligente y un asesino desalmado.В ConocГ­a su negocio, era astuto y despiadado.В HabГ­a permanecido vivo y un paso por delante de sus enemigos durante todos estos aГ±os.

La luz naranja de las antorchas parpadeГі contra el rostro de Aahad.

No podrГ­an haberle proporcionado mejor vista al que no era Murphy, aunque la hubiera pedido.

–Puf —dijo el que no era Murphy, muy tranquilamente.

Respiró de nuevo. Inspiró… luego exhaló.

ApretГі el gatillo.В El arma impactГі contra su hombro.

Hubo un sonido leve.В ВЎPut!

El cartucho gastado se expulsГі al aire.

Abdel Aahad habГ­a sido un hombre inteligente y un oponente ingenioso.

Pero ya no.

Entonces, el que no era Murphy corrГ­a agachado, su mano agarraba el hombro del niГ±o, chocando contra la densa maleza en la oscuridad.




CAPГЌTULO DOS


17:55 h., hora del Este

Condado de Queen Anne, Maryland

Costa Este de la BahГ­a de Chesapeake



—Viernes por la noche —dijo Luke Stone.

Luke y Becca estaban sentados a la mesa del patio.В El sol se estaba poniendo a travГ©s de la bahГ­a, en un tumulto de rojo, naranja y amarillo.В Era una noche fresca y serena.В Los ГЎrboles comenzaban a cambiar.В A Luke le encantaba esta Г©poca del aГ±o.В Llevaba una camiseta fina y unos vaqueros, dejando que la brisa le pusiera la piel de gallina.В Becca vestГ­a un jersey de lana amarillo.

Becca suspirГі de satisfacciГіn.

–Viernes por la noche —dijo ella también. Chocaron las copas, como si el concepto de viernes por la noche fuera un brindis común.

Acababan de cenar pizza para llevar de un local bastante bueno.В Luke estaba tomando su tercera copa de vino tinto.

El bebГ© dormГ­a en el regazo de Becca, envuelto en su pijama polar azul claro, con un gorro de lana y una manta.

Ah, el bebГ©.

Gunner tenГ­a ya cinco meses.В Estaba creciendo a pasos agigantados.В Su cabeza era enorme y estaba cubierta de un espeso y rizado cabello rubio.В TenГ­a unos ojos azules penetrantes, era muy fuerte y ya podГ­a sostener esa cabeza gigante por sus propios medios.

Balbuceaba y gorjeaba todo el tiempo, en una versiГіn infantil del habla.В Y le encantaba jugar a cucГє-tras.В PodГ­a jugar durante horas y reГ­r con deleite cada vez.

Todo se estaba desarrollando entre misterio y encanto. El otro día, Luke había dicho “Gunner” en voz alta y podía jurar que el bebé se volvió para mirar, como si reconociera su propio nombre.

La vida era buena.

–Debería llevarlo adentro —dijo Becca. —Empieza a hacer frío.

Luke asintió. —Yo recogeré, voy a quedarme aquí un poco más.

Becca rodeГі la mesa, lo besГі en la frente y luego subiГі la colina hacia la cabaГ±a, con el bebГ© en brazos.В Luke la vio irse.

Era idГ­lico estar aquГ­.В Lamentaba que se acabara.

Lo habГ­an suspendido de servicio, con sueldo, durante el Гєltimo mes.В Fue un regalo de Don Morris.В Don se habГ­a retrasado deliberadamente investigando los eventos que tuvieron lugar en laВ plataforma petrolera del ГЃrticoВ Martin Frobisher.

Al final, apenas la semana pasada, Luke habГ­a sido exonerado de todos los cargos, habГ­a recibido una distinciГіn de la agencia por laВ Frobisher y era probable que recibiera otra en secreto por desactivar la bomba nuclear del tГ­o Joe.В El incidente del tГ­o Joe, como lo llamarГ­a la historia algГєn dГ­a, fue clasificado como Alto Secreto durante los siguientes setenta y cinco aГ±os.

Pero todo lo bueno llega a su fin, incluida esta suspensiГіn.В Luke fue restituido y se esperaba que regresara a la sede del Equipo de Respuesta Especial el lunes por la maГ±ana.В Y eso significaba que este era su Гєltimo fin de semana en la cabaГ±a, un hermoso y antiguo lugar que habГ­a pertenecido a la familia de Becca durante mГЎs de un siglo.

La casa era rГєstica.В Era pequeГ±a, construida para personas diminutas de finales del siglo XIX, no para personas grandes del siglo XXI como Luke Stone.В Los techos eran bajos.В La escaleraВ al segundo piso era estrecha.В Las tablas del suelo crujГ­an.В La puerta de la cocina tenГ­a un resorte que estaba demasiado apretado y, si lo soltabas, se cerraba de golpe cada vez.

A Luke le encantaba estar aquГ­.В Puede que fuera su lugar favorito del mundo.

Le encantaba especialmente estar cerca del agua y las vistas panorГЎmicas de 180 grados de la bahГ­a de Chesapeake desde lo alto de este acantilado.В Nada podrГ­a superarlo.

SuspirГі.В De vuelta a las minas de sal.В Bueno, eso tambiГ©n estaba bien.

Su telГ©fono mГіvil sonГі.

Lo miró, el pequeño cristal de la parte delantera se iluminó mientras zumbaba. El mensaje en la pantalla era “Número Oculto”.

No habГ­a muchas personas en este mundo que tuvieran este nГєmero.В Solo en muy raras ocasiones recibГ­a una llamada de alguien que no conocГ­a.

Se mostrГі reacio a contestar la llamada, pero tal vez fueran buenas noticias, como que lo habГ­an vuelto a suspender.В CogiГі el telГ©fono y lo abriГі.

–Luke Stone —dijo.

–¿Sabes quién soy? —dijo una voz. —En tal caso, no digas el nombre.

Era una voz de hombre y, por supuesto, Luke supo de inmediato quiГ©n era.В Aun asГ­, hubo un pequeГ±o retraso mientras procesaba la informaciГіn.В Un fantasma lo estaba llamando desde mГЎs allГЎ de la tumba.

HacГ­a tres semanas, Luke y Ed habГ­an conducido hasta la ciudad de Nueva York y asistido al funeral de un hombre llamado Kevin Murphy.В Fue en una antigua iglesia catГіlica del Bronx.В Posteriormente, asistieron a su entierro en un cementerio cercano.

Un hombre con falda escocesa tocaba la gaita.В Hubo una guardia de honor que alguien reuniГі, pero no un entierro en el Cementerio Nacional de Arlington para Murphy; fue un hГ©roe de guerra varias veces, pero se habГ­a ausentado sin permiso, fue acusado de deserciГіn y terminГі su carrera militar con una baja deshonrosa.

Luke y Ed se habГ­an quedado lejos de la multitud.В Una mujer estaba sentada en la primera fila, probablemente de unos sesenta aГ±os, vestida toda de negro.В PermaneciГі estoica mientras un miembro de la guardia de honor le entregaba la bandera estadounidense doblada en triГЎngulo.

Ahora, en su patio trasero, Luke finalmente recuperГі la voz.В Se habГ­a quedado sin habla durante un largo momento.

–Tu madre cree que estás muerto.

–La llamaré —dijo la voz.

–Es demasiado tarde, ya te enterró.

–Debe haber sido otra persona. Solo hay que ir al callejón de atrás de mi madre y matar a alguien para tener un cuerpo que enterrar.

La madre de Murphy habГ­a enterrado un ataГєd vacГ­o.В La mezquita de Beirut donde muriГі Murphy habГ­a ardido durante dos semanas.В Los productos quГ­micos del sГіtano se habГ­an incendiado en el bombardeo y eran imposibles de apagar.В HabГ­a decenas de cadГЎveres dentro de esa mezquita, pero no se recuperГі ni uno solo.

–¿Dónde estás? —dijo Luke.

–En movimiento —dijo la voz. —¿Has escuchado las noticias de Oriente Medio hoy?

–Tal vez.

–Un hombre recibió un disparo en la cabeza. Tenía oponentes poderosos, que están limpiando su agenda antes del gran juego. El hombre era un poco famoso, pero más como una peste que otra cosa. Fue un trabajo de control de plagas. Llamaron a un exterminador.

Luke lo habГ­a visto.В El nombre del hombre era Abdel Aahad.В HabГ­a disfrutado de una larga carrera como actor secundario en las interminables guerras civiles del LГ­bano.В Esa carrera habГ­a terminado abruptamente esta maГ±ana, con un disparo de francotirador a larga distancia en la cabeza.В Sus poderosos oponentes serГ­an, por supuesto, Hezbollah.В Y el gran juego para el que se estaban preparando era Israel.

Naturalmente, todo el asunto habГ­a llamado la atenciГіn de Luke.В El propio Luke habГ­a estado en el LГ­bano hacГ­a un mes.В Y Murphy habГ­a muerto allГ­, trabajando en una misiГіn para Luke.В Luke se habГ­a sentido muy mal por eso, hasta hace dos minutos.

Murphy no habГ­a muerto.В Murphy nunca iba a morir.

–¿Qué puedo hacer por ti? —preguntó Luke.

–Nada, estoy bien. Tengo un dato, eso es todo. Podría ser algo, podría no ser nada. Iba a dejarlo pasar, pero luego pensé que eso no estaría del todo bien. Sigo siendo uno de los buenos. Debía decírselo a alguien, así que decidí llamarte.

–Soy todo oídos —dijo Luke. Murphy se consideraba uno de los buenos. Había fingido su propia muerte y parecía estar insinuando que acababa de llevar a cabo un asesinato a sueldo en nombre de una organización terrorista. Aun así…

–Sabes, todavía puedes volver al redil.

–Eso es genial y agradezco la oferta. Pero escucha un segundo, ¿de acuerdo? ¿La plaga? Estuvo charlando hasta el último segundo. De hecho, no terminó del todo su frase.

Hubo una pausa en la lГ­nea.В ParecГ­a haber algo de ruido, una voz fuerte, resonando en el fondo.

–¿De qué estaba hablando? —preguntó Luke.

–Estaba charlando sobre la captura del Número Uno, el mismísimo gran tipo. Luego, habló de llevarlo a algún lugar con la ley Sharia y juzgarlo.

–El gran tipo, ¿eh?

–Puedes apostar —dijo la voz. —El gran anciano, el Yankee Doodle Dandy, el gran experimento liberal.

Murphy estaba hablando del Presidente de los Estados Unidos.В El nuevo Presidente, Clement Dixon, era el mГЎs viejo en la historia de Estados Unidos y se pensaba que era el mГЎs liberal en dГ©cadas.В Murphy no era el tipo de persona al que le gustan los liberales.В Y fue un accidente de la historia lo que puso a Dixon en el cargo.В HabГ­a pasado la mayor parte de su vida adulta gritando y abucheando a varios Presidentes desde los pasillos del Congreso.

–La mejor parte es que el lugar con la ley Sharia que tienen en mente es el Mog.

–¿Mogadiscio? —dijo Luke.

–¿Conoces otro Mog?

Mogadiscio.В Octubre de 1993.В Fue antes de la Г©poca de Luke; se lo habГ­a perdido por poco mГЎs de un aГ±o.В Pero todos los Rangers del EjГ©rcito y todos los miembros de las Fuerzas Delta conocГ­an la historia de la batalla nocturna que tuvo lugar allГ­.В Los Rangers, los Delta, el 160Вє Regimiento de AviaciГіn de Operaciones Especiales (Night Stalkers) y la 10ВЄ DivisiГіn de MontaГ±a habГ­an perdido un total de diecinueve hombres.

–Parece un poco exagerado —dijo Luke.

–Yo opino exactamente lo mismo, pero pensé que debería transmitirlo de todos modos.

–No creo que la plaga en cuestión haya tenido ese tipo de alcance.

–Podría ser que nadie lo haga —dijo la voz. —Podría ser que alguien crea que sí. Las personas se extralimitan a veces y terminan provocando un desastre.

Luke recapacitГі sobre ello durante un largo segundo.

Esa voz resonante apareciГі de nuevo en el fondo, mГЎs fuerte esta vez.В Sonaba como un anuncio en un aeropuerto.В Luke mirГі su reloj.В Eran mГЎs de las 18 horas aquГ­.В Si Murphy tuvo algo que ver con el asesinato de Aahad, eso significaba que todavГ­a podrГ­a estar en el LГ­bano, siete horas antes.

–Mira, tengo prisa —dijo la voz.

–¿Dónde estás? —preguntó Luke por segunda vez.

–No podría decirlo.

–Un poco tarde para un vuelo comercial, ¿no?

–Yo no sabría cosas así. Sin embargo, hiciste un buen trabajo en esa otra cosa del norte. Oí hablar sobre ello, la gente habla. Y ha sido un placer hablar contigo.

–Escucha, Murph…

Pero la lГ­nea ya se habГ­a cortado.

Luke mirГі el telГ©fono por un momento.В A su izquierda, el sol acababa de caer en la bahГ­a.В Un gran rasguГ±o amarillo se posГі en la parte superior del horizonte.В Eso era todo lo que quedaba del dГ­a.В Pronto serГ­a una agradable y acogedora noche de otoГ±o.

ВїEl Presidente?В ВїSecuestrado y llevado ante un tribunal islГЎmico?В No era una idea fГЎcil de tragar.В Y no era la informaciГіn mГЎs fГЎcil de transmitir.

ВїQuiГ©n se lo dijo?В ВїDГіnde se enterГі esa persona?

–Oh, fue Murphy. ¿Sabes, el muerto? Se enteró mientras asesinaba a un líder de la milicia suní. Sí, decidió quedarse en el Líbano después de su muerte. Supongo que ahora trabaja como mercenario.

Eso no valdrГ­a.

En cualquier caso, el Presidente de los Estados Unidos estaba con Don Morris en este momento, en un viaje oficial a Puerto Rico.В Don Morris, guerrero legendario, cofundador de las Fuerzas Delta, asГ­ como fundador y director del Equipo de Respuesta Especial del FBI, habГ­a causado una gran impresiГіn al nuevo Presidente de mentalidad liberal.

ВїPodrГ­a el Presidente estar mГЎs seguro que con Don Morris posado en su hombro?В Luke lo dudaba.В SonriГі al pensar en esa extraГ±a pareja.

Se puso de pie y empezГі a recoger los platos de la cena.

Luego se detuvo.В Se quedГі muy quieto en la creciente oscuridad.В VolviГі a mirar su telГ©fono.В NГєmero Oculto.В Eso era Murphy, en dos palabras.

Luke habГ­a intentado incorporarlo al Equipo de Respuesta Especial y, en verdad, la actuaciГіn de Murphy habГ­a sido excepcional.В MГЎs allГЎ de lo excepcional.В No era propiamente un investigador, pero lo dejГі suelto en una situaciГіn de combate y la resolviГі bien.В Su actuaciГіn no fue el problema.

Su aceptaciГіn, o la falta de ella, fue el problema.В Su tendencia a desaparecer fue el problema.В Sus caminos misteriosos fueron el problema.

Pero todavГ­a estaba vivo y volver a llamar significaba que no se habГ­a ido del todo.

Y la información misma…

Luke suspiró. Era inverosímil. No podía ser real. Aun así…

MarcГі rГЎpidamente un nГєmero.В El telГ©fono sonГі tres veces, luego respondiГі una profunda voz femenina.

–¿Qué estás haciendo, Stone? No tienes que volver hasta el lunes. No puedes esperar dos días más, ¿eh?

Trudy Wellington.

Luke sonrió. —¿Estabas durmiendo? Suenas adormilada.

–Casi. ¿Por qué me molestas?

–¿Cómo está el patio ahí fuera? ¿Algo que deba saber?

Luke casi pudo oírla encogerse de hombros por teléfono. —Lo normal. Corea del Norte originó una alerta de misiles falsa esta mañana temprano, enviando corredores a través de sus túneles de comunicaciones con códigos de lanzamiento ficticios. Seúl podría haber sido atacado con un aluvión de treinta mil armas convencionales en el transcurso de quince minutos, pudo haber millones de muertos o podría no haber pasado nada. Y no pasó nada.

–¿Algo más?

–Oh, los rusos bombardearon un escondite de Al Qaeda en Daguestán. O una boda. Depende de a quién le preguntes.

–¿Algo mejor? —preguntó Luke. —¿Algo más?

–¿Estamos jugando a las veinte preguntas, Stone?

–¿Algo sobre el Presidente?

–Solo lo de siempre, que yo sepa. Chiflados solitarios, que nunca se acercarán a diez kilómetros de él, están subiendo manifiestos a Internet. Las milicias de Backwoods, repletas de diabéticos asmáticos de mediana edad y cien por cien infiltradas por informantes, practican para la próxima Guerra Civil, que comenzará momentos después de que lo asesinen. Además, los clérigos islámicos están suplicando a Alá que lo mate de un golpe o de un infarto. Tiene muchos admiradores. Yo diría que los locos de todo tipo lo odian, más o menos.

–Trudy…

Stone, el Presidente estГЎ con Don.В Tu tГ­pico terrorista se marchitarГ­a ante la idea de enredarse con Don Morris.В Especialmente cuando se estГЎ bronceando.

Luke negó con la cabeza y sonrió. —Está bien, Wellington.

–Está bien, Stone.

–Sigue así.

Luke colgГі el telГ©fono.В MirГі hacia su cabaГ±a en la ladera, las luces encendidas contra la oscuridad.В Su familia estaba allГ­, la gente que amaba.

VolviГі a recoger los platos.




CAPГЌTULO TRES


20:35 h., hora del AtlГЎntico (20:35 h., hora del Este)

San Juan Viejo

San Juan, Puerto Rico



—¡Oh, Alá! —dijo el hombre en voz baja—, déjame vivir mientras la vida sea mejor para mí y quítame la vida si la muerte es mejor para mí.

Caminaba por las calles de adoquines azules de la ciudad vieja, entre los coloridos edificios coloniales espaГ±oles de ladrillo, pintados en festivos rojos, amarillos, naranjas y azules pastel.В CaГ­a una lluvia ligera, pero no parecГ­a molestar a los juerguistas del viernes por la noche.В SalГ­an de los restaurantes grupos risueГ±os de mujeres y hombres jГіvenes, bien vestidos, emocionados de estar vivos, quizГЎs borrachos, todos hablando a la vez, abrazando las cosas de este mundo fГ­sico.

Г‰l tambiГ©n era joven, pero las cosas de este mundo no eran para Г©l.В Su destino estaba en manos del Sabio.

Caminaba con sus propias manos a la altura de la cintura, mirando hacia arriba, con las palmas hacia el cielo y el dorso de las manos hacia el suelo, como era apropiado cuando se realizaba la Du'a islГЎmica, suplicando a AlГЎ su favor.

–Oh, Alá —dijo, sus labios apenas se movían, ningún sonido audible salía de su boca—, danos el bien en el mundo y el bien en el Más Allá y líbranos del tormento del Fuego.

Cualquiera que lo viera supondrГ­a que era un turista extranjero, o incluso un visitante de otra parte de la isla.В Su piel era oscura, pero no mГЎs que la de muchos de los habitantes de la isla.В Iba bien vestido, con un chubasquero azul para no mojarse con la lluvia cГЎlida, pantalones chinos color canela y zapatos caros de senderismo.В Llevaba una mochila colgada del hombro.В Un observador podrГ­a pensar que su cГЎmara estaba dentro y, de hecho, lo estaba.

La cuenta atrГЎs estaba casi terminada.В HabГ­a filmado un vГ­deo de sus despedidas finales, despuГ©s de haber viajado aquГ­.В Su entrada a Puerto Rico desde Grecia fue sorprendentemente fГЎcil, al menos en su opiniГіn.В No era de Grecia, pero sus documentos afirmaban que era un hombre griego llamado Anthony y nadie lo cuestionГі.

Ahora su vida estaba perdida.В Lo que tuviera que ser, serГ­a.В Era decisiГіn de AlГЎ y solo de AlГЎ.

CaminГі cuesta abajo hasta una intersecciГіn.В En esta esquina habГ­a una pequeГ±a fruterГ­a, el dueГ±o cerraba la tienda por la noche.В HabГ­a una exhibiciГіn de frutas y verduras en la calle y el dueГ±o las estaba llevando adentro.

Anthony mirГі al dueГ±o por un momento.В El tendero era un hombre mayor, con una barba blanca pulcramente recortada.В Era de Jordania, uno de los miles de jordanos que habГ­an inmigrado aquГ­ en dГ©cadas pasadas.В El hombre era amigo de la causa.В Nadie lo sabrГ­a jamГЎs, pero Anthony sГ­ lo sabГ­a.

Este hombre había preparado el camino para que aparecieran los soldados de Alá. Lugares donde quedarse, gente local con quien contactar, acceso a áreas seguras, métodos para mover hombres y materiales sin ser vistos y sin obstáculos… el hombre había proporcionado todo esto y más.

Anthony se acercГі al puesto callejero.

–Discúlpame, amigo —dijo el tendero, sin apenas levantar la vista—, está cerrado.

–No hay más Dios que Alá —dijo Anthony en voz muy baja.

El anciano se detuvo, luego mirГі a ambos lados de la calle.В MirГі a Anthony de cerca, entrecerrГі un ojo y casi sonriГі.В Pero no llegГі a sonreГ­r.

–Y Mahoma es su mensajero —dijo, completando la Shahadah.

Anthony extendiГі la mano y tomГі una de las manzanas del hombre.В La mordiГі.В Era dulce, jugosa y deliciosa.В Venta de manzanas en un clima tropical como Puerto Rico.В Las maravillas de AlГЎ nunca cesarГ­an.

–Aláu Akbar —dijo. “Alá es el más grande”.

Ahora metiГі la mano en el bolsillo y sacГі un billete de 100 dГіlares estadounidenses.В Ya no lo necesitaba.В Se lo entregГі, pero el tendero tratГі de rechazarlo.

–Te regalo la manzana.

–Por favor —dijo Anthony—, cógelo. Es un pequeño regalo de agradecimiento, no un pago.

–Los regalos de Alá no son de este mundo —dijo el tendero.

–Es un regalo de mi parte para ti.

En silencio, el tendero cogiГі el billete y se lo metiГі en el bolsillo.В Le entregГі a Anthony algunas monedas a cambio, completando la ilusiГіn de que un hombre acababa de comprarle una manzana a otro.В Si alguien estuviera mirando, una persona en una ventana, una cГЎmara de vГ­deo, no habГ­a ocurrido mГЎs que una simple transacciГіn.

–Que Él acepte tu sacrificio y te abra sus puertas.

Anthony asintió y guardó las monedas en su propio bolsillo. —Gracias.

No se habrГ­a atrevido a pedir esto para sГ­ mismo, considerГЎndolo egoГ­sta.В Pero debГ­a admitir que era lo que mГЎs le preocupaba.В Lo habГ­a estado carcomiendo durante dГ­as y ahora se daba cuenta de que todas sus oraciones y sГєplicas habГ­an estado pidiГ©ndolo, sin siquiera decirlo.В ВїSu sacrificio serГ­a lo suficientemente bueno?В ВїSerГ­a suficientemente cierto?В ВїNo estaba contaminado por su ego y sus deseos?

Su cuerpo temblГі levemente.В Iba a morir y tenГ­a miedo.

Más que astuto y cuidadoso, el tendero era sabio y parecía entender las cosas que no se decían. —Que las bendiciones de Alá sean con Su mejor creación, Mahoma y toda su progenie pura —dijo.

Anthony asintió de nuevo. Era exactamente lo que necesitaba escuchar. Si su oferta provenía de un corazón puro, sería aceptada. Le dio otro mordisco a la manzana, sonrió y se la acercó al tendero, como diciendo: —Muy buena.

Luego dio media vuelta y se alejГі calle abajo.В Tal como estaban las cosas, ya habГ­a puesto al tendero en mГЎs peligro del necesario.

Antes de llegar al final de la calle, ya estaba repitiendo sus sГєplicas.




CAPГЌTULO CUATRO


21:20 h., hora del AtlГЎntico (21:20 h., hora del Este)

La Fortaleza

San Juan Viejo

San Juan, Puerto Rico



—Dime, Don —dijo Luis Montcalvo, el gobernador en funciones de Puerto Rico—, ¿alguna vez has estado en la Escuela de las Américas?

Un pequeГ±o grupo de personas estaba reunido en un salГіn en el tercer piso de La Fortaleza, la mansiГіn colonial espaГ±ola que habГ­a servido como residencia del gobernador de Puerto Rico desde 1540. MГЎs de doscientos aГ±os antes de que Estados Unidos naciera., los Gobernadores puertorriqueГ±os ya vivГ­an en esta casa.

Eso era lo que temГ­a Clement Dixon.В HabГ­a invitado a Don Morris, jefe del Equipo de Respuesta Especial del FBI, a que lo acompaГ±ara en esta visita de estado.В Sin lugar a dudas, era una visita de estado, muy parecido a visitar otro paГ­s.В La relaciГіn entre los Estados Unidos y su vasallo Puerto Rico estaba llena de desconfianza, recelos y desatinos de proporciones Г©picas.

El asesinato por parte del FBI del nacionalista puertorriqueГ±o Alfonso Cruz Castro el aГ±o pasado, el bombardeo de la Marina de los EE.UU. durante dГ©cadas en la isla puertorriqueГ±a de Vieques y el fracaso de la Marina en limpiar el vertedero tГіxico que dejaron atrГЎs, eran una pequeГ±a lista de los errores que le vinieron a la mente.

Traer a Don podrГ­a haber sido otro mГЎs.

El escuadrГіn de Г©lite de aquel hombre se habГ­a adentrado en el CГ­rculo Polar ГЃrtico para desactivar un arma nuclear rusa que detonarГ­a y causarГ­a una calamidad mundial.В Al hacerlo, habГ­an demostrado un nivel de heroГ­smo que llevГі a Dixon a cuestionar su salud mental.В MГЎs allГЎ del peligro fГ­sico, habГ­an asumido la misiГіn en contra de las Гіrdenes de sus superiores en el FBI y en la Casa Blanca.

Don Morris habГ­a apostado su legendaria carrera por la informaciГіn obtenida por su propia gente y por su capacidad para llevar a cabo una misiГіn con recursos improvisados, contra todo pronГіstico, en uno de los lugares mГЎs temibles de la Tierra.

Y habГ­a ganado la apuesta.

Clement Dixon lo admiraba, asГ­ que le habГ­a traГ­do a Puerto Rico.В QuerГ­a conocer mejor a este hombre.В QuerГ­a sentirlo y ver si habГ­a mГЎs formas en las que poder trabajar juntos.В Y le gustaba mezclar y combinar personas.

Don Morris, el viejo guerrero de las operaciones encubiertas, reunido con Luis Montcalvo, el joven cuidador liberal de Puerto Rico, asumiГі el papel porque la vieja guardia habГ­a sucumbido en las llamas de un escГЎndalo de corrupciГіn.В Su ascenso desde el cargo de Secretario de Medio Ambiente habГ­a sucedido a la velocidad del rayo, en gran parte porque la administraciГіn saliente lo habГ­a mantenido a distancia y todos los que estaban por encima de Г©l estaban corrompidos.

Montcalvo tenГ­a treinta y un aГ±os, en opiniГіn de Clement Dixon (y probablemente tambiГ©n de Don), apenas lo suficiente para atarse Г©l solo los zapatos.В Era muy guapo, soltero, no tenГ­a hijos y abundaban los rumores de que incluso podrГ­a ser gay.

DespuГ©s de una cena formal y unos tragos, Don Morris los habГ­a obsequiado durante mГЎs de una hora con lo que Dixon sospechaba que eran versiones edulcoradas de operaciones especiales de dГ­as pasados.

Ahora, Montcalvo hizo lo que probablemente creyГі que irГ­a directo a la yugular.В Hasta este segundo, habГ­a sido el anfitriГіn mГЎs amable que se pudiera imaginar.

–En Puerto Rico hemos sufrido mucho a manos del ejército estadounidense. Hemos sufrido la humillación de la armada estadounidense bombardeando nuestras costas para practicar el tiro al blanco. Las dos mil cuatrocientas personas de nuestra isla Vieques han sufrido los efectos en su salud de ser bombardeadas, sometidas al ruido extremo de aviones supersónicos y expuestas a los químicos tóxicos arrojados allí. Esas son acciones de ocupantes, no de compatriotas. Y nuestros hermanos en América Latina y el Caribe se han guiado por la persuasión tan gentil de quienes aprendieron su oficio en la Escuela de las Américas.

Hubo un momento de silencio en el ornamentado salГіn colonial espaГ±ol, con su techo alto, ventiladores de techo que giraban suavemente y sillas de respaldo alto.

Montcalvo estaba de pie, con una copa en la mano.В QuizГЎs estaba borracho.В HabГ­a cuatro personas sentadas: Clement Dixon y su asistente personal, Tracey Reynolds, asГ­ como Don Morris y su esposa, Margaret.

Don habГ­a sido entretenido y encantador toda la noche.В Margaret interpretГі el papel de una especie de mujer seria en un programa de variedades, pero funcionГі.В Claramente lo habГ­a estado haciendo durante mucho tiempo.

–¿Escuela de las Américas? —dijo Don, repitiendo el nombre como si nunca lo hubiera escuchado antes.

–Sí, señor —dijo Montcalvo. —¿Estudiaste allí alguna vez?

Era una pregunta embarazosa, sobre todo porque probablemente Montcalvo sabГ­a la respuesta sin tener que preguntar.В Probablemente tambiГ©n sabГ­a que, durante su tiempo en la CГЎmara de Representantes, Clement Dixon a menudo se dirigГ­a a la multitud en las reuniones de protesta anuales en el exterior de Fort Benning, donde estaba ubicada la escuela.В Algunas de esas protestas llegaron a reunir a 15.000 personas.

–Luis —dijo Dixon—, estoy agradecido por tu hospitalidad, pero puede que ahora no sea el momento para preguntas de esa naturaleza.

–Es una pregunta simple —dijo Montcalvo, mirando a Don. —¿No lo es?

Don asintió. —Es una pregunta simple. Y me complace contestar.

Montcalvo se encogió de hombros. —Entonces, por favor, hazlo.

Dixon gimiГі por dentro.В La Escuela de las AmГ©ricas, ahora conocida como el Instituto del Hemisferio Occidental para la CooperaciГіn en materia de Seguridad, en un absurdo cambio de nombre para lavarle la cara, fue la infame escuela de tortura del PentГЎgono, especialmente enfocada a AmГ©rica Latina y el Caribe.В Algunos de los peores violadores de derechos humanos en el hemisferio occidental, personas responsables de una larga lista de atrocidades, se graduaron en esa escuela.

Las poblaciones civiles en lugares como HaitГ­, PerГє, Bolivia, Colombia, MГ©xico, Guatemala, Honduras, El Salvador, Brasil, Argentina y Chile habГ­an sufrido con personas que aprendieron su oficio en la Escuela de las AmГ©ricas.

–Nunca he estado en la Marina de los Estados Unidos —dijo Don—, así que no sabría decirte por qué bombardearon tu isla. Yo no participé en ello. Pero en cuanto a la Escuela de las Américas, estuve allí, sí. Cuando era joven, la escuela todavía estaba ubicada en Panamá. Los jefazos creyeron que completaría mi formación.

–¿Y lo hizo?

–Todo lo que puedo decirte —dijo Don—, es que en la escuela hay más cosas aparte de tortura. Aprendí algunas técnicas de negociación legítimas mientras estuve allí y me formé una idea de cómo se lleva a cabo el arte de gobernar.

Montcalvo enarcó una ceja. —¿Política?

–Sí.

–¿Y también aprendiste a hacer hablar a la gente? ¿Y a cómo hacerlos cooperar? —Don Morris miró primero a su esposa, Margaret, que parecía afligida por la pregunta. Luego miró a Dixon. Dixon se dio cuenta de que Don y Margaret estaban cogidos de la mano.

Si Montcalvo estaba tratando de abrir una brecha entre Clement Dixon y Don Morris,В casiВ funcionГі, pero no del todo.В Dixon tenГ­a mucho respeto por Don Morris, fuera lo que fuera lo que hubiera hecho y dondequiera que se hubiera educado.

Aun asГ­, Dixon odiaba la Escuela de las AmГ©ricas.В Odiaba la idea de que, despuГ©s de dГ©cadas de protestas y controversias, todavГ­a estuviera abierta, bajo un nuevo nombre que era deliberadamente difГ­cil de recordar.В Esta conversaciГіn le habГ­a recordado sus promesas de cerrar ese lugar algГєn dГ­a.

Ahora era Presidente.В Por supuesto, no pretendamos que los Presidentes sean completamente libres de hacer lo que quieran.В David Barrett lo habГ­a aprendido por las malas.В Cerrar la Escuela de las AmГ©ricas podrГ­a otorgarle a Clement Dixon una jubilaciГіn bastante abrupta.

Don asintió. —Sí, lo hice.


* * *

—Buenas noches, señor Presidente —dijo Tracey Reynolds. Su voz resonó por el largo pasillo de mármol.

Clement Dixon estaba justo en la puerta de su habitaciГіn.В Dos grandes hombres del Servicio Secreto permanecГ­an en silencio a cada extremo del pasillo, fingiendo que eran estatuas de piedra que no veГ­an ni escuchaban nada.В En realidad, lo escuchaban todo y lo veГ­an todo.

Y, al igual que ellos, tambiГ©n lo hacГ­an decenas de otras personas.

Dixon mirГі a su nueva asistente.В Tracey, tan joven como era, se habГ­a mantenido firme esta noche.В AceptГі una copa de vino, la fue bebiendo a sorbitos durante toda la noche y no hablГі a menos que se le preguntara.В Sus respuestas fueron claras, informadas y al grano.В Cuando llegГі el momento incГіmodo, no dijo una palabra sobre la Escuela de las AmГ©ricas, no se sintiГі atraГ­da en absoluto.В Dixon ni siquiera estaba seguro de si ella sabГ­a quГ© era la escuela.

Su juventud y su potencial le recordaban a Dixon su propia edad avanzada.В Setenta y cuatro aГ±os.В Todas las dГ©cadas, todas las batallas, toda el agua que habГ­a corrido bajo el puente, gran parte contaminada.

Soy demasiado mayor para esto.

Era cierto, tal como estaban las cosas.В Clement Dixon era un anciano y los requisitos de la presidencia a menudo parecГ­an desbordarle, como si demandaran mГЎs de lo que Г©l podГ­a ofrecer.В Este era un trabajo para un hombre mГЎs joven.

–Tracey, por el amor de Dios, llámame Clem. O Clement. O Sr. Magoo. Pero deja de llamarme señor Presidente. Estás conmigo dieciocho horas al día y tengo un nombre. Úsalo, por favor.

Ella era una hermosa rubia.В Llevaba el pelo en un alegre bob, muy conservador.В A Clement Dixon le gustarГ­a verla con el pelo largo, cayendo en cascada sobre sus hombros, pero esos dГ­as habГ­an pasado y, de todos modos, lo que Г©l querГ­a no importaba.

La habГ­a conocido semanas atrГЎs, en una reuniГіn en la Casa Blanca.В Ella era la ayudante de alguien y habГ­a dicho algo tonto, posiblemente incluso ridГ­culo, pero Г©l no recordaba quГ©.В Algo sobre tomarse las declaraciones pГєblicas del gobierno ruso al pie de la letra.В Г‰l la habГ­a reprendido al respecto frente a un grupo de personas.

Eso no importaba.В Ella habГ­a captado su atenciГіn.В AsГ­ que Г©l puso en marcha las antenas.

Era joven, tenГ­a veintitantos aГ±os y provenГ­a de una familia prominente de Rhode Island.В TenГ­an hoteles en Newport, o algo asГ­.В QuizГЎs eran dueГ±os del Festival de Jazz de Newport, Вїalguien eraВ dueГ±oВ del Festival de Jazz de Newport?В De todos modos, eran grandes donantes de la fiesta, por lo que era seguro asumir que habГ­an movido algunos hilos en favor de ella.

A él tampoco le importaba cómo llegó a trabajar en la Casa Blanca. Casi nadie en la Casa Blanca había llegado allí por mérito y mucho menos Clement Dixon. Ese ideal de “el mejor y más capaz” había desaparecido hace mucho tiempo.

Hoy en dГ­a, si venГ­as de una familia importante (preferiblemente una a la que le gustara hacer donaciones), podГ­as empaГ±ar un espejo y no babeabas con el papeleo, eras material de la Casa Blanca.

Aun asГ­, Tracey era muy brillante, tenГ­a mucha energГ­a y era buena para hacer un seguimiento de las cosas.В Ella estaba al tanto de los detalles.В Y puso un poco de alegrГ­a en el paso de Clement Dixon.В Una chica bonita te harГ­a eso.

ВїEstaba la gente molesta porque esta hermosa joven habГ­a saltado sobre todos los demГЎs para convertirse en la asistente personal del Presidente?В Puedes apostar a que sГ­.В A Clement Dixon eso tampoco le importaba.В Era demasiado mayor para preocuparse por las miradas furiosas de las hachas de guerra que pasaban a su lado.

Le gustaba Tracey y gustar era el cincuenta y uno por ciento del trabajo.

La mirГі, desconcertado, mientras la piel de su cuello se sonrojaba.

–Está bien —dijo. —¿Señor… Magoo?

Dixon se rio. —Buenas noches, Tracey.

Se volviГі hacia su habitaciГіn.

De repente, Tracey se acercГі a Г©l y lo besГі en la mejilla.

–Buenas noches, señor Magoo.

Ahora fue el turno de Clement Dixon de ruborizarse.

Tuvieron un breve momento.В Se produjo una chispa.В ВїO ya estaba allГ­?В La mirГі a los ojos azules y casi hizo una estupidez.В Casi la invita a su habitaciГіn.В Entonces no lo hizo.

–Buenas noches —dijo de nuevo.

EntrГі en su dormitorio y cerrГі la puerta.

InspirГі profundamente.В Iba por un camino peligroso.В La locura y el desastre estaban ahГ­.В Estaba empezando a enamorarse de una mujer mucho mГЎs joven, una mujer lo suficientemente joven para ser su nieta.

No podГ­a suceder.В No iba a suceder.

Mejor sacГЎrselo de la cabeza.

En cambio, mirГі alrededor de la habitaciГіn, sumergiГ©ndose en ella. Esta habitaciГіn era del mismo estilo que el resto de la casa: relucientes suelos de mГЎrmol, techo de dos pisos con ventiladores que giraban suavemente, ventanas altas con pesadas cortinas bien cerradas contra la noche.В La cama era de tamaГ±o king, con botellas de agua frГ­a en una mesa a un lado, junto con una cubitera.В HabГ­a bombones sobre la colcha.В HabГ­a un silencio sepulcral.

John y Jackie Kennedy habГ­an dormido en este dormitorio.В El Papa Pablo VI habГ­a dormido aquГ­.В Winston Churchill habГ­a dormido allГ­, despuГ©s de terminar sus funciones como primer ministro de Inglaterra.В Es mГЎs, el gran autor colombiano Gabriel GarcГ­a MГЎrquez y el cantante de rock Bono habГ­an dormido aquГ­ en un momento u otro.

Ahora Clement Dixon estaba aquГ­.В El Presidente Clement Dixon.

MГЎs allГЎ de su mejor momento, seguro.В Pero, de alguna manera, Presidente.В Era como un jugador de bГ©isbol envejecido al final de una larga carrera, que de repente termina en un equipo en camino a la Serie Mundial, cuando ya no puede hacer mucho bien a ese equipo.

Si…

Si pudiera garantizar una atención médica decente y asequible para todos los estadounidenses…

Si el veinte por ciento de los niños estadounidenses no pasaran hambre por la noche…

Si casi un millón de estadounidenses no estuvieran sin hogar…

Jugaba mucho al juego de “si”. Pero también lo reconoció como un hábito, uno de los malos. Si hubiera tropezado con esta situación hace veinte años, cuando tenía cincuenta y tantos años y todavía tuviera la energía de un hombre de treinta y tantos. Si su esposa estuviera viva para presenciar todo esto y estar a su lado. Si algunos de los grandes estadistas de los años cincuenta y sesenta estuvieran vivos, para orientarlo y ser sus aliados.

Si el giro a la derecha de la dГ©cada de 1980 nunca hubiera ocurrido, cuando el juego cambiГі de salvaguardar el bienestar del paГ­s a apaciguar a las corporaciones y a Wall Street a toda costa.

Estas eran las mentiras que se decГ­a a sГ­ mismo y necesitaba dejarlas ir.В Las circunstancias eran las que eran: era el Presidente de los Estados Unidos y esto era un inmenso privilegio.В TambiГ©n era una oportunidad de ser parte de la historia y de hacer algo realmente bueno.

Tomemos, por ejemplo, esta visita a Puerto Rico.В Dixon era el primer Presidente desde John Kennedy, en 1960, en visitar esta isla.В Durante cuarenta y cinco aГ±os ningГєn Presidente habГ­a puesto un pie aquГ­.В Puerto Rico era tГ©cnicamente un protectorado estadounidense, una forma elegante de decir que lo habГ­amos ganado en una guerra contra EspaГ±a hace mГЎs de cien aГ±os.В Y lo habГ­amos tratado como botГ­n de guerra desde entonces.

Era mГЎs grande y con mГЎs poblaciГіn que muchos estados estadounidenses, pero nunca se le habГ­a ofrecido la condiciГіn de estado.В TenГ­a estrechos vГ­nculos con la ciudad de Nueva York y Miami, con un desfile constante de personas yendo y viniendo.В Los puertorriqueГ±os eran ciudadanos estadounidenses y pagaban impuestos federales, pero no tenГ­an representaciГіn en el Senado de los Estados Unidos ni en la CГЎmara de Representantes.

A fines del aГ±o pasado, el FBI habГ­a descubierto el paradero del radical independentista puertorriqueГ±o Alfonso Cruz Castro, que vivГ­a en una casa franca en una zona selvГЎtica, a menos de una hora de este mismo lugar.В El hombre tenГ­a sesenta y tres aГ±os y habГ­a estado implicado en el robo de un camiГіn de Brink y en el asesinato de un guardia de camiones en Manhattan en 1981.

Agentes del FBI rodearon la cabaГ±a de madera y, cuando Castro se negГі a rendirse, dispararon mГЎs de dos mil balas a travГ©s de ella.В Afortunadamente, Castro era el Гєnico dentro.В De lo contrario, la pesadilla de las relaciones diplomГЎticas no habrГ­a tenido fin.В Dixon se estremeciГі al pensar si hubiera habido una mujer o niГ±os dentro con Castro.

De hecho, la familia de Castro realizГі una procesiГіn pГєblica con su ataГєd y decenas de miles de personas se alinearon en las calles de San Juan para verlo pasar.В Su funeral fue mГЎs concurrido que la mayorГ­a de los funerales nacionales de primeros ministros y mucho mГЎs importante que el funeral de cualquier gobernador de Puerto Rico.

HabГ­a un sentimiento antiestadounidense en Puerto Rico, eso estaba claro.

Dixon se sentГі en la cama, extendiГі la mano y cogiГі una de las botellas de agua.В La botella de vidrio estaba resbaladiza por la condensaciГіn.

–Mañana —dijo en voz alta.

Hubo un dГ©bil eco de su voz en la habitaciГіn.

MaГ±ana darГ­a un discurso en el jardГ­n de La Fortaleza, ante unos cientos de simpatizantes del gobernador, miembros del partido, funcionarios, magnates de los negocios de la isla y sus familias.В SerГ­a retransmitido en directo a toda la isla y ciertamente aparecerГ­a en las noticias de televisiГіn de los Estados Unidos y otras muchas partes del mundo.В Planeaba decir sus primeras frases en espaГ±ol.

Posteriormente, la comitiva presidencial se desplazarГ­a por las calles de la ciudad vieja y cruzarГ­a el puente hasta el aeropuerto.В Iba a ser un gran dГ­a.В Era el dГ­a en que Clement Dixon pondrГ­a un sello en su nueva presidencia.

Y luego se subirГ­a a un aviГіn y volarГ­a cinco horas hasta Washington, DC.В Ese pensamiento hizo que su corazГіn se hundiera, solo un poco.

SuspirГі de nuevo.

Realmente, era demasiado mayor para todo esto.




CAPГЌTULO CINCO


23:59 h., hora del AtlГЎntico (23:59 h., hora del Este)

Bosque Nacional El Yunque

Cubuy, CanГіvanas

Puerto Rico



La noche era hГєmeda y pesada.

Siempre habГ­a humedad en la selva tropical.В En todas partes a su alrededor, las hojas estaban empapadas de humedad.В En la oscuridad, a travГ©s de las empinadas laderas, las diminutas ranas coquГ­ macho estaban llamando a sus parejas.

–¡Co-KII! ¡Co-KII! —croaban un millón de ellas a la vez, sus voces fuertes y desproporcionadas al tamaño de sus cuerpos.

El hombre se hacГ­a llamar Premo, abreviatura de El Supremo.В A veces la gente se referГ­a a Г©l como Uno o El Гљltimo.В Nadie lo llamaba por su nombre real.В Nunca sabГ­as quiГ©n estaba escuchando.

Era un hombre grande, de hombros anchos.В Era el lГ­der del movimiento independentista puertorriqueГ±o.В Era difГ­cil liderar un movimiento en estos dГ­as, con la vigilancia constante de las comunicaciones, la interceptaciГіn de llamadas telefГіnicas, la incautaciГіn de correos electrГіnicos, el rastreo de bГєsquedas en Internet y el mapeo de conexiones en lГ­nea.

Premo no utilizaba nunca los ordenadores. Nunca escribiГі nada y rara vez hablaba por telГ©fono con nadie, ni siquiera con su madre.В Sus Гіrdenes eran dirigidas directamente a los subordinados que estaban en su presencia, hombres a los que se habГ­a investigado a fondo antes de poner un pie en la misma habitaciГіn que Г©l.В Era la Гєnica manera.

Si tus enemigos van a la alta tecnologГ­a, tГє te vuelves primitivo.

Estaba de pie en el porche trasero cubierto de la casa, fumando un cigarrillo y mirando por encima de una barandilla de madera hacia la selva montaГ±osa.В Sus ojos se adaptaban a la oscuridad.В PodГ­a ver los contornos de las colinas que se elevaban por encima de Г©l y la empinada caГ­da debajo.

Mientras miraba, notГі que acababa de empezar a llover de nuevo al otro lado del barranco, el agua caГ­a en silenciosas sГЎbanas, cortando la densa niebla que se adherГ­a a las copas de los ГЎrboles.В En un momento, la lluvia cruzarГ­a la distancia y comenzarГ­a a golpear el techo de chapa ondulada de esta choza.

–Premo —dijo un hombre detrás de él—, están aquí.

Premo dio una Гєltima calada a su cigarrillo y lo arrojГі a la oscuridad.В EntrГі.

La sala de estar de la choza estaba casi vacГ­a.В El suelo era de madera desnuda.В No habГ­a decoraciones en las paredes.В A un lado, habГ­a una pequeГ±a mesa redonda con sillas de plГЎstico blanco alrededor.

En el medio de la habitaciГіn habГ­a un sillГіn con una mesa de juego al lado.В Esta mesa era donde Premo habГ­a dejado su bebida: un vaso medio lleno de ron Bacardi, puro.В El sillГіn estaba tapizado con lino.В Siempre parecГ­a un poco mojado por la humedad.В Premo se sentГі en Г©l.В Su escondite, El Yunque, era uno de los lugares mГЎs hГєmedos de la Tierra.

Frente a Г©l, cerca de la entrada, habГ­a dos jГіvenes, ambos de veintipocos aГ±os.В Estaban flanqueados por los guardaespaldas de Premo.В Los guardaespaldas eran grandes,В anchos e inmensamente fuertes.В TenГ­an los ojos y los rostros inexpresivos de los gГЎnsteres.В Г‰ste era el tipo de hombres con los que Premo preferГ­a trabajar. PodГ­as golpearlos hasta la muerte para que revelaran un secreto, pero nunca te lo dirГ­an.В No te darГ­an esa satisfacciГіn.

Los jГіvenes estaban nerviosos.В QuizГЎs estaban nerviosos por lo que acababan de hacer, o quizГЎs por los hombres que estaban detrГЎs de ellos.

–¿Cómo fue? —dijo Premo, sin darse cuenta hasta que pronunció las palabras, de lo nervioso que estaba. Esta era la noche más importante de su vida y se la había confiado a estos dos jóvenes.

Eduardo, el mayor de los dos, asintiГі.В Era el lГ­der de la pareja y, con mucho, el mГЎs sereno y seguro de sГ­ mismo.В Era un tipo guapo, se parecГ­a vagamente a Ricky Martin y usaba su apariencia para hacer que la gente confiara en Г©l.В Mujeres, superiores, guardias, el propio Premo.

–Bien —dijo Eduardo—, todo salió bien.

–¿Está todo a bordo?

Premo mirГі a Eduardo y luego al joven Felipe.В Ambos asintieron.В Los ojos marrones de Felipe eran grandes y redondos, los ojos del miedo.В Los ojos de un ciervo justo antes de que le atropelle el todo-terreno.В Esto le venГ­a grande, decidiГі Premo.

Ahora Eduardo se encogió de hombros. —El contenedor está en la bodega de carga. Desde allí, ¿quién sabe? Y, como he dicho antes, no hay garantía de que no lo inspeccionen otra vez. Es la seguridad más alta del mundo. Su procedimiento operativo estándar consiste en verificar una y otra y otra vez, especialmente cuando se trata de…

Premo levantó una mano. —No lo volverán a inspeccionar.

–¿Cómo puedes saberlo? —dijo Eduardo.

–Querido —dijo Premo dijo, usando deliberadamente ese término, algo que podría decir a un niño pequeño—, no puedo explicártelo todo. Hay algunas cosas que es mejor que no sepas.

–Estoy mejor sin saber nada —dijo Eduardo.

Premo se encogió de hombros. No se comprometió de ninguna manera. —Podría ser.

–¿Cómo podemos hacer esto, Premo? —preguntó Eduardo. —Estas personas no creen en nada de lo que nosotros creemos. Son fanáticos.

–Nosotros también somos fanáticos, a nuestra manera.

Eduardo negó con la cabeza. —No como ellos. Ellos son terroristas.

Ahora sale.

Premo nunca habГ­a estado seguro de Eduardo.В Hablaba de la locura de haberle confiado al hombre una responsabilidad tan enorme.

–¿Hiciste el trabajo? —preguntó Premo. —¿Exactamente como pedí que se hiciera?

Eduardo no parpadeó. —Por supuesto.

Premo mirГі a Felipe.В Felipe asintiГі.

Así que Premo asintió. —Entonces, todo está bien.

–¡No, no está bien! —dijo Eduardo. —Hice lo que me pediste, pero ya me estoy arrepintiendo. ¡Esta gente está loca!

–La política hace extraños compañeros de cama —dijo Premo.

–¿Cómo ayudará esto a la causa de la independencia? —preguntó Eduardo. —Los estadounidenses nos harán más daño después de esto. Y nunca nos dejarán ir.

–Estás equivocado —dijo Premo—, yo sé lo que harán. Abandonarán este lugar y nos dejarán en paz.

Luego se encogió de hombros, contemplando la posibilidad de que eso no fuera del todo correcto. —Y si no, al menos habremos asestado un golpe después de cien años de esclavitud. Habrán aprendido que no nos sometemos a ellos.

–Creo que deberíamos cancelarlo —dijo Eduardo.

–Querido, es demasiado tarde para eso.

Eduardo negó con la cabeza. —No es demasiado tarde. Lo hemos hecho y podemos deshacerlo. Una llamada anónima y encontrarán el contenedor.

Premo sonrió. —Y sabrán de inmediato quién lo hizo. Ambos seréis arrestados. Eduardo, no se puede deshacer lo hecho. Hemos llegado a un acuerdo con personas muy peligrosas. La relación dará frutos durante muchos años. Pero, si hacemos lo que dices, lo verán como una traición. Nuestras propias vidas se perderán.

–¡Los estadounidenses encontrarán el contenedor de todos modos! Vendrán, con sus protocolos. Inspeccionarán todo una y otra vez.

–Se van a distraer —dijo Premo. —Se van a ir a toda prisa.

–¿Distraer? ¿Por qué?

–Como ya te dije, no tienes que saberlo todo. Es mejor así.

–Los estadounidenses encontrarán el contenedor —dijo Eduardo. —O tal vez no. Pero, ¿qué crees que van a hacer tus nuevos amigos? ¿Cumplir su acuerdo? ¡No! Después de que esto termine, nos perseguirán y nos matarán como perros, de todos modos. No les importa la causa de Puerto Rico, no les importa nada.

Eduardo estaba escalando hacia un estado de pГЎnico total.В Premo ya lo habГ­a visto antes.В Eduardo habГ­a hecho un trabajo, se habГ­a mantenido firme el tiempo suficiente y ahora se estaba desmoronando.В El problema era que, cuando un hombre se desmoronaba, a menudo nunca se volvГ­a a recomponer por completo.В Eduardo fГЎcilmente podrГ­a convertirse en un caso perdido, un alcohГіlico, tratando de decirle a cualquiera que quisiera escuchar lo terrible que habГ­a hecho, de lo que no podГ­a retractarse.

DespuГ©s de los acontecimientos de maГ±ana, es casi seguro que asГ­ serГ­a.В Eduardo era un cabo suelto que habГ­a que atar.

–¡Esto estuvo mal! ¡Fue una idea terrible! Traerá el desastre sobre esta isla. Debemos hacer algo.

Premo miró a los guardias. Eran hombres grandes, apacibles y dignos de confianza. Habían estado en el movimiento durante mucho tiempo. Ambos se habían ido y se habían entrenado en un momento u otro con las FARC colombianas. Lucha en la selva, fabricación de bombas, lucha cuerpo a cuerpo, vigilancia… asesinato.

Estos hombres nunca se desmoronarГ­an como Eduardo.В HabrГ­an sido mejores candidatos para la misiГіn en el aeropuerto, pero, por supuesto, ambos tenГ­an antecedentes penales.В Nunca podrГ­an alistarse en la Guardia Nacional AГ©rea y, aunque lo consiguieran, nunca podrГ­an estar a menos de un kilГіmetro del aviГіn en el que Eduardo y Felipe habГ­an dejado su carga esta noche.

SabГ­an lo que tenГ­an que hacer sin que Premo tuviera que decir una palabra.В Simplemente asintiГі con la cabeza y moviГі los ojos un poco.

Los hombres avanzaron de repente.В Uno tenГ­a un garrote, dos pequeГ±os bloques de madera unidos con un filamento de alambre.В Lo deslizГі alrededor del cuello de Eduardo, se cruzГі de brazos y lo apretГі.В El otro agarrГі a Eduardo por los brazos, se los tirГі a la espalda y los sostuvo.В Los ojos de Eduardo se ensancharon.В Su rostro se puso rojo brillante y luego algo mГЎs oscuro, como el pГєrpura.

JadeГі.В GorgoteГі.

–Querido mío —dijo Premo—, ya estamos haciendo algo. Algo bastante extraordinario.

Felipe, el hombre mГЎs joven de la habitaciГіn con diferencia, sacudiГі su cuerpo como si Г©l tambiГ©n quisiera hacer algo.

–¡Felipe! —dijo Premo.

Felipe lo mirГі con grandes ojos de venado.

Premo negГі con la cabeza y moviГі el dedo Г­ndice.

–Ten mucho cuidado. Es mejor no mover un músculo en este momento.

La lucha terminГі rГЎpidamente.В Eduardo estuvo muerto en treinta segundos, quizГЎs un minuto.В Tan pronto como acabaron, los dos hombres lo sacaron de la casa.В Estaba lloviendo.В QuizГЎs arrojarГ­an el cuerpo al barranco.В QuizГЎs harГ­an otra cosa con Г©l.В Eran hombres experimentados y profesionales.

En la densa y hГєmeda maleza de la jungla, nadie encontrarГ­a a Eduardo.В Y la naturaleza harГ­a un trabajo rГЎpido con su cadГЎver.

Premo y Felipe estaban solos en la habitaciГіn.

–¿Tienes preocupaciones similares a las de tu amigo? —preguntó Premo.

La lluvia retumbaba en el techo.

Felipe negГі con la cabeza.

–Dilo.

–No —dijo Felipe—, estoy bien. Tranquilo. En paz en mi corazón. Creo que hicimos lo correcto.

Premo asintió. —Bien. Prepárate, tu vuelo a Nueva York sale a las siete de la mañana. Vivirás en Brooklyn con una nueva identidad. Será una nueva vida, como si la antigua nunca hubiera pasado. No estabas aquí. Nunca dirás una palabra de esto a nadie. Siempre estaremos vigilando. Un día, dentro de unos años, alguien se pondrá en contacto contigo. Entonces sabrás que es seguro regresar a Puerto Rico.

Miró al niño a los ojos. —¿Lo entiendes?

Felipe asintió. —Nunca diré una palabra.

Los guardias ya habГ­an regresado.

Estos hombres te llevarГЎn a San Juan.В ReГєne tus cosas.

–Gracias, Premo —dijo Felipe. Inclinó la cabeza y salió de la habitación.

Premo mirГі a sus hombres.В SeГ±alГі con la cabeza el lugar donde acababa de estar el joven Felipe.В Luego enarcГі las cejas.

Los hombres asintieron.

Felipe no iba a la ciudad de Nueva York.В Ni siquiera iba a San Juan.




CAPГЌTULO SEIS


15 de octubre

10:45 h., hora del AtlГЎntico (10:45 h., hora del Este)

Calle San Francisco

San Juan Viejo

San Juan, Puerto Rico



—¿Cómo lo he hecho? —dijo Clement Dixon.

Estaba sentado en la cabina de pasajeros de cuatro asientos de la limusina presidencial, enfrente de Tracey Reynolds y Margaret Morris.В Las damas miraban hacia atrГЎs, Dixon y su agente del Servicio Secreto miraban hacia adelante.

Don Morris y Luis Montcalvo, de mutuo acuerdo, habГ­an decidido viajar juntos al aeropuerto y resolver sus diferencias de hombre a hombre y en privado.В Como resultado, Margaret viajaba con el Presidente de los Estados Unidos.

Para muchas personas, Dixon lo sabía, este sería el viaje de sus sueños. No creía que eso fuera así para Margaret. Lo más probable es que esto fuera algo que tuviera que aguantar porque su esposo, Don Morris, estaba ahí afuera siendo… Don Morris.

El coche, al que los allegados se refieren con cariГ±o como La Bestia, se abriГі paso lentamente por el estrecho y abarrotado carril de la calle San Francisco, en la ciudad vieja.В Los edificios coloniales espaГ±oles de dos y tres pisos, exquisitamente restaurados, estaban pintados en brillantes tonos azules pastel, naranjas, amarillos, verdes y rojos y adornados con banderas rojas, blancas y azules de Puerto Rico y Estados Unidos.

La famosa calle, poco mГЎs que un callejГіn para los estГЎndares estadounidenses, estaba llena de gente, que se agolpaba a ambos lados.В La gente se apiГ±aba en los ornamentados balcones justo encima de la calle.В La gente era retenida por las lГ­neas policiales, pero cada pocos minutos, un grupo salГ­a a la calle, bloqueando el paso de la comitiva.В La caravana tenГ­a treinta coches de largo y tardaba una eternidad en recorrer unas cuantas manzanas de la ciudad.

La multitud estaba cerca, esto ya habГ­a pasado antes.В Tres adolescentes golpearon a La Bestia mientras pasaba, aporreando el capГі y las ventanas con las palmas de las manos.В Uno de ellos gritГі algo en la ventana justo al otro lado de la cabeza de Tracey.В Ella se estremeciГі.

–No se preocupe —dijo el hombre grande del Servicio Secreto que estaba sentado al lado de Dixon. Sacudió la cabeza y sonrió. —No tienen idea de qué coche es este. Hay cinco coches idénticos a este en la comitiva y nadie puede ver a través de esas ventanas.

Clement Dixon no estaba preocupado en absoluto.В El Servicio Secreto se habГ­a preocupado de la caravana, por supuesto.В No les gustaban las cosas fuera de lo comГєn y esto no se acercaba al protocolo estГЎndar.В Bueno, ellos tenГ­an sus medios, Г©l tenГ­a los suyos.В Y Г©l era el Presidente, despuГ©s de todo.В Si tambiГ©n fuera un hombre del pueblo, saldrГ­a de aquГ­ entre la gente.

El lento viaje era un pequeГ±o inconveniente para Г©l.В Que la gente haga su celebraciГіn.В Casi deseaba poder viajar en un automГіvil descapotable, saludando a la multitud, como lo hacГ­an los Presidentes hasta el asesinato de Kennedy.

Por supuesto que no era posible.В Era tan imposible y la seguridad estaba tan lejos de esos tiempos, que estaba literalmente viajando en un tanque.В A Dixon le gustaban los coches y le habГ­an dado un resumen de esta cosa cuando asumiГі el cargo.

Desde fuera, parecГ­a un Cadillac Deville, pero no lo era.В En realidad, no era ningГєn modelo de coche.В Fue construido por General Motors y tenГ­a la parrilla, el emblema y los faros delanteros y traseros de Cadillac.В Incluso se parecГ­a vagamente al coche que se suponГ­a que era.В Pero fue construido sobre el chasis de un SUV de tamaГ±o grande.В TenГ­a un motor V8 enorme, lo cual era bueno porque el automГіvil pesaba mГЎs de seis toneladas.В Las paredes y las puertas tenГ­an veinte centГ­metros de blindaje.В Las ventanas eran de vidrio a prueba de balas de doce centГ­metros de espesor.В El coche podrГ­a soportar un ataque con lanzacohetes.

No tenГ­a cerraduras, ni fГ­sicas ni digitales.В Las puertas se abrГ­an de forma remota mediante controles que estaban en un automГіvil diferente.В El tanque de gasolina estaba blindado y revestido con un tanque exterior, lleno de espuma retardante de llama.В TenГ­a neumГЎticos auto portantes.В Los compartimentos de pasajeros, delantero y trasero, estaban sellados hermГ©ticamente y eran entornos independientes.В El automГіvil tambiГ©n podГ­a disparar bombas de humo y gases lacrimГіgenos y habГ­a escopetas de acciГіn de bombeo montadas tanto aquГ­, en el compartimiento de pasajeros, como al frente con los conductores.

No, Dixon no estaba preocupado por el coche o la multitud.В Estaba mГЎs interesado en saber quГ© opinaban estas mujeres, especialmente Tracey, sobre cГіmo habГ­a ido el encuentre de esta maГ±ana.

–Vamos, señoras —dijo. Díganmelo directamente. Podré soportarlo.

Tracey parecГ­a un poco inquieta por la multitud que los rodeaba, pero siguiГі adelante.В Llevaba un conjunto conservador, pantalГіn azul oscuro, camisa de vestir blanca y chaqueta deportiva oscura.В Casi podrГ­a ser una de las agentes del Servicio Secreto.В Por supuesto, cualquier cosa le sentaba bien.В PodrГ­a vestir con bolsas de basura de plГЎstico y las cejas se levantarГ­an a su paso, pero a Г©l no le importarГ­a.

–Me encantó, señor Presidente —dijo—, fue completamente inspirador. El pueblo puertorriqueño tiene suerte de tenerle de su lado.

Dixon nunca habrГ­a dicho esas palabras exactas en voz alta, pero esa era, por supuesto, la impresiГіn que habГ­a estado tratando de dar.В Que estaba en su rincГіn y que tenГ­an suerte de tenerlo allГ­.

Se permitiГі retroceder sobre algunos de los puntos mГЎs sutiles.В HabГ­a conocido a un veterano de combate puertorriqueГ±o de noventa y siete aГ±os, que luchГі tanto en la Segunda Guerra Mundial como en Corea.В HabГ­a hablado sobre el impulso de Puerto Rico hacia la eficiencia energГ©tica y el trabajo francamente increГ­ble que la isla habГ­a hecho con la renovaciГіn del Viejo San Juan.

HabГ­a hablado brevemente sobre la asociaciГіn que habГ­a puesto fin al bombardeo naval de Vieques.В E incluso habГ­a insinuado la posibilidad de la estadidad: todos los allГ­ reunidos debГ­an saber que esta Гєltima parte estaba, en el mejor de los casos, muy lejos y, en el peor, era una mentira.

–Estos son los tipos de pasos que hacen falta para que Puerto Rico gane el futuro y para que Estados Unidos gane el futuro —había dicho. Ganar el futuro. A los fanáticos de las relaciones públicas se les había ocurrido esto como el lema de su presidencia y, por más cursi que sonara, en secreto le encantaba.

–Eso es lo que hacemos en este país. Ganamos el futuro. Con cada década que pasa, con cada nuevo desafío, nos reinventamos. Encontramos nuevos caminos, seguimos adelante.

–No hay duda —dijo Margaret Morris— de que usted es uno de los mejores oradores públicos de Estados Unidos. Todos esos años en la Casa…

–Golpeando el atril —interrumpió Dixon.

Ella asintió y sonrió. —Y señalando con el dedo a los malhechores, sobre todo en la Casa Blanca y al otro lado del pasillo.

Dixon casi se rio.В Le gustaba.В Ella estaba haciendo sutiles comentarios al Presidente, mientras iba con Г©l hacia el aeropuerto, cual autoestopista.В Era una mujer encantadora, bien vestidaВ con un traje pantalГіn azul brillante, lo suficientemente vibrante y elegante como para llamar la atenciГіn, pero no para robar el protagonismo.В Dixon calculГі que tendrГ­a unos sesenta aГ±os.В Llevaba mucho tiempo jugando a este juego.В Su equipo probablemente estaba al otro lado del pasillo.

El asintió. —Sí, ese era yo. Mucha práctica, durante interminables décadas.

MirГі a Tracey.В Ella lo miraba con ojos de adoraciГіn, muy diferentes de la forma en que lo miraba Margaret Morris.В De hecho, era muy probable que Margaret Morris ni siquiera lo aprobara.

¿Nadie lo entendía? La relación era cien por cien platónica. Sabía que era demasiado mayor para ella y nunca pensaría en ella de otra manera. Pero tener una hermosa joven a su lado, mirándolo de esa manera…

ВїQuГ© problema habГ­a con eso?В Desearlo era tan natural para un hombre como largo era el dГ­a.

–Me ha encantado especialmente lo de todo Puerto Rico, todavía no hemos llegado al final —dijo Tracey. —Pero no renunciamos, toda esa parte.

Dixon asintiГі.В A Г©l tambiГ©n le gustaba esa parte.В PodrГ­a recitarla ahora mismo.В TenГ­a algo parecido a una memoria fotogrГЎfica para los discursos.В Margaret no habГ­a mentido; era un buen orador, muy bueno y lo sabГ­a.

–La gente estaba loca por usted —dijo Tracey.

Esa parte tambiГ©n era cierta.В Era una multitud escogida, pero le dispensaron una bienvenida entusiasta y parecГ­an estar pendientes de cada palabra.

–¿Qué piensa? —dijo Tracey.

Le habГ­a ido bien.В El discurso habГ­a ido bien, sin duda.

El asintió. —Sí, estuvo bien. Estoy satisfecho con el discurso y con toda la visita. El primer Presidente en…

–Cuarenta y cinco años —dijo Tracey.

–Sí, en visitar la isla.

–¿Es eso cierto? —dijo Margaret.

–Sí. Este viaje se ha organizado para poner fin a ese período. Hemos tratado a Puerto Rico bastante mal, me temo. Y una de mis misiones como Presidente será mejorar esa relación.

Se le ocurriГі que el tiempo entre las dos visitas presidenciales era aproximadamente el doble de lo que Tracey habГ­a estado viva.

–Y creo que hemos hecho algo histórico hoy. Creo que podríamos haber empezado a borrar algunos de los malos recuerdos y empezado a generar algunos buenos.

MirГі por la ventana a la multitud que pasaba.В Las ventanas no solo eran gruesas, sino tambiГ©n tintadas.В Dixon habГ­a estado fuera menos de media hora antes.В Era un dГ­a brillante y soleado.В Pero las ventanas de este automГіvil le daban al mundo la sensaciГіn de estar eternamente en el crepГєsculo.

Mientras Dixon miraba, un hombre entre la multitud explotГі.

No había otra forma de explicarlo. Dixon estaba mirando directamente al hombre, un joven de tez café y cabello oscuro. El tipo llevaba un chubasquero azul claro. Estaba apretujado entre la multitud, con los ojos bien cerrados y el rostro hacia abajo. Entonces él simplemente…

SaltГі en pedazos.

Hubo un destello de luz y las personas a su alrededor tambiГ©n se hicieron pedazos.В Cabezas, brazos, torsos volando.В Sangre salpicando a chorros.В Una fracciГіn de segundo despuГ©s, llegГі el sonido de la explosiГіn.В Estaba ahogado por las ventanas, pero la onda expansiva hizo que todo temblara.

Un trozo de algo volГі por el aire y golpeГі el coche.В Dixon apenas pudo distinguir quГ© era.В Estaba rojo y andrajoso y podrГ­a haber sido un gran trozo de fruta podrida.

Entonces comenzaron los gritos.

Un instante despuГ©s, el hombre del Servicio Secreto estaba encima de Г©l, sujetГЎndolo.

–¡Vamos! —gritó el hombre a los conductores. —¡Vamos! ¡Vamos! ¡Vamos!

–¡Suéltame! —dijo Dixon— ¡Estoy bien!

Pero, por supuesto, el hombre no se moviГі.В Las sirenas sonaban locamente, despuГ©s se oyГі el sonido de disparos automГЎticos en algГєn lugar cercano.В Dixon no pudo ver nada de eso.В El coche no parecГ­a moverse, debГ­a estar atrapado entre la multitud.

Tracey gimoteГі y dejГі escapar un pequeГ±o chillido, como de ratГіn.В Margaret jadeГі.В Dixon las habrГ­a consolado a ambas, pero este grandullГіn de 100 kg lo estaba reteniendo.

–No están heridas —dijo el hombre—. Ambas están bien.

Ahora el coche finalmente acelerГі.В El motor rugiГі mientras el coche ganaba velocidad.

Algo impactГі contra el coche.

Zunk, zunk, zunk, zunk.

Tracey jadeó. —Nos están disparando.

–No pueden alcanzarnos —dijo el hombre del Servicio Secreto. —Este coche es a prueba de balas.

Si ese era el caso, entonces Вїpor quГ© el hombre aГєn sujetaba a Dixon inmovilizado en el asiento?


* * *

—No hay más Dios que Dios.

Su pasaporte decГ­a que era de Grecia.В DecГ­a que se llamaba Anthony.В HabГ­a sido una falsificaciГіn impecable y la gente se lo habГ­a creГ­do.В El personal de facturaciГіn y seguridad de los aeropuertos se lo habГ­a creГ­do.В Los empleados del hotel se lo habГ­an creГ­do.В Todos se lo creyeron.

Nada de eso importaba ya.

Estaba inmerso entre la multitud.В Era un dГ­a caluroso, pero de repente el sol le pareciГі tan caliente que podrГ­a desmayarse.В Los coloridos edificios y los balcones ornamentados estaban detrГЎs de Г©l.В Frente a Г©l habГ­a una fila de coches negros que se arrastraban, con las ventanas tintadas y banderas estadounidenses y puertorriqueГ±as colgadas de soportes cerca de sus parabrisas.

Estaba sin aliento.В No podГ­a pensar en nada, excepto en lo que habГ­a memorizado hacГ­a mucho tiempo.

–Oh Alá —dijo en voz alta, el sonido de su voz ahogado por los gritos y vítores de la gente a su alrededor. —Danos el bien en el mundo y el bien en el Más Allá y líbranos del tormento del Fuego.

La gente gritaba y chillaba.В La gente se reГ­a.В La gente estaba loca y agitaba pequeГ±as banderitas.В Fue zarandeado y empujado.В Se sentГ­a mareado, como si fuera a vomitar.В Todo giraba.

TropezГі hacia adelante, hacia el coche que tenГ­a delante.

De repente, a su derecha, mГЎs atrГЎs en la caravana, algo explotГі.В Vio la explosiГіn por el rabillo del ojo.В Ni siquiera necesitaba mirar, ya sabГ­a lo que era.В Era un hermano en AlГЎ, alguien a quien nunca habГ­a conocido, el primero de los muyahidines en morir hoy.

TambiГ©n era la seГ±al para el resto y Anthony era uno de ellos.

La gente seguГ­a gritando, pero el tono habГ­a cambiado.В Ahora la gente corrГ­a y chillaba.В LlegГі el aullido de una sirena.

Los coches quedaron atrapados entre la multitud.В Estaban atrapados en la propia caravana.

Anthony llevaba puesta una colorida camisa hawaiana con estampado floral, que colgaba sobre el bulto de su cintura.В Quien lo mirara podrГ­a pensar que era un poco gordito, pero no lo era, estaba muy delgado.

Dio dos pasos hacia el trГЎfico y estuvo a punto de tropezar cuando se bajГі de la acera.В La gente avasallaba y empujaba, desesperada por escapar.В Un hombre llevaba un niГ±o pequeГ±o sobre sus hombros.В Anthony pasГі junto al hombre.

Estaba muy cerca del coche negro.В Era grande, mГЎs grande de lo que esperaba.

En algГєn lugar cercano, comenzaron los disparos.В Los hermanos, la policГ­a, el ejГ©rcito, no habГ­a forma de saberlo ahora.

–¡Aláu Akbar!

Lo gritГі a todo trapo.

MirГі por la ventana del coche, pero no pudo ver nada.В QuizГЎs el Presidente estadounidense estaba allГ­, quizГЎs no.В En cualquier caso, habГ­a siluetas.В El coche no estaba vacГ­o.

Junto a Г©l, sobre los hombros del hombre, el niГ±o lloraba.

Anthony no lo dudГі.В Ahora sostenГ­a un mechero de plГЎstico.В MetiГі la mano debajo de la camisa y buscГі la mecha que encenderГ­a el acelerador.В TenГ­a mucha prГЎctica en esto y lo encontrГі al instante.В PrendiГі el encendedor.

–¡Sálvame! —gritó. No escuchó su propio grito. No sabía a quién se dirigía.

Al segundo siguiente, sintiГі el calor en el centro de su cuerpo.В Entonces llegГі el calor real y la luz cegadora.

Y luego la oscuridad.


* * *

—Es un buen orador —dijo Don Morris—, le concederé eso.

Viajaba con Luis Montcalvo,В varios coches por delante del Presidente.В A su alrededor, la gente estaba casi pegada a las ventanas, mirando hacia la oscuridad, con la esperanza de vislumbrar a Clement Dixon.

–Un orador excepcional —dijo Montcalvo. —Y está diciendo muchas cosas que el pueblo puertorriqueño necesita escuchar.

Don asintió. —Creo que puede que tengas razón. La audiencia disfrutó de su discurso y la gente en la ruta del desfile… —Hizo un gesto hacia la ventana y dejó que la multitud electrizada hablara por sí misma.

–Estamos listos para la estadidad —dijo Montcalvo. —Hemos estado demasiado tiempo en este limbo y eso les da munición a quienes dicen que deberíamos ser nuestro propio país.

Don mirГі al joven del Servicio Secreto que viajaba en el coche con ellos.В El chico parecГ­a aburrido.В Estaba oyendo sin escuchar.В La acciГіn real sucedГ­a en un coche diferente.

Don mirГі a Montcalvo.В ParecГ­a apenas mayor que el hombre del Servicio Secreto asignado para protegerlo.В Estaba sereno y seguro de sГ­ mismo.В Se habГ­a reunido con el Presidente de los Estados Unidos y le habГ­a exigido respeto.В Ser gobernador de Puerto Rico no era ni menos ni mГЎs que ser gobernador de un estado.В En cierto sentido, era como ser Presidente de un paГ­s pequeГ±o.В Montcalvo asumiГі bien la responsabilidad.

–Creo que tú y yo no somos tan diferentes como parecemos —dijo Don.

Montcalvo asintió. —Estoy de acuerdo, nunca sugeriría lo contrario. Sé que eres un gran hombre. Pero la Escuela de las Américas… Estoy seguro de que os dais cuenta de que aquí tenemos una gran afinidad por toda América Latina. Son nuestros hermanos y hermanas.

Don podría creerlo. —Por supuesto.

–Caminamos en línea —dijo Montcalvo. —Podemos perdonar, pero no podemos…

De repente, una bomba estallГі justo fuera de su ventana.

El sonido fue amortiguado, pero seguГ­a ahГ­.В ВЎBUUUUM!

OcurriГі a su espalda, por lo que no lo vio, pero Don sГ­.В Un hombre estaba parado en medio de una multitud apretada y luego explotГі.В Don no lo vio accionar el explosivo, pero vio que los ojos del hombre estaban cerrados, probablemente en oraciГіn.

Estalló en pedazos, irreconocible en un instante, así como las personas a su alrededor. Había un hombre con un niño posado sobre sus hombros…

Una fuerte salpicadura de sangre golpeГі la ventana, justo detrГЎs de la cabeza de Montcalvo.

Entonces Don se quitГі el cinturГіn de seguridad y empujГі a Montcalvo contra el asiento, por puro instinto.В GolpeГі la ventana del compartimiento del conductor.В GritГі al unГ­sono con el joven agente del Servicio Secreto detrГЎs de Г©l.

–¡Vamos! ¡Vamos! ¡Vamos!

El coche se abriГі paso entre la multitud.В A su alrededor, la gente se arremolinaba, gritaba, habГ­a rostros ensangrentados apretados contra las ventanas.В EstallГі el fuego.

El primer pensamiento de Don fue para Margaret, que estaba en el coche del Presidente.В No habГ­a nada que pudiera hacer por ella.В Estos coches eran como fortalezas rodantes, lo sabГ­a.В Lo mГЎs peligroso era que todos estaban atrapados en una fila, incapaces de moverse.В Si la vida de Margaret se viera amenazada, serГ­a por este atasco.

ApretГі el cuerpo de Montcalvo hacia abajo, suave ahora, pero muy firme.

–No te levantes, hijo. Quédate abajo.

Se volviГі a mirar al hombre del Servicio Secreto.

–Pon este coche en movimiento. AHORA.

De repente, como por la magia de las palabras de Don, el coche acelerГі.В MirГі a travГ©s del cristal ahumado y por el parabrisas, viendo lo que veГ­a el conductor.В El coche serpenteaba entre la multitud, la gente se lanzaba hacia las aceras.

El conductor hizo un giro brusco a alta velocidad y se precipitГі por una calle lateral.

Justo delante, una mujer con un niГ±o pequeГ±o estaba parada en la calle adoquinada.В El niГ±o yacГ­a inerte en sus brazos.В El rostro de la mujer estaba ensangrentado.В Ella estaba gritando.

Iban a atropellarla.

El conductor hizo girar el volante a la izquierda.В El coche se catapultГі por encima de la acera y no alcanzГі a la mujer.В Chocaron contra la pared de un edificio azul de la Г©poca colonial y rebotaron.В Por un segundo, pareciГі que el coche se enderezarГ­a, pero luego el lado del conductor se levantГі del suelo.

Don sintiГі cГіmo se iba.В ConocГ­a la sensaciГіn demasiado bien.

Fue lento, lento, lento y luego muy rГЎpido.В El coche volcГі y rodГі.

Don fue lanzado hacia adelante y hacia los lados, su rostro golpeando el vidrio entre los compartimentos.В Luego se estrellГі contra el agente del Servicio Secreto.

Todo se oscureciГі.

ParecГ­a flotar por el espacio.

AlgГєn tiempo despuГ©s, abriГі los ojos.В El coche estaba volcado sobre el techo.В Don estaba tirado en el techo.В Se llevГі la mano a la cara y saliГі ensangrentada.В Tanto Montcalvo como el hombre del Servicio Secreto estaban cabeza abajo, todavГ­a atados a sus asientos, con los brazos colgando.

Los ojos de Montcalvo estaban cerrados.

A Don le zumbaban los oГ­dos.В Estaba mareado.

MetiГі la mano en el bolsillo y sacГі su telГ©fono mГіvil.В El nГєmero de Margaret estaba pre programado.В Lo encontrГі y apretГі el botГіn verde.В SonГі el nГєmero y luego pareciГі que descolgaban.

–¿Cariño? —dijo— ¿Cariño?

No habГ­a ninguna voz en la lГ­nea.

Fuera de sus ventanas, la gente pasaba corriendo.В Sobre todo, lo que podГ­a ver eran sus pies.В Un coche negro pasГі corriendo por la calle, luego otro, miembros de la comitiva presidencial, ahora libres para quemar caucho hacia el aeropuerto.

Don se arrastró hacia la puerta, pensando que la abriría y pediría ayuda. Pero… sucedió algo. Pasó lo que pareció mucho tiempo. Abrió los ojos y se encontró de nuevo tendido en el techo.

Alguien debe estar de camino.В El conductor debe haber llamado.В Don mirГі a travГ©s de la particiГіn y el conductor estaba colgando cabeza abajo, al igual que estos dos tipos en el compartimiento de pasajeros con Г©l.

–¿Hay alguien más despierto por aquí?




CAPГЌTULO SIETE


11:15 h., hora del AtlГЎntico (11:45 h., hora del Este)

Air Force One

Aeropuerto Internacional Luis MuГ±oz MarГ­n

San Juan, Puerto Rico



—Despacio, despacio —dijo Clement Dixon.

Nadie le hizo caso.В Lo sacaron del coche a empellones.В Dixon era alto, pero una mano fuerte mantenГ­a su cabeza agachada, de modo que caminaba encorvado.В Una pared de hombres muy altos con chalecos antibalas lo rodeaba por completo.В Avanzaban en grupo hacia el aviГіn.

A través de la presión de cuerpos a su alrededor, podía ver el avión azul y blanco en la pista, la bandera estadounidense en la cola, ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA a lo largo del fuselaje.

Dixon vislumbrГі el coche cuando lo dejГі atrГЎs, encerrado por vehГ­culos blindados.В TambiГ©n vio a Tracey Reynolds y Margaret Morris llevadas por dos mujeres con chalecos antibalas.В No rodeadas, ni obligadas a agacharse; al mundo libre no le importaba si una joven ayudante o la esposa de un agente de inteligencia vivГ­a o morГ­a.

La escalera aГ©rea estaba bajada.В Los motores del aviГіn ya estaban acelerando.В HacГ­a calor en el asfalto.В Dixon podГ­a sentir el sol cayendo sobre Г©l.

–¿Que está pasando? —preguntó.

Al llegar a las escaleras, se dio cuenta de que estaba sin aliento.В SintiГі una punzada de dolor en el pecho.

Ahora no.В Un infarto ahora, no.

SerГ­a demasiado demodГ©, demasiado ridГ­culo.В Era lo que los niГ±os llamarГ­an unВ meme.В Un anciano vive durante dГ©cadas en trabajos estresantes, luego sobrevive a algГєn tipo de asalto violento, solo para morir de insuficiencia cardГ­aca momentos despuГ©s.

–Hubo un ataque, señor —dijo un hombre. —No estamos seguros de la naturaleza del mismo. La situación es inestable y ahora los estamos evacuando.

–¿Qué pasa con el resto del grupo?

–Ellos encontrarán su propio camino a casa.

–¿Cuántos muertos hay? —preguntó Dixon. Debía haber habido muertos, al menos algunos. Vio a la gente explotar con sus propios ojos.

–No es nuestro cometido, señor. Le conseguiremos a alguien que tenga esa información tan pronto como el avión esté en el aire. ¿Listo para subir las escaleras?

Las escaleras se alzaban sobre Г©l.В Solo habГ­a una docena de pasos.В Los habГ­a contado cuando aceptГі el trabajo.В Normalmente, subГ­a corriendo las escaleras y entraba en el aviГіn, para demostrarle a los medios de comunicaciГіn o espectadores cercanos lo en forma que estaba, para ser un hombre mayor.

Pero no hoy.В Todo, el mundo entero, parecГ­a deslizarse hacia los lados.В PensГі que vomitarГ­a.В TropezГі y, durante una fracciГіn de segundo, hubo dos aviones.В Se volvieron a juntar con fuerza.

Un aviГіn, dos aviones, aviГіn blanco, aviГіn azul.

–Me siento un poco mareado —dijo.

Lo cogieron de los brazos y lo llevaron escaleras arriba.В Afortunadamente, sus piernas no temblaban, eso hubiera sido vergonzoso.В Pero sus pies apenas parecГ­an tocar el suelo cuando los hombres lo llevaron en volandas por las escaleras.

En unos segundos, estaban dentro del aviГіn.В Nadie le preguntГі a dГіnde querГ­a ir.В En cambio, avanzaron como un solo hombre por el pasillo hasta el estrecho anexo mГ©dico, caminando rГЎpido, Dixon apenas tocaba el suelo.

Pasaron por la puerta estrecha y dos agentes lo dejaron en el asiento de cuero junto a la mesa de reconocimiento.В Era un espacio diminuto, con equipos mГ©dicos cubriendo las paredes.В Dixon sabГ­a que, en el interior del anexo, una mesa de operaciones podrГ­a desplegarse de una pared como una cama plegable, llegado el caso.В TenГ­a la gran esperanza de que nunca llegarГ­a a necesitarla.

Travis Pender estaba allí, el médico a cargo del Air Force One. Una enfermera estaba a su lado, una mujer de mediana edad. Su rostro siempre estaba serio. Dixon la conocía, pero en ese momento, su mente parecía…

–Buenos días, señor Presidente —dijo.

–Hola —dijo Dixon. Ni siquiera intentó llamarla por su nombre.

Pender era texano, Dixon lo recordaba.В HabГ­a estado en la Fuerza AГ©rea.В SonreГ­a alegremente.В Era rubio, muy bronceado, casi anaranjado.В TenГ­a una gran mandГ­bula prominente, como un hombre de CromaГ±Гіn.В Dixon, por una larga experiencia, habГ­a llegado a pensar en una mandГ­bula como esa como la MandГ­bula Confiada.В Los hombres con un toque de Neandertal parecГ­an tener mГЎs confianza en sГ­ mismos que otros hombres, tanto si esa confianza era merecida como si no.

Por su parte, Pender siempre estaba sonriendo, siempre parecГ­a contento.В La mandГ­bula podrГ­a explicar parte de eso, pero ciertamente no todo.В Los hombres seguros de sГ­ mismos podГ­an ser tan cascarrabias como cualquiera, pero Pender no.В Dixon no entendГ­a a este hombre.

–¿Cómo se siente, Clem? —dijo el buen doctor. —Ha sido un día emocionante, ¿eh? Me han dicho que se ha mareado un poco. ¿Perdió el conocimiento en algún momento? ¿Puede recordarlo?

A Dixon se le ocurriГі un pensamiento, no era la primera vez.В Pero ahora lo expresГі.

–¿Siempre llama a los Presidentes por su nombre de pila? ¿O solo a mí?

En todo caso, la sonrisa de Pender se ensanchó. —Llamo a todo el mundo por su nombre de pila. Todos somos iguales a los ojos de Dios.

Se dirigió a uno de los hombres del Servicio Secreto. —Ayúdame a quitarle la chaqueta y la camisa, ¿de acuerdo?

El hombre del Servicio Secreto se aproximГі a Dixon.

–¡Puedo hacerlo yo! —dijo Dixon— ¡No soy un inválido!

Se quitГі la chaqueta deportiva e inmediatamente se puso a trabajar en los botones de su camisa.В No tenГ­a sentido luchar contra eso.В HabГ­a sucedido algo allГ­ atrГЎs y lo iban a examinar, le gustara o no.

Travis Pender ensanchГі su sonrisa mГЎs que nunca.В Era una sonrisa del tamaГ±o de Texas.

–Ese es el espíritu de “yo puedo”. Eso me gusta.

Dixon negГі con la cabeza.

–Cállate, Travis. Solo dime si estoy vivo o muerto

LevantГі la mirada y Tracey Reynolds estaba en la puerta.В Dixon sintiГі un poco de alivio al verla.В Tracey se estaba convirtiendo rГЎpidamente en su guardaespaldas, la persona mГЎs fiable de su entorno.В Al mismo tiempo, preferirГ­a que ella no lo viera sin camisa.В El tono muscular no era uno de sus puntos fuertes.

–¿Te han dejado entrar? —preguntó.

Ella sonriГі.В Sus dientes eran blancos y perfectos, como todo lo demГЎs en ella.

–Me dijeron que es posible que necesite que alguien le coja la mano, en caso de que tengan que sacarle un poco de sangre.

–Estás contratada —dijo el Dr. Pender. —Alguien que pueda seguir el ritmo del sarcasmo de este Presidente tiene un trabajo de por vida.

Clement Dixon reflexionГі sobre la veracidad de esa afirmaciГіn.


* * *

En completa oscuridad, un nivel debajo de Clement Dixon, el hombre sintiГі que el aviГіn comenzaba a moverse.В HabГ­a pasado meses entrenando para reconocer los movimientos sintiГ©ndose solo.

Unos momentos despuГ©s, el aviГіn acelerГі para despegar.В Luego se levantГі.В SintiГі el ГЎngulo agudo mientras se abrГ­a paso hacia el cielo, subiendo hacia su altitud de crucero.В Se estremeciГі un poco al atravesar algunas turbulencias.

El hombre abrió los ojos, pero no hubo cambios en la luz. Todo a su alrededor era negro como la noche más profunda. Estaba vivo y volvió a sí mismo. Su nombre era… su nombre real no importaba. Le conocían por el nom de guerre de Abu Omar.

Su cuerpo estaba terriblemente frГ­o, pero tambiГ©n se habГ­a entrenado para resistir esto, durmiendo en temperaturas gГ©lidas una y otra vez.В Apenas podГ­a sentir sus extremidades.В DespuГ©s de todo, estaba encerrado dentro de un congelador.В Era un truco diseГ±ado para engaГ±ar a los perros rastreadores.В HabГ­a hombres dentro de todos estos congeladores, encerrados con los filetes, los cortes de pescado y los postres helados.

Se estremeciГі.В RespirГі hondo, poco mГЎs que un jadeo.В No quedaba mucho oxГ­geno aquГ­.

ВЎHabГ­a funcionado!В El aviГіn estaba en el aire y Г©l, al menos, estaba dentro del aviГіn.

No estaba muerto, todavГ­a no.В Por supuesto, era un muyahidГ­n, un guerrero santo.В Estaba dispuesto a morir en cualquier momento.В Pero en este momento, AlГЎ habГ­a considerado oportuno que siguiera vivo para poder trabajar para lograr la meta que se le habГ­a propuesto.

Probablemente muchos habГ­an muerto para colocarlo en esta posiciГіn y Г©l era consciente de esos sacrificios.В Pero tambiГ©n era consciente de que un gran sacrificio conllevaba una gran responsabilidad y quizГЎs grandes recompensas.

AlcanzГі la cremallera cerca de su cintura.В EncontrГі el mango de metal y lentamente lo subiГі por su pecho y pasГі por su cara.В La luz dГ©bil lo inundГі. ParpadeГі contra ella.В Estaba encerrado en una bolsa de vinilo negro grueso, dentro de una caja de cartГіn pesado, que a su vez estaba encerrada dentro de un arcГіn congelador.

Iba a necesitar algo de trabajo y de tiempo para salir de aquГ­.В DespuГ©s de eso, si AlГЎ quisiera, liberarГ­a a sus compatriotas de sus tumbas congeladas.

El tiempo era esencial, por supuesto, pero sabГ­a que el trabajo progresarГ­a con cierta dificultad.В Sus manos eran bloques de hielo, pero no importaba.В El trabajo difГ­cil nunca le habГ­a molestado.

Paso a paso, diligentemente, comenzГі.

Cuarenta minutos despuГ©s, siete hombres (Omar y otros seis) estaban reunidos en el oscuro vientre del gran aviГіn.В Todos ellos habГ­an sido escondidos dentro de congeladores de carne y compartimentos de varios tipos.В Cada compartimento habГ­a sido diseГ±ado para evadir los esfuerzos de los perros de bГєsqueda y los detectores de metales y explosivos.

Siete hombres habГ­an sobrevivido, de los ocho originales.В Uno habГ­a muerto: la muerte por exposiciГіn al frГ­o y la falta de oxГ­geno se entendiГі como una posibilidad real durante las etapas de planificaciГіn.В No se sabГ­a quГ© lo habГ­a matado, pero Omar sospechaba que fue el frГ­o.В Su congelador parecГ­a mГЎs frГ­o que los otros y el cadГЎver estaba congelado.

Omar conocГ­a bien a los hombres que aГєn estaban vivos.В En su mayorГ­a eran buenos hombres.В Todos eran valientes y tenГ­an sus habilidades.В Con toda probabilidad, todos morirГ­an durante esta misiГіn.

Tres hombres llevaban cinturones suicidas en este momento, los cinturones de cuero forrados con explosivos plГЎsticos C-4 y detonadores.В Los detonadores, explosivos primarios en sГ­ mismos, detonarГ­an fГЎcilmente, por un impacto, por una caГ­da, por la exposiciГіn al calor.В Cada uno de los tres hombres tenГ­a un mechero de plГЎstico para encender los detonadores, que a su vez dispararГ­an el C-4.В Ninguno de ellos dudarГ­a en hacerlo.

Estos hombres tambiГ©n habГ­an colocado grandes cargas de C-4 contra la puerta de carga del propio aviГіn y contra las paredes justo debajo de las alas.В Si los estadounidenses no creГ­an en la historia que se contaba, si se anunciaba el farol, el C-4 serГ­a detonado, volarГ­a la puerta y, si AlГЎ lo deseaba, romperГ­a las alas.

Omar sabГ­a que habГ­a agentes del Servicio Secreto arriba.В En una pelea, estos hermanos no tenГ­an posibilidades de superar a esos agentes altamente entrenados y fuertemente armados.В ВїPero hacerlos decidir rendirse sin disparar un tiro?

SГ­, tal cosa era posible.

MirГі a los hombres.В Todos le devolvieron la mirada.

–¿Estáis preparados para morir? —preguntó.

–Si eso complace a Alá —dijo un hombre.

–Es mi destino.

–Sí —dijo otro hombre simplemente.

Omar asintiГі.В SabГ­a que el aviГіn ya debГ­a estar acercГЎndose a HaitГ­.В Era la hora.

–Yo también estoy listo. Os deseo la paz de Alá a todos vosotros. Le ruego que acepte vuestros sacrificios como yihad y os abra las puertas del paraíso cuando hayáis completado vuestra tarea en este reino físico.

MirГі al hombre llamado Siddiq.В Siddiq era alto, ancho y fuerte, pero con una barba rala.В Sus ojos eran apagados y no era el hombre mГЎs brillante del grupo.В PodГ­a ser impulsivo, vicioso e indisciplinado, como un animal salvaje.В TenГ­a una tendencia a abusar de los prisioneros que quedaban a su cuidado, especialmente de las mujeres.В PodГ­a infligir dolor y sufrimiento a los demГЎs y no creer que fuera necesario, sino que era divertido.В No le importaba si era necesario o no.

Siddiq necesitaba una mano firme para guiarlo.В Necesitaba un lГ­der fuerte que lo mantuviera concentrado.В Omar podrГ­a ser esa mano firme y ese lГ­der fuerte.В HabГ­a trabajado antes con Siddiq.В Siddiq con una correa apretada era un crГ©dito para AlГЎ.

ВїSuelto?В Era un problema.

Mejor mantenerlo cerca.

–Envía la señal de radio —le dijo Omar. —Estamos listos para el contacto con el enemigo.




CAPГЌTULO OCHO


12:20 h., hora del Este

Sede del Equipo de Respuesta Especial

McLean, Virginia



—Mira lo que trajo el gato —dijo Ed Newsam.

Luke Stone entrГі en la habitaciГіn.В La reuniГіn ya estaba en marcha.

La sala de conferencias, a la que Don Morris se referГ­a como el Centro de Mando, consistГ­a bГЎsicamente en una mesa ovalada, de tres metros de largo, con un dispositivo de altavoz montado en el centro.В HabГ­a puertos de datos donde las personas podГ­an conectar sus ordenadores portГЎtiles, espaciados cada pocos metros.В HabГ­a dos grandes monitores de vГ­deo en la pared.

Trudy Wellington levantГі la vista cuando Luke entrГі.

Llevaba una blusa y pantalones de vestir, como si ayer no se hubiera ido a casa despuГ©s del trabajo.В Era casi como si viviera aquГ­.В Llevaba sus gafas rojas encima de la cabeza.В Estaba introduciendo informaciГіn en el portГЎtil que tenГ­a delante.

–¿Cómo lo has sabido? —preguntó ella.

Luke negó con la cabeza. —No lo sabía. Escuché algo, eso es todo, pero con muy pocos detalles. Se suponía que era algo completamente diferente: un secuestro, no un ataque. Nunca hubiera adivinado nada de esto.

Luke pensГі en la llamada telefГіnica que habГ­a recibido.В Murphy sabГ­aВ algo,В pero estaba equivocado.В A menos que este ataque fuera en realidad un intento fallido de secuestro, la informaciГіn estaba simplemente equivocada.В QuizГЎs Murphy lo habГ­a escuchado mal, o se lo habГ­an traducido incorrectamente.В O tal vez Aahad pensГі que sabГ­a lo que estaba pasando, pero lo que sabГ­a era incorrecto.В Era imposible precisarlo en este momento.

Luke mirГі alrededor de la habitaciГіn.В El gran Ed Newsam, con jeans azules y una camiseta negra lisa de manga larga que abrazaba la parte superior de su cuerpo, estaba desplomado en una esquina.В Mark Swann estaba aquГ­ tambiГ©n, en una terminal de ordenador y con los auriculares puestos.

Swann estaba de espaldas a Luke en un ГЎngulo, probablemente lo suficiente para ver a Luke por el rabillo del ojo.В Llevaba gafas de aviador amarillas y una larga cola de caballo.В Llevaba una camiseta holgada que decГ­aВ El obstГЎculo es el camino.В LevantГі una mano a modo de saludo, pero no se dio la vuelta.

HabГ­a otras personas del Equipo de Respuesta Especial, llamadas por Trudy tan pronto como tuvo lugar el ataque.

–¿Cómo está Don? —preguntó Luke.

Trudy se encogió de hombros. —Pregúntale tú mismo.

Hizo un gesto hacia el aparato del altavoz en el centro de la mesa de conferencias.В ParecГ­a un gran pulpo negro o una tarГЎntula.

Luke lo miró. —¿Don?

–¿Cómo estás, hijo? —llegó una voz incorpórea de la araña. Parecía metálica y distante, pero, sin lugar a dudas, era el ladrido canoso de Don, todavía con un toque del sur.

–Estoy bien, ¿y tú?

–Bien. Estoy aquí con Luis Montcalvo, el gobernador de Puerto Rico. Quedó inconsciente en el choque, pero parece estar bien. Estoy en el hospital de San Juan, en el pasillo, fuera de la habitación de Montcalvo en este momento, a punto de tener una conferencia telefónica con la Casa Blanca.

–¿Cómo está Margaret? —dijo Luke, un poco sorprendido de que Don no la hubiera mencionado.

–Ella está bien, gracias a Dios. Un poco afectada emocionalmente, según me han dicho, pero no está herida. Todavía no he podido hablar con ella. Ella iba en el coche del Presidente, así que está en el Air Force One, rodeada por el Servicio Secreto y el avión ya está en el aire, regresando a DC. Por eso estoy agradecido. Supongo que tomaré el próximo People's Express y me reuniré con ella en cuanto logre salir de aquí.

–Don no se conmueve fácilmente —dijo Trudy.

Luke medio sonrió. —Ya lo sé.

–Tiene una muñeca rota y conmoción cerebral —dijo Trudy. —También perdió el conocimiento, cosa que se olvidó de mencionar. Era un macho y se negó a recibir atención médica más allá de que le arreglaran los huesos de la muñeca.

–Estoy bien —dijo Don. —Ya me había roto el cráneo antes, me habían llenado de agujeros de bala y, de alguna manera, salí adelante.

–Creo que entonces eras un poco más joven —dijo Trudy.

Luke sonriГі por completo ahora, pero no se rio.В Casi no podГ­a creer las cosas que Trudy le decГ­a a Don Morris.В AВ Don Morris.В Г‰l era su jefe, pero ella sonaba como su madre.В O su amante.

Luke decidió cambiar de tema. —¿Cuántas bajas?

–Quince muertos en el último recuento —dijo—, docenas de heridos, incluidas algunas heridas espantosas, miembros destrozados y cosas por el estilo, típicas de las bombas que estallan en lugares concurridos.

–Fue un espectáculo dantesco —dijo Don. —El tipo se inmoló justo al lado de nuestra ventana. Creo que su rostro rebotó contra el cristal. Parecía una cara. Los coches de la comitiva presidencial están hechos para resistir, te lo puedo asegurar.

Luke negó con la cabeza. —¿Atraparon a alguno de los atacantes?

–Hasta ahora —dijo Ed Newsam—, parece que todos se inmolaron o cayeron en una lluvia de balas. Pero eso no es cien por cien seguro, podría haber algunos todavía en libertad. Nadie parece saberlo.

Luke habГ­a ido corriendo a la llamada de Trudy, pero realmente no veГ­a lo que podГ­a hacer el Equipo de Respuesta Especial.В El ataque se habГ­a producido a cinco horas en aviГіn.В Todo habГ­a terminado, los terroristas estaban muertos o huyendo y el Presidente, con Margaret a remolque, estaba a salvo a bordo del Air Force One y se dirigГ­a a casa.

Don y Margaret habГ­an quedado atrapados en el fuego cruzado y eso era sorprendente, pero tambiГ©n parecГ­a que estaban bien.

Luke luchó contra el impulso de decir: —¿Qué estamos haciendo?

En cambio, dijo: —¿Don? ¿Qué opinas de esto?

Don no lo dudó. —Lo que sea que haya pasado aquí hoy, quiero intervenir. No me gusta que me hagan volar, me disparen y me hagan volcar en la calle. No me agrada que mueran personas inocentes, para que algunos sinvergüenzas puedan demostrar algo. No me complace que el Presidente de los Estados Unidos sea blanco de fanáticos, especialmente cuando Margaret viaja con él, aunque ese Presidente y yo no estemos de acuerdo en todos los asuntos. Si va a haber una venganza y creo que la habrá, entonces quiero participar en el juego.

Hizo una pausa. —¿Os suena justo a todos?

Ed Newsam asintió. —A mí, sí.

–¿Luke?

Luke asintió. —Por supuesto, por supuesto.

–Agresión incontrolada —dijo Don. —No aguantará. Y tendremos una mano preparada para devolverla.

Luke tenГ­a sus propias razones para querer involucrarse.В Le habГ­an dado una pista de lo que se avecinaba y no habГ­a actuado en consecuencia.В Murph habГ­a confiado lo suficiente en la informaciГіn como paraВ dejar de fingir estar muerto, probablemente un gran paso para alguien como Г©l y aun asГ­ Luke no habГ­a actuado.

Tal vez no hubiera podido hacer nada, pero la verdad era que apenas lo habГ­a intentado.В De hecho, Г©l y Trudy se lo habГ­an tomado como una broma.В Era posible que eso le hubiera costado la vida a mucha gente.В No querГ­a incidir en eso en este momento, pero no le sentaba bien.

–Está bien —dijo Don—, me están llamando. Están casi listos para la llamada de la Casa Blanca. Si se presenta la oportunidad, voy a dedicar nuestros recursos a esto.

Don estaba a punto de colgar cuando Swann se dio la vuelta.В Se quitГі los auriculares y mirГі a todos en la habitaciГіn.В Luego se quedГі mirando el pulpo de plГЎstico negro sobre la mesa, como si le preocupara su presencia allГ­.В ParecГ­a casi alarmado, como si esperara que el pulpo comenzara a moverse.

–He estado vigilando las comunicaciones desde el Pentágono, Langley, la sede del FBI, la ASN y la Casa Blanca. Han llegado más malas noticias en los últimos dos minutos. Peor que todo lo que hemos escuchado durante todo el día.

Todos en la habitaciГіn miraron a Swann.

DudГі antes de decir otra palabra.В SeguГ­a mirando al pulpo.В De repente, Luke se dio cuenta de que realmente estaba mirando a Don.

–Sácalo fuera, hijo, —dijo Don.

Swann asintiГі solemnemente.

–El Air Force One ha sido secuestrado —dijo.




CAPГЌTULO NUEVE


12:51 h., hora del Este

Gabinete de Crisis

La Casa Blanca, Washington, DC



—Otra pesadilla más —dijo Thomas Hayes en voz baja. —¿Se terminará algún día?

Hayes, Vicepresidente de los Estados Unidos, recorrГ­a los pasillos del ala oeste hacia el ascensor que lo llevarГ­a al Gabinete de Crisis.

Acababa de recibir la noticia.В No solo habГ­a habido un ataque terrorista en la ruta de la comitiva presidencial en el Viejo San Juan, ahora parecГ­a que el Air Force One habГ­a sido secuestrado con Clem Dixon a bordo.

Las brechas de seguridad dejaron a Hayes sin palabras.В Varias cabezas iban a rodar por esto y Г©l serГ­a el encargado de hacerlo.В Casi podГ­a imaginarse que el Servicio Secreto, o tal vez alguna otra agencia, hubiera permitido que sucediera a propГіsito.В Clem Dixon era el Presidente mГЎs liberal desde Lyndon B. Johnson.В Ellos,В quienesquiera que fueran, podrГ­an quererlo muerto.

Hayes no confiaba en las fuerzas de seguridad, militares o civiles, de los Estados Unidos.В Nunca habГ­a ocultado ese hecho.

Tampoco habГ­a ocultado nunca el hecho de que tenГ­a sus planes para la presidencia.В Pero no asГ­, Clem Dixon era su amigo y, ademГЎs, un aliado.В Con sus dГ©cadas en la CГЎmara y su compromiso con la justicia econГіmica, ambiental y racial, era una inspiraciГіn.В Hayes querГ­a que Dixon lograra un Г©xito total como Presidente.В Y luego, Hayes querГ­a convertirse en Presidente.

Pero, por supuesto, los medios de comunicación nunca lo presentarían de esa manera, como tampoco lo harían sus oponentes en Washington. No, intentarían hacer parecer que el propio Thomas Hayes había secuestrado el avión. Y Dios no quiera que Clem muriera…

DecidirГ­an que Thomas Hayes y Osama bin Laden eran primos, escondidos juntos en la misma cueva.

Un grupo de personas caminaba con Г©l, delante, detrГЎs, a su alrededor: ayudantes, becarios, agentes del Servicio Secreto, personal de diversos tipos.В No tenГ­a idea de quiГ©nes eran la mitad de estas personas.В Todos eran mucho mГЎs bajos que Г©l, muchos eran una cabeza mГЎs bajos o incluso mГЎs.В Г‰l era como un dios entre ellos, un guerrero y ellos eran como gnomos.

Esta gente quiere destrozarme.

El pensamiento le vino con una fuerza tremenda.В Era casi como si se lo hubieran lanzado encima.В La idea de que alguien intentarГ­a quebrarlo, o incluso que pudiera hacerlo, era un intruso no deseado en su mente.В Era el tipo de cosas que nunca se le habrГ­an ocurrido en el pasado, ni siquiera en el pasado reciente.

Hace un tiempo habГ­a sido la persona mГЎs optimista que conocГ­a.В No, eso no era del todo exacto.В Probablemente habГ­a sido la persona mГЎs optimista de los Estados Unidos.

Desde sus primeros dГ­as, siempre habГ­a sido el mejor, en todos los lugares donde se encontraba.В El mejor alumno del instituto de secundaria, presidente del cuerpo estudiantil.В Summa cum laude en Yale, summa cum laude en Stanford.В Becario Fulbright.В Presidente del Senado del Estado de Pennsylvania.В Gobernador de Pennsylvania.

Ahora era Vicepresidente, puesto que habГ­a aceptado a peticiГіn de Clem Dixon.В En los Гєltimos meses, habГ­a comenzado a parecer cada vez mГЎs una prueba de lo real.В Clem era viejo y estaba cansado.В Lo habГ­an empujado al papel de Presidente y, algunos dГ­as, parecГ­a que su corazГіn simplemente no aguantaba.В Puede que no se presente a las elecciones cuando termine este perГ­odo.

Pero a medida que Thomas Hayes se acercaba cada vez mГЎs al escenario principal, la resistencia se volvГ­a cada vez mГЎs cruel.В Eso es lo que nunca te dicen; a la gente le encanta usarte de blanco.В Hayes lo habГ­a experimentado como gobernador, pero palidecГ­a en comparaciГіn con lo que habГ­a probado como Vicepresidente.В Si ya era asГ­, ВїcГіmo serГ­a cuando finalmente se convirtiera en Presidente?

Siempre habГ­a creГ­do que podГ­a encontrar la soluciГіn adecuada a cualquier problema.В Siempre habГ­a creГ­do en su poder de liderazgo.В Es mГЎs, siempre habГ­a creГ­do en la bondad inherente de las personas.В Esas creencias, especialmente la Гєltima, se fueron desvaneciendo rГЎpidamente a medida que pasaban los meses.

PodГ­a soportar las largas jornadas.В PodГ­a manejar los diversos departamentos y la vasta burocracia.В Aunque habГ­a muy poca confianza, parecГ­a haber cierto respeto entre Г©l y el PentГЎgono.В La sopa de letras de agencias probablemente lo odiaban.В Pero Г©l aГєn no habГ­a intentado quitarles la financiaciГіn y ellas no habГ­an intentado matarlo. PodrГ­a llamarse un equilibrio de terror.

PodГ­a vivir con el Servicio Secreto a su alrededor las veinticuatro horas del dГ­a, entrometiГ©ndose en todos los aspectos de su vida.

Pero los medios de comunicaciГіn habГ­an comenzado a despedazarlo y todo fue por nada.В TenГ­a poco que ver con sus creencias arraigadas o sus polГ­ticas administrativas.В Fueron solo ataques ad hominem a su personalidad yВ su apariencia.

Esto era de lo mГЎs vulgar.

Era un hombre bien parecido, lo sabía. No se escala tan alto en el mundo sin una apariencia decente. Pero también había nacido con una nariz un poco más grande que la media. Anteriormente, la gente se refería a una nariz como la suya como nariz “romana”. Ahora, los caricaturistas editoriales de Washington insistían en dibujarla del tamaño de un pepino. Los dibujantes de Filadelfia, Pittsburgh, Harrisburg y de todo el estado nunca habían hecho tal cosa. La forma en que algunos de los dibujantes de DC la dibujaban era francamente obscena. ¡Parecían estar tratando compitiendo entre sí al exagerar el tamaño de la nariz de Thomas Hayes! Era una de las cosas más infantiles que jamás había experimentado.

Mientras tanto, los redactores se deleitaban en burlarse de él como parte de la “élite del club de campo”, como un “liberal de limusinas” y como “nieto de los barones ladrones”.

SГ­, su familia habГ­a sido propietaria de acerГ­as en el oeste de Pennsylvania y de los ferrocarriles que transportaban ese acero por todo el paГ­s.В SГ­, su bisabuelo habГ­a desplegado matones rompehuelgas contra sus propios empleados.В Y sГ­, Thomas Hayes habГ­a disfrutado de una educaciГіn privilegiada como resultado de esta riqueza.

Pero, Вїeso significaba que no podГ­a estar a favor de unos salarios dignos para los trabajadores modernos, ni de los derechos de las mujeres, ni de la protecciГіn del medio ambiente, ni de encontrar soluciones diplomГЎticas en lugar de invadir todos los paГ­ses que nos hacГ­an una mueca?

Aparentemente, a los ojos de los medios, esto lo convertГ­a en una especie de hipГіcrita.

Bueno, serГЎ mejor que se acostumbren.В Thomas Hayes habГ­a llegado para quedarse.В AlgГєn dГ­a iba a ser Presidente.В OjalГЎ no fuera hoy, pero se acercaba el dГ­a y, cuando ese dГ­a llegara, los medios iban a tener que empezar a tratarlo mejor.В Se lo exigirГ­a.В La libertad de expresiГіn era una cosa, pero el ridГ­culo sin sentido era otra muy diferente.

El ascensor se abriГі al Gabinete de Crisis, una sala de forma ovalada.В Era sГєper moderna, configurada para optimizar al mГЎximo el espacio, con pantallas grandes incrustadas en las paredes cada medio metro y una pantalla de proyecciГіn gigante en la pared del fondo al final de la mesa.

Todos los asientos de cuero afelpado de la mesa estaban ocupados, excepto dos.В Uno era para Thomas Hayes.В El otro, simbГіlicamente vacГ­o, era para el Presidente de los Estados Unidos.В Hayes se armГі de valor contra ese vacГ­o.

Iban a traer de vuelta a Clem Dixon, sano y salvo.

La atestada sala se quedГі en silencio.В Thomas Hayes, con su metro noventa y ocho de alto y ancho de hombros, llamaba la atenciГіn.В Siempre lo habГ­a hecho.В Cuando era joven, habГ­a sido de complexiГіn fuerte, capitГЎn del equipo de remo, tanto en la escuela secundaria como en Yale.

Todos los ojos estaban puestos en Г©l.

InspeccionГі la habitaciГіn.В El secretario de Defensa, Robert Altern, estaba aquГ­, asГ­ como el asesor de Seguridad Nacional, Trent Sedgwick, el Secretario de Estado, el secretario de Interior y el director de la CIA.В HabГ­a una multitud de otras personas, incluidos militares rectos de uniforme, algunos de ellos de pie porque no habГ­a mГЎs asientos.В HabГ­an permanecido de pie todos sus aГ±os de West Point, no importarГ­a que estuvieran de pie un rato mГЎs.

En la mesa de conferencias habГ­a varios mecanismos de altavoz.В Hayes imaginГі que habГ­a docenas de personas escuchando esta reuniГіn.

Los señaló. —¿Están esas cosas en silencio?

MirГі alrededor de la habitaciГіn a varios pares de ojos, todos muy abiertos y temerosos.

Un hombre asintió. —Sí, señor.

Otro hombre, con un uniforme de gala verde, estaba en la cabecera mГЎs alejada de la mesa.В Llevaba el pelo muy corto.В Su rostro estaba reciГ©n afeitado, como si el bigote no se atreviera a aparecer allГ­.В Era el General Richard Stark, del Estado Mayor Conjunto.

A Thomas Hayes no le importaba mucho Richard Stark.В No era de extraГ±ar, por lo general, no le importaban los militares.

Se deslizГі en el asiento reservado para el Vicepresidente.В La ausencia de Clement Dixon cobrГі gran importancia.В Г‰l y Dixon habГ­an estado pisoteando a estos tipos en las Гєltimas semanas, como era su deber.В Los civiles estaban a cargo del gobierno y los militares respondГ­an ante los civiles.В A veces parecГ­an olvidarlo.

MirГі a Richard Stark.

–Está bien, Richard —dijo—, saltémonos las presentaciones, las sutilezas y los preliminares. Solo dime qué está pasando.

Stark se puso un par de gafas de lectura.В MirГі las hojas de papel que tenГ­a en la mano.В Puso una encima.

–Hace poco menos de veinte minutos —dijo—, recibimos un mensaje de una red de comunicaciones utilizada por los líderes talibanes. Hemos utilizado este método para comunicarnos con ellos anteriormente. El mensaje fue transmitido desde tierras tribales en el este de Afganistán, en las tierras altas a lo largo de la frontera con Pakistán. Hemos identificado la ubicación de la transmisión, pero las imágenes de satélite no muestran que haya nada allí. Posiblemente, la transmisión provenía de otro lugar y se enrutaba a través de una estación de conmutación remota que ocupa poco espacio. O tal vez hay una instalación subterránea en…

–¡Richard! —dijo Thomas Hayes.

El general lo mirГі.

Era un hГЎbito de estos chicos.В Siempre estaban tratando de localizar ubicaciones y objetivos.В El mundo entero era una diana gigante para ellos.

–Eso no me importa. Ya bombardearemos a alguien después. Háblame del avión.

Stark asintiГі.В Hayes ya podГ­a ver que, si Г©l y Stark trabajaban juntos algГєn dГ­a, habrГ­a una cierta tensiГіn.

–El mensaje que recibimos es que hay hombres, terroristas suicidas, a bordo del Air Force One. Están en la bodega de carga, debajo del nivel de pasajeros y llevan explosivos plásticos encima, suficientes para derribar el avión y matar a todo el mundo a bordo. Cómo pudieron llegar allí es un problema para otro momento, obviamente, pero parece que hubo violaciones de seguridad en el aeropuerto de San Juan. Además, las ofensivas terroristas a lo largo de la comitiva presidencial esta mañana fueron algo más que ataques. Eran un sofisticado diseño de desvío de atención, para sembrar confusión y hacer que el Air Force One despegara rápidamente, realizando solo controles mínimos de seguridad antes del vuelo.

Hayes absorbiГі la informaciГіn.В Sofisticado.

La palabra le llamГі la atenciГіn.В Por lo que Г©l sabГ­a, mГЎs de una docena de personas habГ­an muerto a lo largo de la ruta de la comitiva y cientos mГЎs resultaron heridas.

Fue un acto bГЎrbaro, un ataque terrorista exitoso por derecho propio.В Pero aparentemente, tambiГ©n era sofisticado.В El asintiГі.В Bueno, ya veremos.

–¿Sabemos a ciencia cierta que hay hombres en el avión?

Stark asintió. —Les pedimos que nos presentaran pruebas. Ofrecieron enviar a uno de sus hombres a lo alto de las escaleras, entre la bodega de carga y la cabina de pasajeros. Acordamos no matar al hombre ni ponerlo bajo custodia. Mantuvieron su palabra y nosotros también. Los agentes del Servicio Secreto abrieron la puerta y el hombre ya estaba allí. Esto sugiere que la prueba fue preparada de antemano y es posible que los talibanes no estén en contacto continuo con los secuestradores. La interacción duró treinta segundos o menos. El hombre parecía ser de ascendencia árabe. Llevaba un chaleco suicida, cargado con varios paquetes, de lo que un hombre del Servicio Secreto con experiencia en las Fuerzas Especiales pensó que era un explosivo plástico C-4 o similar. El agente consideró que el conjunto consistía en varios bloques de demolición M112, o su equivalente, junto con detonadores estándar de fácil ignición, posiblemente acida de plomo.

Hubo un estallido de parloteos en toda la habitaciГіn.

Richard Stark levantГі una mano.

Las voces comenzaron a amainar.В Esto estaba lleno de gente, habГ­a demasiada gente presente.В A Thomas Hayes le preocupaba la cantidad de personas apretujadas en este espacio reducido.В Si lo pensaba, le resultaba preocupante que el Gabinete de Crisis de la Casa Blanca, en los Estados Unidos de AmГ©rica, fuera tan pequeГ±o como en realidad era.

–¡Silencio! —gritó.

El ruido se apagГі instantГЎneamente.

–Por favor, continúa —dijo.

–Ese es el único contacto que hemos tenido con los secuestradores hasta ahora —dijo Stark. —Pero a partir de esa breve interacción, podemos evaluar que hay un número desconocido de atacantes en el avión y que tienen consigo lo que parecen ser explosivos de alta potencia.

–¿Pueden los pilotos despresurizar el área de carga? —preguntó Hayes. —¿Congelarlos o privarlos de oxígeno?

Stark negó con la cabeza. —Es una buena pregunta. Sí, se puede hacer. Pero la comunicación que recibimos de los talibanes advierte claramente de que ya se han colocado explosivos por toda la bodega de carga en lugares vulnerables y pueden detonarse muy rápidamente, en una reacción en cadena. Cualquier intento de privar de oxígeno a la cámara, o bajar la temperatura, será detectado y resultará en que los atacantes detonen el avión inmediatamente.

–¿Qué quieren? —dijo Hayes. —Si no volaron el avión de inmediato, deben querer algo.

Stark asintió. —Quieren que el Air Force One aterrice en el Aeropuerto Internacional Toussaint Louverture en Puerto Príncipe, Haití. Cuando aterrice en Haití, quieren que todo el Servicio Secreto y cualquier otro personal de seguridad entregue sus armas y desembarque. Quieren que los pilotos, el Presidente y cualquier personal civil permanezcan en el avión. Todo esto debe realizarse bajo su supervisión. Luego, quieren autorización para despegar de nuevo y continuar hacia un destino aún desconocido.

Varias personas en la habitaciГіn negaban con la cabeza.

–No creo que podamos permitirlo —dijo Hayes.

Pero ya no estaba seguro.В Ciertamente, era probable que Stark y los otros militares en la habitaciГіn le dieran opciones para un intento de rescate, uno que probablemente conducirГ­a a un baГ±o de sangre.

–Esto es según los intermediarios talibanes —dijo Stark. —Cualquier desviación del plan, tal como se ha descrito, resultará en la detonación de los explosivos y la destrucción del avión en una tormenta de fuego.

Stark levantГі la vista de sus papeles y mirГі por encima de sus gafas de lectura.

–Como estoy seguro de que se puede imaginar, si se destruye el Air Force One, la pérdida de vidas será significativa.

–¿Cuántas personas hay a bordo?

Stark mirГі sus papeles.

–Actualmente hay dieciséis personas en el avión. Ocho agentes del Servicio Secreto, dos pilotos, un miembro de la tripulación de cabina, el médico del Air Force One y una enfermera del personal. El Presidente, su asistente personal y otro civil. Tuvimos suerte en el sentido de que la comitiva se interrumpió, por lo que el avión despegó precipitadamente, dejando a veinticuatro miembros adicionales del séquito presidencial, un piloto adicional y otros tres miembros de la tripulación de cabina en Puerto Rico.

–¿Cuánto tiempo tenemos? —preguntó Hayes.

–¿Efectivo? —respondió Stark. —Ninguno. El avión puede estar en Puerto Príncipe dentro de veinticinco minutos, tal vez menos. Parece claro que ya lo saben. Si tratamos de retrasar el plazo, podrían decidir volar el avión.

–¿Otras opciones?

Stark negó con la cabeza. —Pocas. Hasta ahora, no hay forma de comunicarse o negociar con los secuestradores reales. Es probable que esto se haya diseñado así, para mantenernos en la oscuridad y asegurarse de que nuestros negociadores de rehenes no puedan hablar a los secuestradores. Mientras tanto, nuestros acuerdos con el nuevo gobierno haitiano implican que hemos retirado a todas nuestras tropas de mantenimiento de la paz. No podemos poner tropas sobre el terreno en veinticinco minutos a partir de ahora y solo queda un pequeño contingente de asesores y observadores de las Naciones Unidas en el país. Haití es básicamente un estado fallido. Su infraestructura aeroportuaria se está desmoronando. Nuestras evaluaciones sugieren que ni siquiera tienen un equipo de extinción de incendios adecuado en el lugar y que es probable que el personal de seguridad esté mal entrenado, sea corrupto, propenso a estallidos de violencia descontrolada, o todo a la vez. No podemos confiar en el ejército o la policía haitianos para llevar a cabo una operación en nuestro nombre.

Hayes se sorprendiГі al escuchar esto de Richard Stark.

–¿No hay equipo de comandos de operaciones especiales? —dijo, solo medio en broma. —¿No hay escuadrones de Rangers cayendo del cielo?

Stark hablaba en serio. —Operativamente, eso no funcionaría. Tenemos las manos atadas y creemos que los secuestradores eligieron Haití por esa razón. No tenemos información sobre los atacantes. No tenemos gente en el lugar. Tenemos una capacidad limitada para cooperar con el gobierno haitiano y no está claro si el gobierno haitiano siquiera controla el aeropuerto en un día cualquiera. Varios balas perdidas, señores de la guerra locales y mafiosos parecen ejercer su influencia allí a voluntad. Mientras tanto, un solo retraso, falta de comunicación o paso en falso podría provocar un desastre.

Hizo una pausa y suspiró, mirando sus papeles. —Por mucho que odie decir esto, recomendamos dejar que el avión aterrice, sacar a todos los agentes del Servicio Secreto del avión y luego dejar que despegue de nuevo. Podemos rastrearlo fácilmente hasta su destino final. Tendrán que aterrizar en algún momento. Quizás el destino ofrezca mejores opciones de intervención y rescate.

VolviГі a mirar a Thomas Hayes.

–No creo que puedan hacer desaparecer un avión tan grande.




CAPГЌTULO DIEZ


13:10 h., hora del Este

Sede del Equipo de Respuesta Especial

McLean, Virginia



—¡Hijo de puta! —dijo Don Morris.

Luke mirГі al pulpo negro en la mesa de conferencias.В La habitaciГіn estaba sumida en un silencio sepulcral mientras Don despotricaba.В Luke nunca lo habГ­a escuchado asГ­.В En todos los aГ±os que lo conocГ­a, habГ­a visto a Don enfadado, pero siempre estaba controlado.

Esta vez, no.

–El estado de preparación de todo este país es una maldita broma. Se lleva a cabo una comitiva presidencial a través de calles estrechas, construidas en el siglo XVI y bordeadas por miles de personas. Un ataque terrorista asusta tanto al Servicio Secreto y la Fuerza Aérea que el avión despega sin controles de seguridad dobles o triples, antes del vuelo. ¿No se les ocurre a estas personas que estos grupos terroristas ya nunca hacen un solo ataque? ¡Los ataques siempre se hacen en grupo! ¡Siempre!

Luke mirГі alrededor de la habitaciГіn.В Trudy,В Ed,В Swann y algunos otros.В Luke se sintiГі enfermo.В Los ojos de los demГЎs sugerГ­an que sentГ­an lo mismo.

Swann parecГ­a mГЎs que enfermo.В ParecГ­a afligido.В La esposa de Don estaba en ese aviГіn y nadie podГ­a hacer nada al respecto.

La respiración de Don era ruidosa por teléfono. —Las clases vacilantes en la Casa Blanca calificaron el ataque de sofisticado, pero no lo fue. Es el procedimiento operativo estándar actual de estos grupos. LO SABEMOS. ¿Por qué seguimos aprendiendo cosas que ya sabemos?

Por un segundo, casi sonГі como si se estuviera ahogando.

–Es culpa mía —dijo. —Yo lo sé. Anoche tuve unas palabras con el gobernador de Puerto Rico. Fue después de las bebidas. Íbamos en el mismo coche para enderezarlo. Cosas de gallitos. Si no lo hubiera hecho, habría estado en el coche con Margaret… estaría en ese avión ahora…

Se apagГі.

–Don, no es culpa tuya —dijo Trudy.

No habГ­a una respuesta fГЎcil.В Nadie sugiriГі que, si estuviera en el aviГіn, Don estarГ­a tan indefenso como los demГЎs agentes del Servicio Secreto.В Nadie lo creГ­a, de todos modos.

–Don —dijo Luke—, voy a hablar solo por mí, pero quiero que sepas que haré cualquier cosa, por cualquier medio disponible, para que Margaret regrese sana y salva. Moriré por hacerlo. Lo haré, aunque mi propio gobierno diga que tiene otros planes.

Era consciente de cada palabra. Se rebelaría, desobedecería órdenes, cabalgaría hasta el límite. El Presidente era una cosa y, probablemente, el hombre más importante de la Tierra. Pero, en este momento, era solo la segunda persona más importante. Si Don había sido como un padre para Luke, entonces, en cierto sentido, Margaret había sido como…

Ni siquiera podГ­a pensarlo.

Luke estaba en la arena ahora.В No habГ­a otra salida mГЎs que la victoria o la muerte.

–Yo haré lo mismo —dijo Ed Newsam. Los ojos de Ed eran feroces, eléctricos. Luke pensaba que Ed podría ser el hombre más peligroso del mundo. Se sintió bien al escucharle.

–Yo también —dijo Swann.

–Yo también —dijo un joven de cabello oscuro. Luke lo conocía un poco: Brian Deckers. Había hecho una incursión en helicóptero con Luke en West Virginia, el día que encontraron el cuerpo del Presidente anterior, David Barrett. Deckers era un buen chico, se había desenvuelto bien ese día.

Estaba bien.В Para Don era importante saber que su gente le respaldaba.

–Van a aterrizar en Haití en cualquier momento —dijo Don. —Entonces el Servicio Secreto va a desembarcar del avión. Luego, el avión despegará nuevamente, rumbo a un lugar desconocido. Parece que ahora mismo vamos a entregar todo el paquete sin disparar un solo tiro. Quizás eso sea lo mejor, pero…

Luke asintiГі.В Ahora era el momento.

–Puede que yo sepa a dónde van —dijo.


* * *

Don Morris colgГі el telГ©fono.В Lo cerrГі de golpe y se lo guardГі en el bolsillo.

AГєn le zumbaban los oГ­dos y le dolГ­a la muГ±eca rota.В SentГ­a un dolor, como de un diente podrido, alojado dentro de su crГЎneo.В Cada vez que se levantaba, lo invadГ­a una oleada de mareos.В Cada pocos segundos, su visiГіn se oscurecГ­a en los bordes y sentГ­a que se iba a desmayar.В Dios.В Nunca se habГ­a sentido tan viejo en su vida.




Конец ознакомительного фрагмента.


Текст предоставлен ООО «ЛитРес».

Прочитайте эту книгу целиком, купив полную легальную версию (https://www.litres.ru/pages/biblio_book/?art=63590691) на ЛитРес.

Безопасно оплатить книгу можно банковской картой Visa, MasterCard, Maestro, со счета мобильного телефона, с платежного терминала, в салоне МТС или Связной, через PayPal, WebMoney, Яндекс.Деньги, QIWI Кошелек, бонусными картами или другим удобным Вам способом.



Если текст книги отсутствует, перейдите по ссылке

Возможные причины отсутствия книги:
1. Книга снята с продаж по просьбе правообладателя
2. Книга ещё не поступила в продажу и пока недоступна для чтения

Навигация